Es difícil empezar cada mañana con las noticias que llegan de Gaza. Da miedo que las imágenes y la cifra de niños y niñas asesinados nos aterren más que las del día anterior. En los diez días que lleva este ataque, cerca de 65 han muerto por las bombas israelíes, pero la cifra sigue aumentando. Me pregunto cuántos más habrán muerto cuando estas líneas lleguen al público.
Convertir en objetivo militar familias, menores de edad, viviendas, edificios públicos, hospitales, escuelas, comercios y la infraestructura civil tiene un nombre en el derecho internacional humanitario: castigo colectivo, y es un crimen de guerra que la Corte Penal Internacional ya está investigando. Es necesario decirlo una vez más: Israel no tiene «derecho a defenderse», porque Gaza no es un país extranjero, sino un territorio controlado y bloqueado por él. Ninguna potencia ocupante tiene derecho a defenderse de un pueblo al que ocupa ni a bombardear y destruir su territorio. Sin ocupación, colonización y bloqueo, no habría cohetes palestinos.
LA ARITMÉTICA DEL HORROR
En el momento en que escribo esto, 232 personas palestinas han sido asesinadas por los bombardeos israelíes y más de 2 mil están siendo atendidas en hospitales desbordados y desabastecidos por años de bloqueo. Además, 22 fueron asesinadas por las fuerzas israelíes en las protestas que tienen lugar en toda Cisjordania y 4.740 resultaron heridas. Por otro lado, 12 israelíes murieron por los cohetes de la resistencia palestina, incluidos dos niños y dos habitantes de una de las aldeas beduinas no reconocidas por el Estado (y que por eso no tienen servicios básicos ni, mucho menos, refugios, como el resto del país).
El sábado 15 el Ministerio de Salud de Gaza dio a conocer los nombres de los integrantes de 12 familias asesinadas, cada una en su casa con una sola bomba. En la madrugada del domingo 16, los F-16 bombardearon, durante 70 minutos, tres viviendas de la calle Al Wehda, en el centro de la ciudad de Gaza. Cincuenta personas fueron masacradas mientras dormían, incluidos 21 integrantes de la familia Qulaq, que tenían entre 6 meses y 90 años. En el campo de refugiados Al Shati aniquilaron a diez integrantes de la familia Abu Hatab, seis de ellos niños. El pequeño Omar Al-Hadidi, de 6 meses, había ido con su mamá y cuatro hermanos a visitar familiares por la fiesta de Eid-al-Fitr (final del Ramadán); fue el único sobreviviente. Suzy Eshkuntana, de 6 años, fue rescatada con vida tras permanecer siete horas bajo los escombros de su casa, una de las viviendas destruidas de la calle Al Wehda. Las imágenes de la niña –sangrando, cubierta de polvo, en shock mientras es llevada a la ambulancia y con la mirada perdida en la cama del hospital– son desgarradoras. Ella y su padre fueron los únicos sobrevivientes: su madre, dos hermanas y dos hermanos perecieron.
Ninguna de estas familias recibió un aviso para evacuar sus viviendas. «Es escandalosamente claro para la comunidad internacional que las fuerzas israelíes matan niños con impunidad. La impunidad sistémica garantiza que no hay espacios seguros para las niñas y los niños palestinos que viven bajo la ocupación israelí», dijo Ayed Abu Eqtaish, director de Defensa de la Niñez Internacional en Palestina.
Israel dijo que no quiso matar a esa cantidad de civiles, sino que atacó una serie de túneles de Hamás, lo que causó el derrumbe de las viviendas de la gente. «Pero creer esta basura es creer que Gaza es una base militar y no el hogar de 2 millones de personas −cruelmente sitiadas desde hace 15 años− que tienen allí su vida, su hogar, su comunidad y sus barrios; que van a la playa; que celebran bodas y graduaciones. Esta lógica intenta justificar las atrocidades masivas y debe ser rechazada», afirmó la académica palestina Noura Erakat.
El aniquilamiento de familias enteras fue una de las características del ataque de 2014. Según los datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), durante los 51 días que duró 142 familias gazatíes fueron borradas (742 personas en total). Los numerosos incidentes de este tipo indican que no son errores y que bombardear una vivienda con todos sus habitantes dentro es una decisión de los altos mandos militares, afirma la periodista israelí Amira Hass.
