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Acerca de la bajada de cartel de Cuba

Vodevil anarquista

1. CUBA

El jueves 1 de octubre se estrenó, en el teatro La Gringa, la obra Cuba. Al día siguiente, la compañía Teatro de Arte del Fondo (TAF), que realizó e interpretó la obra, emitió el siguiente comunicado de prensa:

«En las últimas horas, de forma pública y privada, los integrantes de nuestro colectivo comenzamos a recibir amenazas a través de las redes sociales. […] En la noche de ayer estrenamos Cuba bajo la amenaza de que “nos esperaban afuera parados de mano”, de que les gustaría “ver el teatro arder” y de que se iba a “realizar un boicot y escrache en la puerta”, sin mencionar los agravios e insultos que recibimos. Dichas amenazas fueron formuladas por personas que se identificaban como anarquistas.

En la mañana de hoy, La Gringa nos comunica su decisión de bajar de cartel nuestra obra, ya que se sienten inseguros con esta situación.

Cuba no es la biografía de ninguna persona real y no narra ningún hecho verídico, es ficción. Uno de los insumos utilizados para la creación del contenido refiere a un atentado realizado recientemente por anarquistas argentinos en el cementerio de la Recoleta, en la tumba de Ramón Falcón.

El odio se transformó en censura. Nuestro colectivo decide resistir y espera en acción estrenar nuevamente.

La compañía Teatro de Arte del Fondo está procediendo a realizar las denuncias pertinentes en delitos informáticos.

No nos callamos».

2. NUMEN

En 1908, en la cárcel central de Montevideo, el anarquista catalán Antonio Loredo escribió un poema que comenzaba diciendo: «Tiene mi numen cantando/ Aletazos de tormenta». Numen, esa palabra extraña y actualmente en desuso, alude a la inspiración que siente el artista y que estimula la creación o la composición de obras de arte. La inspiración que le valió la prisión a Loredo fue recomendar el sabotaje y el uso de explosivos sobre las vías férreas para lograr el triunfo de la huelga ferrocarrilera que se enfrentaba tanto a las empresas inglesas del riel como a la represión del gobierno de Claudio Williman. Loredo era, para la prensa y la Policía, el típico anarquista tirabombas. Sin embargo, al estudiar su biografía, no podemos saber si puso alguna bomba en su vida. Sí sabemos que fue un obrero autodidacta y que organizó gremios, dio innumerables conferencias, fundó una escuela moderna en el Cerro –donde daba clases de diversas disciplinas a los obreros y los hijos de estos– y editó varios periódicos gremiales, como La Acción Obrera, junto con Adrián Troitiño, recordado por fundar, años después, el Sindicato de Vendedores de Diarios –o Canillitas, como los popularizó el teatro obrero de Florencio Sánchez.1

El numen de la obra Cuba también viene de bombas y anarquistas. Según las palabras de su director, Fernando Hernández, para La Diaria, Cuba tuvo su disparador en el atentado contra la tumba del coronel Ramón Falcón, ocurrido el 14 de noviembre de 2018 en el cementerio de Recoleta, de Buenos Aires, con un explosivo de fabricación casera: «Los abordajes son diversos: es un poco trágico, pero, a la vez, es absurdo y tonto. Está lleno de contradicciones: cómo durante una selfi les explota la bomba casera y terminan asustadísimos porque se desangraban, y en la prensa un hecho que pretendía ser anónimo llega a la portada de diarios del mundo. Lo que relata la obra, obviamente con elementos de ficción, son los momentos previos al atentado. Los que hablan son los que quedaron en la casa y fueron a realizar otra acción; es como una historia satélite».2

3. LA GRINGA

La obra se estrenó en la sala La Gringa, la cual parece tomar su nombre de la obra estrenada por Florencio Sánchez el 21 de noviembre de 1904 en el teatro San Martín, de Buenos Aires. Sánchez, máximo exponente del teatro rioplatense, fue también un anarquista. Estrenó sus primeras obras –Puertas adentro, ¡Ladrones! y Pilletes– en los albores del Novecientos, en el escenario –que él mismo ayudó a construir– del Centro Internacional de Estudios Sociales, principal local anarquista de la época, donde hoy se ubica el Ateneo Popular del Sindicato Único de la Aguja. Sánchez, que era un miembro activo de dicho centro, fue incluso perseguido por la Policía, a raíz de sus disertaciones satíricas contra el presidente Juan Lindolfo Cuestas en mayo de 1901.

El atentado que inspira la obra Cuba fue realizado un 14 de noviembre sobre la tumba del coronel Falcón, quien fue asesinado con una bomba lanzada por el anarquista Simón Radowitzky el 14 de noviembre de 1909. Radowitzky permaneció dos décadas preso en Ushuaia y contó con incesantes campañas de solidaridad organizadas por el movimiento obrero regional e internacional. El atentado contra Falcón fue la respuesta del movimiento obrero y anarquista a la matanza ordenada por este el 1 de mayo de 1909, que dejó un saldo de ocho muertos y 105 heridos, y desembocó en la huelga general conocida como la Semana Roja de Buenos Aires.

