Las cifras hablan solas: esta semana en Movie Nuevocentro, ninguna de las siete películas que se proyectan1 y que son originalmente habladas en inglés se encuentra subtitulada, sino que están dobladas al español. Siete de siete: las otras cuatro (Condorito, Desearás al hombre de tu hermana, Mamá se fue de viaje y No es un día más) no necesitan doblaje, porque ya están habladas en español. La situación en el Life Cinemas Costa Urbana es similar: ocho películas, una sola subtitulada (Desaparecido, sólo en su proyección de las 22.20), tres en su español original y cinco en versiones dobladas (también se proyecta una versión doblada de Desaparecido). Es decir, cuatro y media de cinco.
Conforme nos acercamos a barrios pudientes de Montevideo (Carrasco, Punta Carretas, Buceo, Pocitos), la situación va cambiando. Pero no mucho. Cualquier espectador frecuente lo sabe: las películas subtituladas cada vez escasean más, y se trata de un fenómeno relativamente nuevo. De hecho es algo que se viene agudizando en este preciso momento y que comenzó pocos años atrás: las versiones dobladas están acaparando cada vez mayor cantidad de salas. Las exhibiciones con subtítulos suelen estar hoy relegadas a los horarios nocturnos, frecuentemente después de las 22 horas, y en funciones que pueden extenderse hasta más de la 1. Claro, esto no significa ningún problema para el espectador que tiene un vehículo propio, o que puede evitar madrugar al día siguiente.
La situación llegó a tal punto que la semana pasada la Asociación de Críticos de Cine de Uruguay (Accu) difundió un manifiesto titulado “El problema del doblaje en Uruguay”, en el cual señala: “Es entendible que, dada la decadencia del sistema educativo uruguayo, concomitante con la disminución global del hábito de lectura, los exhibidores se hayan percatado de la existencia de un público potencial para versiones dobladas. El aprovechamiento de ese nicho de mercado por los exhibidores es comprensible por razones comerciales, pero no por ello deja de ser lamentable y socialmente irresponsable. (…) (El doblaje) es una falta de respeto con el trabajo de los creadores y actores cinematográficos, una vez que se trasmiten sus obras en forma crucialmente adulterada. Y por fin, nos aparta aun más de la honorable cultura cinéfila por la que este país se supo destacar, y que incluía la costumbre (que supo ser una exigencia) de asistir a las obras en sus versiones auténticas, con las voces de los actores que efectivamente actuaron, apreciando no sólo sus rostros sino también su dicción, su expresión vocal, su acento”.
Los medios en general se hicieron eco de la proclama, y algunos incluso consultaron la opinión de varios exhibidores y distribuidores. La respuesta fue la esperable: señalan que los mismos espectadores son quienes demandan este doblaje; alguno de ellos también adujo estar asimismo preocupado por esta creciente demanda, a la que simplemente hubo que adaptarse.
Hay algo que tiene que sonar claro y fuerte: no es el capricho de algunos cinéfilos, ni sólo una cuestión de respeto a los originales, sino un asunto crucial de cultura y educación, en el que las autoridades encargadas deberían tomar parte. El hecho de que las películas en Nuevocentro (“el shopping de los pobres”, como muchos lo han bautizado) sean exhibidas sistemáticamente sin subtítulos es algo nefasto: así es que se genera una mayor desidia general respecto de la lectura; así es que se crean círculos viciosos de “deseducación” y analfabetismo.
Es absurdo esperar gestos filantrópicos por parte de los exhibidores; ellos cuidan su negocio y su bolsillo, y naturalmente, ante cualquier consulta al respecto dirán siempre que obedecen a una demanda de espectadores que prefieren y exigen ese doblaje, y continuarán diciéndolo más allá de que sea cierto o no. También es probable que, luego de ser bombardeados y obligados a ver películas dobladas, algunos de estos espectadores terminen pidiéndolas. Los productos culturales son como las drogas: toda oferta masiva genera su propia demanda. Lo que no es aceptable es que estos distribuidores decidan de antemano lo que el público quiere (y que, casualmente, a ellos les conviene económicamente).
La argumentación cae por su propio peso. Es impensable que el cien por ciento del público de las salas de Nuevocentro esté prefiriendo hoy ver películas dobladas. Cualquier cinéfilo con un mínimo de dignidad entiende que ver It doblada no es una opción, que ver Blade Runner 2046 tampoco lo es. Cualquiera de estas dos películas inundó las salas de cine de todo Montevideo en las últimas semanas, pero las opciones para ver versiones subtituladas eran extremadamente reducidas, en horarios prohibitivos y sitios muy específicos. Si a uno le tocó vivir en un barrio alejado del centro o de los nombrados barrios pudientes y quiere ver películas subtituladas, tiene que viajar mucho más y sacrificar sueño, o acabar conformándose con las versiones dobladas que quedan a su alcance. No hay que ser un genio para darse cuenta de cuál de las dos opciones termina ganando la pulseada.
Terminada la guerra civil española y con la llegada del franquismo, con la excusa de defender el castellano como símbolo de identidad nacional, comenzaron a doblarse en España todas las películas a exhibirse. Pero esta política y esta imposición obedecían, en rigor, a intereses propagandísticos: el gobierno podía así controlar los contenidos y, de paso, cambiarlos a su antojo. Lamentablemente los efectos generados por esas políticas duran hasta el día de hoy: España es un país donde el doblaje continúa siendo la norma y, en consecuencia, cuenta con una población a la que le cuesta mucho aprender el idioma inglés. El salto es drástico cuando se viaja a países en los que el subtitulado es preponderante. Como bien comentaba a este cronista una colega que dio clases de inglés en Barcelona por muchos años y luego comenzó a hacerlo en Uruguay, los uruguayos suelen ser mucho mejores alumnos. Las películas en su lengua original generan una cercanía con ésta que influye claramente en la capacidad de aprendizaje.
Con la creciente imposición del doblaje, en Uruguay esto se está revirtiendo; los efectos a nivel social pueden ser imperceptibles en el corto plazo, pero son también tan aciagos como irreversibles. Es imperativo que a nivel gubernamental se tomen cartas en el asunto, ya que es mucho lo que está en juego. La cultura y la educación son elementos cruciales que de ninguna manera deberían quedar sujetos a leyes de mercado o beneficios económicos puntuales.
- Cifras recogidas al cierre de esta nota, el 24-X-17.