Entre los asesinados del fin de semana se encuentran el prestigioso médico Ayman Abu Al-Ouf –director de medicina interna del hospital Al-Shifa y responsable de la lucha contra el coronavirus en Gaza– y el neurólogo y psiquiatra Muein Ahmad al-Aloul. Médicos sin Fronteras informó que una de sus clínicas fue bombardeada, a pesar de que Israel conoce la ubicación exacta de las instalaciones médicas. También fue atacada la sede de la Media Luna Roja catarí. Y la ruta de acceso al principal hospital de Gaza, Al-Shifa, quedó inutilizable. El centro de derechos humanos Al Mezan expresó su preocupación por el deterioro acelerado de la crisis humanitaria: en un lugar densamente poblado como Gaza, la dificultad de las personas desplazadas para cumplir las medidas de prevención sanitaria hace temer la irrupción de una nueva ola de contagios de covid-19, ya que solo el 1 por ciento de la población (y el 5 por ciento en Cisjordania) ha sido vacunada, debido a que Israel, presentado como modelo mundial en esta materia, se negó a proporcionar las vacunas a los territorios ocupados −como lo obliga el derecho internacional− e, incluso, obstaculizó la entrada a Gaza de vacunas del fondo COVAX.
Según Matthias Schmale, director de operaciones de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, por sus siglas en inglés), más de 50 mil personas fueron desplazadas de sus hogares por los bombardeos y se refugiaron en las escuelas de ese organismo (que también fueron blanco de los bombardeos en 2014). Unos 500 edificios y docenas de escuelas y hospitales han sido dañados por las bombas. Dos tercios de la población sufre ya de inseguridad alimentaria, porque hace diez días Israel cerró el paso de Kerem Abu Salem, por donde entran el combustible y los alimentos (así como el de Eretz, para el personal humanitario). En Gaza no hay un corredor humanitario.
VIDAS QUE NO IMPORTAN
Estos días la televisión uruguaya recogió el testimonio de compatriotas que viven en Israel sobre el terror que experimentan ante los posibles cohetes gazatíes (un temor justificado, pues esta vez están teniendo más alcance y capacidad de daño). Pero hay una absoluta asimetría entre el peligro y el miedo que se experimenta de uno y otro lado. Esto quedó elocuentemente demostrado por los corresponsales de la australiana ABC News al contrastar los temores de dos mujeres, una de la ciudad de Gaza y otra de Ascalón: mientras que la primera teme que su casa y su familia entera desaparezcan bajo las bombas, la segunda se queja de que cuando suena la sirena solo tiene 30 segundos para llegar al refugio. Pero a los medios uruguayos no parece interesarles el terror de las familias palestinas que no tienen refugios ni una cúpula de hierro que intercepte las bombas israelíes de 250 toneladas, capaces de derribar un edificio en unos minutos (como la torre Al-Jalaa, de 14 pisos, donde Associated Press, Al Jazeera y Middle East Eye tenían sus oficinas).
«Yo he vivido las tres guerras anteriores de Israel contra Gaza [2008, 2012 y 2014] y ahora estoy viviendo la cuarta. Pero nunca vi un poder destructivo tan grande como el de ahora: esta es la peor», dijo a Brecha desde Beit Lahiya, en el norte de Gaza, el ingeniero civil Nidal Musalame (60). Y agregó: «Israel está usando armamento nuevo, aviones de última generación. Y está apuntando más hacia objetivos civiles: personas e infraestructura. Doscientas personas –entre ellas, 60 niños y niñas– en siete días. Es una masacre lo que está haciendo. Este pequeño pedazo de tierra [de 365 quilómetros cuadrados] no puede resistir esa cantidad de bombas. Su objetivo es muy claro: hacernos retroceder 50 años». Nos recordó también que el 75 por ciento de la población de Gaza es refugiada de la Nakba (proveniente de localidades vecinas destruidas en 1948, que hoy pertenecen a Israel); que la pobreza es del 50 por ciento, el desempleo llega al 46 por ciento y el 80 por ciento de la población depende de la ayuda externa; hay entre seis y ocho horas diarias de electricidad y el agua llega cada dos días. Con el coronavirus todo empeoró: 22 mil personas más quedaron desempleadas. «La gente en Gaza no encuentra diferencia entre vivir y morir. No tiene trabajo, no tiene esperanza, perdió todo, come cuando UNRWA u otros dan una ayuda. Y llega otra guerra en estas condiciones», añadió.
