Yo vi putear al Chino - Brecha digital

Yo vi putear al Chino

Las nuevas generaciones (aquellas que tienen registro de lo que viene pasando desde 2011 en adelante) pueden llegar a creer que Álvaro Recoba siempre fue idolatrado por los hinchas tricolores y respetado por sus rivales, merced a su inagotable talento para hacer goles olímpicos o meter milimétricos pases. Sin embargo, no siempre fue así.

Recoba. Foto: Archivo ACAR

Creo haberlo visto por primera vez a principios de 1994. Era un flaco rápido que parecía pegarle muy bien, y que usaba el pelo extremadamente largo atrás y corto adelante, tal cual lo imponía el mundo tropical de la época.

Tenía 17 años (yo también), y los hinchas de Nacional tardarían unos meses en volver a tener novedades suyas: por el Clausura de ese año 94, y mientras Nacional le ganaba 1 a 0 a los franjeados con gol de penal de Ricardo Canals en el Parque Central, a Recoba se le ocurrió tomar la pelota y probar a eludir defensas. Dos corridas suyas sobre el arco de la Abdón Porte fueron suficientes para desairar a Jorge Seré y dejar a los tricolores prácticamente sin chances de ganar el Uruguayo de ese año.

Quizás el bautismo definitivo se produjo en aquel amistoso que la selección uruguaya del Pichón Núñez jugó ante España, previo a la Copa América del 95. Recoba entró un rato, portando aquella camiseta marca NR que tanta vergüenza nos daba (la de los rombitos y cuadraditos en la manga). Tiró un par de fintas, le metió un sombrerito a Hierro (que era el Piqué de la época, pero madridista y sin Shakira) y acaparó el interés de todos y todas.

Los cuadros grandes no tardarían en interesarse en su concurso. Se descontaba que Recoba –de quien siempre se dijo que era hincha de Peñarol, acaso porque su padre y sus hijos lo son– terminaría llegando a filas aurinegras, en virtud de que por aquellos años Damiani padre y Paco Casal –representante de Recoba– aún mantenían una idílica relación. Quizás por ello Atilio Garrido –por entonces director de deportes del desaparecido diario Últimas Noticias– llegó a publicar una foto “composición” (hoy diríamos “photoshop”) de Recoba con la camiseta aurinegra, en la portada de su suplemento.

Pero parece que Damiani quería a Recoba pero no a otros tres jugadores que venían de regalo y por la misma plata (Correa, Bitancort y Puglia). Así que Casal se calentó y se llevó el paquete a Nacional, donde lo recibieron gustosos. Corría el año 1996, Peñarol venía de ganar tres campeonatos uruguayos consecutivos, y la cosa en filas tricolores no estaba como para andarle mirando los dientes al caballo (Kanapkis).

Primó el amor. Con la camiseta blanca y ya con el pelo más prolijo, Recoba debutó una tarde de sábado en el Parque Central, ante Cerro. A los pocos minutos de juego tiró una pared con Parodi, y entrando al área de la Abdón la clavó en el ángulo, de derecha. Quienes criticaron su llegada a la Quinta de la Paraguaya, comenzaron primero a aceptarlo y luego a venerarlo, ni bien vieron que el Chino tiraba magia, metía goles antológicos, y festejaba el gol clásico que le anotó al Popi Flores por la Libertadores del 97.

A mediados de ese año, y tras haber sacado campeón del Apertura a un Nacional integrado por jugadores de dudoso calibre, Recoba emigró a Italia. La hinchada lo despidió en andas, y El Gráfico publicó una carta presuntamente de su autoría, donde hablaba de su amor por el club y de su agradecimiento eterno hacia la hinchada, refrendado dos años más tarde cuando vino a jugar el partido “de los 100 años”, que Nacional empató 1 a 1 con el Psv con gol de penal –probablemente inventado por Gustavo Méndez– del Chino.

Tras un debut de ensueño (entró en el segundo tiempo de un partido que el Inter perdía y que terminó ganando 2 a 1 con dos golazos suyos desde fuera del área), alternó buenas y no tan buenas en el fútbol italiano. Quizás su mejor momento se registró en el campeonato que fue cedido a préstamo al humilde Venezia, donde –calculamos– debe haber un canal con su nombre. Recoba siempre se las arreglaba para meter uno o dos goles hermosos por año, lo que le garantizaba tanto el amor de la hinchada interista (y más que nada el de su presidente, Massimo Moratti), como su aparición en los especiales de fin de año de TyC Sports.

Del amor al odio, un córner. Paralelamente a su periplo por el fútbol europeo (que se extendería entre 1997 y 2009, con pase al Panionios de Grecia incluido), Recoba se convirtió en símbolo de la selección uruguaya, en una época en la que serlo no necesariamente era algo positivo. Si bien su rendimiento objetivo no fue tan malo (anotó 11 goles, más que grandes jugadores con imagen más positiva, como Schiaffino, Zalayeta, Ruben Paz o Bengoechea), siempre sobrevolaba la sensación de que no era capaz de llenar las expectativas sobre él depositadas. Lo que no necesariamente hablaba mal de él, claro está, sino de quienes creían verlo como el heredero natural de Francescoli.

