Vivir sólo cuesta vida - Brecha digital

Vivir sólo cuesta vida

La nota de Gonzalo Palermo “Todo un palo”, la contratapa de Brecha de la semana pasada, apunta algunos elementos atendibles sobre la conducta del barrabravismo vinculado al rock y los descuidos organizativos del recital del Indio Solari, pero comete un par de pecados difíciles de soslayar, sostiene Daniel Erosa en este Debate Abierto.

Indioi Solari en Olavarría, el 11 de marzo - AFP LUIS ABDALA

Quiero disentir con la contratapa de Brecha de la semana pasada. El tema era inevitable, pero el abordaje –con cierto perfume a moralina– resultó demasiado laxo a la hora de denunciar el desastroso manejo informativo. Que en definitiva fue lo que creó el escándalo y no los dos pobres muertos.

La nota de Gonzalo Palermo “Todo un palo” apunta algunos elementos atendibles sobre la conducta del barrabravismo vinculado al rock y los descuidos organizativos –o irresponsabilidades hijas de la avaricia de los productores– de la “misa ricotera”, pero comete un par de pecados difíciles de soslayar.

Más allá de lo que uno piense sobre el Indio Solari como artista, de su ego, de sus cultivados gestos de divo, de la dosificación del personaje como estrategia para hidratar la leyenda, de sus shows escasos, en condiciones caprichosas y muchas veces caóticas, e incluso sobre su vida personal y su vínculo con el dinero… una cuestión fundamental en el caso conocido como “la tragedia de Olavarría” (y que la nota de Palermo no analiza y ni siquiera menciona) es que la noticia que generó la alarma pública era falsa. Fue mentira –como quedó demostrado apenas unas horas después– que una avalancha dentro del recital habría arrojado la cifra de siete muertos y decenas de personas heridas o desaparecidas. Quizás narcotizados por el eco de los eternos buscadores de culpables y empujados por la avalancha de voces enemigas del artista, muchos analistas de ocasión prefirieron seguir la inercia y obviar el hecho de que estaban evaluando datos reales mezclados con información adulterada y amarillista, recogida además sin el más mínimo rigor periodístico.

En la lógica de buscar un modus operandi, Palermo invoca en su texto otro hecho desgraciado ocurrido en un recital del mismo roquero en la cancha de River Plate en 2000, y traza una analogía con sus actuales declaraciones o su postura frente a la crítica: “Una vez más, de forma irresponsable y mezquina los medios están vendiendo pescado podrido”, dijo esta vez Solari. “Parece que todo el esfuerzo de la prensa que quiso ubicarnos en un gueto, dio resultado”, dijo en aquella ocasión. Uno intuye que lo que quiere decir el columnista es que, más que criticar la acción de los medios, correspondería por parte del artista un gesto de hacerse cargo. Está bien. Pero lo que dice Solari, al menos esta vez, es redondamente cierto y fue penetrante el olor del pescado que estaban vendiendo. Y “de farol”, jugando sin ver, improvisando de oído una oda a la tragedia. Porque la mayoría de los medios habían decidido no informar: los canales no cubrieron el recital, los medios escritos –salvo La Nación e Infobae– no tuvieron enviados y la agencia oficial Télam, según se denunció, no mandó periodistas al concierto por razones presupuestarias. Entonces se dedicaron a reproducir versiones parciales o sesgadas y fotos de celular. “El periodismo argentino vuelve a capotar como periodismo, como oficio, para luego florecer como opinionismo, monserga, dedodurismo (como dicen los brasileños), conservadurismo moral y estético. De información, nada, que para eso está Twitter”, escribió sobre el tema en la revista Anfibia el sociólogo argentino Pablo Alabarces.1

Dice Palermo en otro pasaje de la nota: “El rock no mata, como tampoco mata el fútbol. Lo que mata es la corrupción privada combinada con la ineficacia –cuando no complicidad– pública y una sociedad buscando de-sesperadamente vías de escape”. Lindo tema para una letra de canción, pero la evidencia parece empecinada en sostener que “vivir sólo cuesta vida”: de acuerdo a lo detallado en la autopsia de Javier León (42 años), éste falleció como consecuencia de una trombosis cardiopulmonar; y en el caso de Juan Francisco Bulacio –de 36– a raíz de un paro cardiorrespiratorio traumático que podría estar vinculado a una sobredosis. Ninguno de los dos tenía heridas fatales ni señales de aplastamiento. Se podrían haber muerto en cualquier lado, se podría decir que les llegó la hora en el recital, pero nunca que fue por culpa del show que dejaron de respirar. ¿Y entonces qué queda? Pescado podrido y hordas escandalizadas.

Lo que sucede habitualmente cuando se desata la alarma pública es que se empieza a buscar –igual que un niño perdido en la multitud– un punto de referencia que tranquilice: la identificación del malo, el culpable absoluto a quien castigar. Y lo cierto es que la vida –y mucho más 300 mil vidas todas juntas en un pogo– es mucho más compleja que eso. Situados ante la información simplificada y parcial, se produce la indignación y se nos hace más difícil razonar y proporcionar que acusar y condenar. Como charcos después de la lluvia, crecen los juicios sumarios y las ejecuciones verbales (o virtuales mejor dicho). Y después del linchamiento, la nada.

Palermo le reclama a Solari por la “abdicación” ante su público quilombero que no acepta el cartel de “entradas agotadas”, le exige poner más empeño en la contratación de patovicas y confiar menos en su voz mesiánica; además le sugiere parcializar el ritual para mantener cierto orden (tres conciertos más chicos en vez de uno). Todo bien, ¿pero no se parece demasiado a la métrica de un imposible rock del higienista? Es verdad que los tiempos de la virtualidad están instalados y quizás se piensa que es posible participar de estos eventos sin ni siquiera mancharse. Pero pretender asistir al “pogo más grande del mundo” y esperar no ser un poco apretujado es, como dice el propio Palermo citando a Solari, intentar llamar a un gato con silbidos.

Antes de cerrar su contratapa, Palermo le reprocha al artista haberse ido en avión privado, porque resultaría contradictorio con una letra que escribió hace décadas que dice “el lujo es vulgaridad”. No lo entendí. Parece un golpecito de garrón, una mojadita de oreja, ya que estamos. No era necesario esperar a que se diera esta amplificación hiperrealista y negativa de la misa ricotera para saber que el Indio no es el Che. Ni lo pretende ser. De hecho nunca se dijo de izquierda, ni hippie, ni luchador social y vive hace años de acuerdo a las montañas de dinero que juntó. Eso no le quita lucidez para crear líricas corrosivas y críticas.

Finalmente: irán por cuenta de la justicia las responsabilidades penales por las omisiones, la negligencia, la falta de previsión, los riesgos innecesarios… En los tribunales catárticos de los ajusticiadores en red ya tienen la sentencia. Pero ese no es el tema, si no hubiera sido por la mentira de la avalancha asesina, la ya famosa tragedia sería simplemente un nuevo capítulo de un viejo ritual.

  1. Actualmente es profesor titular del Seminario de Cultura Popular en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires. Se ha especializado en temas relacionados a la cultura popular y sus manifestaciones de violencia.

 

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Todo un palo

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