La opinión pública mundial no parece muy conmovida por las cifras de esta nueva catástrofe. Quizás esto se deba a que la deshumanización del pueblo palestino empieza en los jardines de infantes de Israel (como bien lo estudió la pedagoga Nurit Peled-Elhanan) y culmina en los titulares de los medios hegemónicos occidentales. Es descorazonador el contraste entre la imagen estereotipada que esos medios muestran de Gaza –como una cueva de terroristas islamistas desalmados y armados hasta los dientes– y la realidad de una población en la que la mitad es menor de edad, la juventud es extremadamente educada (a pesar del bloqueo, Gaza tiene cinco universidades y la mayoría de sus estudiantes hablan dos o tres idiomas, aunque nunca salieron de la Franja), los hombres están siempre inventando estrategias de supervivencia para no rendirse a la desesperación, y un alto número de mujeres son jóvenes profesionales –educadoras, periodistas, trabajadoras humanitarias y sanitarias–, además de amas de casa y madres de cuatro o cinco hijos.
MUJERES INQUEBRANTABLES
En esta coyuntura de crisis, esas jóvenes mujeres asumen la riesgosa y valiente tarea de comunicar en tiempo real lo que ocurre en el lugar de los bombardeos, a través de las cadenas nacionales e internacionales o simplemente ejerciendo el periodismo ciudadano con sus celulares. Desde que comenzó este ataque, es impactante seguir a estas mujeres en las redes sociales (Twitter, sobre todo) y verlas en las cadenas internacionales dando testimonio de la situación límite que viven ellas, sus familias y sus vecinas. Muchas madres hablan del terror que se experimenta de noche, cuando Israel lanza sus ataques más mortíferos para aterrorizar a la gente. Sin electricidad, en plena oscuridad, sienten el ruido de los aviones y saben que la muerte llega, pero no a quién le tocará morir o salvarse. Cuando se escucha el estruendo de las bombas, la imagen tiembla y el sonido se entrecorta. Ellas aparecen ante las cámaras perfectamente maquilladas y, en un inglés impecablemente articulado, cuentan serenamente cómo es vivir en constante horror y cómo tratan de calmar a sus hijos con juegos y canciones cuando empiezan las bombas.
Rajaa Abu Jasser, profesora y madre de cinco, dijo a Al Jazeera que no le preocupan la escasez de alimentos ni la falta de agua: «Hemos vivido 15 años bajo bloqueo. Lo que me preocupa es despertar un día y perder a una de mis hijas. Lo que estamos haciendo todas las familias es dormir en el mismo cuarto, en la misma cama. ¿Por qué? Es patético decirlo, pero no queremos despertar unos vivos, otros muertos, y tener que enfrentar el duelo de sobrevivir». Otras familias en Gaza están haciendo lo que relató Assaf Khuloud: «Lo más extraño que he hecho: hoy llevé a dos de mis hijos a la casa de mi hermano y él trajo a dos de las suyas a la mía, así, si la ocupación israelí bombardea una de las casas, nos quedarán hijos a ambos».
Ghada Mansi, empleada de Middle East Children Alliance (MECA), dijo: «En Gaza hemos sufrido muchos ataques duros de la ocupación israelí. Cada vez decimos que es el más difícil. Pero no podíamos imaginar que sería tan terrible como el de ahora. Todas las noches mi familia se reúne en el centro de la casa. Nos vestimos y cargamos nuestros documentos de identidad, preparados para huir juntos o para que, si nos pasa algo malo, nos identifiquen. Mis amigos escriben en las redes sociales que tienen miedo y a las pocas horas me llega la noticia de su martirio. La comunicación con el mundo se corta. Solo quedan las voces de miedo y los sonidos de los ataques israelíes. Son realmente fuertes y aterradores, sobre todo de noche. ¡No sabemos cuál será el final y no sabemos si estaremos vivas para ver salir el sol la mañana después de la larga noche! Tengo 29 años, soy ingeniera y trabajo en MECA. Tengo muchos sueños y ambiciones, amo la vida y amo mi país. Pero ahora tengo miedo del anochecer».