Ello motivó que buena parte de la hinchada (que no es la hinchada de la selección top ten del Ranking Fifa) lo silbara frecuentemente, en especial durante la eliminatoria previa a Alemania 2006. Buena parte de la parcialidad tricolor respaldó al futbolista. Esos hinchas esperaban que, como retribución, cuando le tocara volver al pago, no dudara en ponerse la tricolor. Pero eso no iba a ocurrir. Al menos no de entrada.

Serás eterno como el tiempo. La polémica se instauró a fines de 2009. Osvaldo Giménez –hincha confeso de Nacional, pero por entonces gerente deportivo de Peñarol– manifestó públicamente que Recoba le había dicho que “quiero ir a Peñarol para ayudarlo a ser campeón y para pelear la chance de jugar el Mundial con la selección” (Últimas Noticias, 18 de diciembre de 2009). Ardió Troya en las incipientes redes sociales, mientras el padre de Recoba (hincha de Peñarol, pero agradecido) manifestaba que su hijo debería volver a Nacional por lo bien que lo habían tratado en su momento.

Finalmente, el jugador manifestó públicamente que prefería venir a jugar a Danubio porque estaba cansado de las presiones y quería vivir el fútbol con alegría (palabra más, palabra menos). Los hinchas de Peñarol decidieron que lo seguirían puteando, en tanto los de Nacional, acaso motivados por la presunta traición que Recoba estuvo –según los rumores– a punto de cometer, decidieron comenzar a insultarlo con fruición.

En abril de 2010, cuando le tocó visitar el Parque Central 14 años después de aquel gol ante Cerro, recibió insultos y silbidos desde que entró y hasta que salió. Pero tras un año y medio en Danubio, alternando algunas luces, muchas sombras y varias lesiones, y cuando muchos presagiaban que finalmente se produciría su llegada a Peñarol, Recoba volvió a Nacional por iniciativa propia.

Firmó un contrato simbólico (“vas a ganar 5.000 por mes”, le dijeron, y el inocente Chino preguntó si pesos o dólares) y se integró al plantel. La hinchada de Nacional aguardaba expectante, hasta que el ya semicalvo Recoba ingresó en el primer partido del Uruguayo 2011/2012 ante River, tomó la pelota fuera del área de la Ámsterdam, y colocó el balón con su acostumbrada prestancia contra el palo derecho del arquero. Y cuando pocos días después Nacional perdía ante Defensor en el Parque Central con el tiempo cumplido, y Recoba tomó la pelota, se sacó un hombre de encima, sacudió la zurda y clavó la pelota en el arco de la Scarone, como que comenzaron a resurgir los “bien, Chinito, bien”.

Grito que se volvió eterno cuando el otrora polémico y hoy experimentado futbolista definió los dos clásicos de esa temporada, metió el gol que le dio a Nacional el Apertura, y el único de la final ante Defensor que le dio a Nacional su –hasta ahora– último campeonato uruguayo.

Patrones de comportamiento. Resulta claro que Recoba nunca se llevó bien con las presiones. No en vano solía tener debuts gloriosos cuando nadie esperaba gran cosa de él (en la selección con el sombrerito a Hierro, sus dos debuts en Nacional, su debut en el Inter, su pasaje por Venezia, seguro que en el Panionios también metió un gol ni bien llegó). Sin embargo, en la selección, cuando había que ganar o ganar, los córners le salían cortitos y los penales pegaban en el palo.

Por eso ahora que está viejo y algo lento, y que le regaló suficientes alegrías a los hinchas de Nacional como para que no le reclamen más nada, las presiones se han ido por completo. Basta semblantearlo de lejos para ver que de aquel jovencito de espíritu difícil y poco proclive al esfuerzo físico poco ha quedado.

Hoy apenas si queda un hombre que dos por tres regala imágenes dignas de ser evocadas en un asado, de acá a veinte o treinta años.

Es bastante más de lo que podemos decir de la mayoría de los jugadores que deambulan por nuestras canchas

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Frases de la semana

por Lubo Adusto Freire

● “Al final parece que uno no es dueño de meter un papapá y tocarse los genitales.” (Alberto Sonsol, Quiero fútbol, AM 890, 1-X-14.)

● “Si en el 2001 Recoba hubiese tirado los córners como los tiraba ahora, ni loco me iba.” (Daniel Alberto Passarella, espn Radio, 30-IX-14).

● “Yo también le puse un motor ppa a mi portón.” (Zlatan Ibrahimovic, tanda de La hora de los deportes, Televisión Nacional, 28-IX-14.)

● “¿Volver a dirigir a Nacional? Sí, claro… cómo no… saludos a los chicos.” (Marcelo Gallardo, Central Fox, Fox Sports, 29-IX-14.)

● “Hablé con el entrenador y me dijo que aprovechara para visitar las termas.” (Rinaldo Cruzado, La Oral Deportiva, am 970, 30-IX-14.)

● “Del fútbol uruguayo me sorprendió el ritmo, la potencia, y que todos los rivales piensen que mi madre se dedica al meretricio. Pero no, es florista.” (Diogo Silvestre, Tirando paredes, AM 1010, 1-X-14.)

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