La compañía teatral denuncia ser víctima de censura, aunque ninguna autoridad censuró la obra. Da a entender que se la quiso silenciar por la fuerza, debido a su contenido, lo cual no es cierto y omite relatar todo lo sucedido.

A raíz de los violentos sucesos, Sánchez no pudo estrenar su obra Un buen negocio en Buenos Aires ni trasladarse al estreno en Montevideo, pero, lejos de quejarse por los contratiempos ocurridos, se abocó a solidarizarse desde el diario anarquista La Protesta, en el cual había actuado como editor varias veces. Así lo evocaba su amigo y biógrafo Roberto Giusti: «Recuerdo que en los días terribles de mayo de 1909, en que todo el proletariado de Buenos Aires se había levantado como un solo hombre contra el jefe de Policía, coronel Falcón, una noche Sánchez se separó de mí, en un café, con el propósito de ir hasta La Protesta –cuya aparición había sido prohibida o estaba en vías de prohibirse– para publicar algo en sus columnas».3

4. CENSURA

La compañía teatral denuncia ser víctima de censura, aunque ninguna autoridad censuró la obra. Da a entender que se la quiso silenciar por la fuerza, debido a su contenido, lo cual no es cierto y omite relatar todo lo sucedido. Obras de teatro que tratan la temática anarquista hay varias –buenas, malas, mediocres y descollantes–, pero ninguna causó ningún tipo de polémica, ya que las prácticas anarquistas celebran la libertad de expresión. La controversia comenzó cuando los miembros del elenco teatral hicieron propaganda de la obra con fotos de los detenidos por el atentado de noviembre de 2018 y hashtags con sus nombres completos. Fotos de prensa del fichaje policial y nombres de personas que –nos guste o no su actuación– recientemente recuperaron su libertad y tienen familias a cargo, responsabilidades que asumir y lesiones graves.

En Montevideo, sin necesidad de tener un vínculo con los detenidos, se articuló la solidaridad para colaborar con los gastos médicos de quien se encontraba presa y gravemente herida, respetando su privacidad, sin exponer fotos ni nombres. En cambio, los miembros de la obra hicieron lo opuesto, para beneficio personal y a pesar de que se les consultó sobre el asunto varios días antes del estreno. Se les preguntó si había consentimiento sobre el uso de las fotos y se les informó que había cierto malestar con el tema. Como respuesta, se retiró un posteo de Instagram, sin aclaración ninguna, pero se mantuvo otro en Facebook.

El día de la obra se hizo una denuncia pública en las redes sobre el uso de la imagen de anarquistas presos para la publicidad comercial. La noticia se replicó rápidamente, lo que produjo una indignación colectiva como las que se producen en las redes sociales. Llegó, incluso, a los ojos de los mismos implicados en las fotografías, que manifestaron categóricamente su rechazo a lo sucedido. La vorágine de insultos e improperios que la situación provocó puede ser fácilmente condenable, pero sabemos que es moneda corriente en el mundo de las redes sociales. La sala teatral declaró que sentía inseguridad ante una situación que desconocía hasta ese momento. La compañía teatral, en cambio, desestimó las comunicaciones previas y cuestionó la pertinencia de esa forma de publicidad. Recién después de que la obra fue bajada de cartel, un integrante –no el colectivo– reconoció el desacierto. El TAF se llamó a esperar en acción, pero en ningún momento reconoció haber expuesto la identidad de personas ajenas a la obra sin el consentimiento de estas y, lejos de pretender solucionar el conflicto, se apresuró a hacer la denuncia policial, colocando el anarquismo en un lugar común con policías y la crónica roja: el delito.

Resistir y acción son palabras cargadas de significados. Significados forjados al calor de la lucha popular, al calor de los teatros obreros que organizaban los gremios, donde se burlaban de quienes ejercían el poder, no de quienes luchaban contra él. La pretendida censura no vino de un poder despótico. La sala bajó la obra porque no se sintió segura, porque nadie respondió a la problemática causada por el grupo teatral, porque nadie se hizo cargo de lo que habían provocado: la indignación colectiva, el descontento por la banalización de la lucha social y sus golpes represivos. Más que censura, hubo un desacuerdo comercial entre una sala y una compañía teatral. No hubo boicot ni escrache organizado. Hubo, quizás, una bronca espontánea que trascendió la discusión doméstica y se hizo pública.

La ideología anarquista ha defendido históricamente la libertad de expresión y valorado la creación artística en general y teatral en particular, una de las principales formas de expresión cultural del movimiento a lo largo del siglo XX. Y también defiende el valor de solucionar los problemas directamente entre las partes, con sinceridad, en la búsqueda de herramientas colectivas de entendimiento, en oposición a la denuncia policial como amparo ante las consecuencias inesperadas de nuestros actos.

1. N. de E.: sobre Loredo vale la pena leer Antonio Loredo. Aletazos de tormenta, del propio autor de esta columna, La Turba Ediciones, Montevideo, 2017.

2. «El anarquismo como comedia y tragedia», La Diaria, 26-IX-20.

3. Giusti, Roberto F., Florencio Sánchez, Agencia Sudamericana de Libros, Buenos Aires, 1920, pág. 53.

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