Otra de las imágenes desgarradoras que inundan los feeds estos días es la de Nadine Abdel-Taif, una niña de Jan Yunis, en el sur de Gaza, que, mostrando los escombros, expresa entre lágrimas en un perfecto inglés: «¿Qué puedo hacer yo? No puedo soportar todo esto. Quisiera ser médica para ayudar a mi pueblo, pero no puedo. Solo tengo 10 años, solo soy una niña. Tengo miedo, pero no tanto. Haría cualquier cosa por mi gente, pero no sé qué hacer. Lloro todos los días cuando veo esto. Y me pregunto: ¿qué hemos hecho para merecer esto?, ¿por qué alguien lanzaría un misil sobre todos estos niños para matarlos? No es justo. No es justo».
MÁS ALLÁ DEL CESE AL FUEGO
Antes de este último ataque, Gaza ya era un lugar inhabitable como consecuencia de 14 años de bloqueo y bombardeos israelíes. La infraestructura civil que había sido destruida en 2014 y los servicios básicos que ya operaban al mínimo de su capacidad han sido otra vez gravemente dañados. Quienes sobrevivan a esta masacre tendrán que hacerlo en una sociedad destrozada por la guerra, en la que las estructuras de apoyo estarán gravemente reducidas y la reconstrucción será imposible mientras Israel no levante el bloqueo; y no lo hizo tras el ataque de 2014.
La poeta Rafif Ziadah decía que en Gaza la gente cuenta sus años por la cantidad de ataques israelíes que ha presenciado. Un gazatí de 15 años ya ha vivido cuatro masacres. Toda una generación crece bajo el bloqueo, no ha salido nunca de allí y no conoce nada más que las privaciones, el aislamiento y el terror periódico de un nuevo ataque. El psiquiatra Juan Paris, coordinador de Médicos sin Fronteras en los territorios ocupados, dijo que en Gaza la gente vive en un constante modo de supervivencia. Esto supone un trasfondo de rabia y frustración, pero también de resiliencia y reserva moral: en el pueblo palestino hay una enorme capacidad de perdón, amor por la vida y voluntad de luchar por salir adelante, añadió. En la misma línea, y rechazando categóricamente las acusaciones israelíes de que en las escuelas de UNRWA se enseña odio y antisemitismo (tal vez para justificar el hecho de bombardearlas), el coordinador de operaciones del organismo dijo a Al Jazeera que casi 300 mil niñas y niños gazatíes son educados a diario en valores de universalidad y tolerancia. Prueba de ello son los premios internacionales de calidad y excelencia que han recibido tanto docentes como estudiantes.
Según datos de la ONU, entre 2008 y 2021 por cada israelí murieron 23 palestinos. No Somos Números se llama un proyecto testimonial y literario creado por jóvenes de Gaza tras la masacre de 2014, precisamente para recordarnos que tras cada cifra hay rostros, nombres, familias e historias, vidas preciosas que no deben ser olvidadas. Desde Beit Lahiya, Musalama nos despedía con estas palabras: «La gente quiere vivir. Quiere dignidad. Llevamos 14 años de bloqueo, sin ninguna esperanza. Yo quiero la paz, pero no a cualquier precio. No quiero un arreglo para unos días y luego volver a lo mismo. Quiero que sea permanente y justo. Tienen que cumplirse las resoluciones de la ONU, aunque no sean justas para nosotros. No estamos pidiendo nada extraordinario. Incluso, nos conformamos con el 22 por ciento del territorio que habitamos durante siglos. Pero Israel es un país colonialista, y mientras exista colonialismo, no habrá paz». Ratificando sus palabras, el historiador israelí Ilan Pappé escribió esta semana: «Solo cuando Israel trate a los palestinos con ciudadanía israelí como iguales, reconozca el derecho a regresar de las personas refugiadas y el derecho de la población palestina a vivir libre de la colonización y la ocupación, habrá esperanza de paz y reconciliación en toda la Palestina histórica».