El dirigente político que más dividió y denigró a la izquierda en general y al Partido Socialista en particular se ha propuesto la incierta misión de unir a la izquierda y ser el próximo presidente de Francia. El primer ministro francés, Manuel Valls, anunció el lunes 5 su candidatura a las primarias que parte de la izquierda organiza en enero próximo para designar al candidato con vistas a la elección presidencial de mayo de 2017. Valls presentó igualmente su renuncia inmediata al cargo, lo que dará lugar a la formación de un nuevo gobierno. Su postulación se produce cuatro días después de que, en contra de lo que se esperaba, el presidente, François Hollande, renunciara a presentarse a su reelección. Fue la primera vez en la historia de la Quinta República francesa que un jefe de Estado saliente no se vuelve a someter al juicio de las urnas. Durante los últimos diez días el responsable del Ejecutivo se sumó a una campaña de presiones para que Hollande dejara de lado sus intenciones reeleccionistas, y hasta llegó a decir en la prensa que estaba dispuesto a competir con el presidente en las elecciones primarias.
Valls tiene cuatro retos enormes: ganar las primarias y las elecciones presidenciales, defender el balance del gobierno que presidió –y por ende el mandato de Hollande–, y unir a la izquierda que él mismo dividió con sus declaraciones y las medidas que adoptó durante los poco más de dos años en que fue primer ministro. Para la izquierda, en este momento, ganar una elección presidencial de ahora a cinco meses parece una ambición desmedida. En el mejor de los casos las encuestas prevén que, contrariamente a la candidatura de François Hollande, Valls tendría alguna posibilidad de pasar a disputar la segunda vuelta de las presidenciales. Esa eventualidad no es determinante y, según la configuración electoral actual, la segunda vuelta de las presidenciales tendría como protagonistas al candidato de la derecha, el ex primer ministro François Fillon, y a la líder del ultraderechista Frente Nacional, Marine Le Pen. En lo que atañe al juego dentro del PS, la última encuesta realizada por Ifop sitúa a Valls 20 puntos por encima (45 por ciento) de su gran rival de las primarias, el también ex ministro de Economía del gabinete de Hollande y figura del ala más a la izquierda del PS Arnaud Montebourg.
No son pocos los analistas y los militantes que ven en Valls la figura misma del sepulturero de la izquierda, uno de los capitanes de la “izquierda Titanic” o la “izquierda suicida”. De hecho, el espectro de la eliminación de todos los candidatos de la izquierda no es una referencia literaria sino una realidad: en 2002 el entonces candidato y primer ministro socialista Lionel Jospin fue eliminado en la primera vuelta, y la segunda la disputaron el presidente saliente Jacques Chirac con el fundador del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen.
El único camino para evitar la repetición de 2002 es la unión de todas las izquierdas en una sola primaria. Esa urgencia es ahora mismo imposible. En primer lugar, las primarias de enero son del PS y los ecologistas. Los otros líderes, como Jean-Luc Mélenchon –Frente de Izquierda– o el social liberal ex ministro de Economía Emmanuel Macron, no participan en ese proceso. A su vez, el mismo Partido Socialista no confía en la capacidad de Valls para unir a todas las corrientes. Martine Aubry, ex ministra de Trabajo y ex primera secretaria del PS, dijo: “Para mí no hay dos izquierdas, y, si las hubiera, es porque una de ellas se convirtió a la derecha”. Más claro no puede ser: Manuel Valls pasa por ser un hombre de derecha con la etiqueta de un social reformista. Su pasado lejano y cercano está lleno de alusiones a la izquierda demodé. Fue él quien empleó el término “dos izquierdas irreconciliables” cuando los parlamentarios del PS se opusieron a sus reformas y pactaron dos mociones de censura contra su gobierno.
Valls defendió la reforma laboral, el retiro de la nacionalidad –una medida de la extrema derecha– para los terroristas, y otras tantas opciones liberales que tuvieron como consecuencia obligarlo a gobernar por decreto. En 1999 propuso que se le cambiara de nombre al Partido Socialista porque la palabra “socialismo” había dejado de ser actual, y nunca dejó de fustigar o burlarse de la izquierda histórica, a la que calificó de “congelada” o fuera de época ante las transformaciones del mundo moderno. Y es precisamente ese mismo hombre el que aspira hoy a ser el candidato de una izquierda poco menos que pulverizada. Como si fuera poco, los partidarios de Hollande lo acusan de haber jugado sucio para que el mandatario se retirara de la carrera por la relección.
En suma, Valls sale a disputar una candidatura cuya mayor dificultad está primero en su propio campo. La batalla es doble: unir primero a la izquierda en torno a él y luego, si sale ileso, al país. No hay, hoy, y con vistas a las presidenciales, ninguna posibilidad de que Valls gane esa apuesta. Las divisiones de la izquierda y los socialdemócratas, el crepuscular mandato de Hollande y la fuerza intacta de la extrema derecha constituyen una suma de relatos en la que la izquierda es una mera figura decorativa. La derecha y la extrema derecha parecen ser los adversarios finales de 2017. La izquierda reformista que gobernó desde 2012 no cuidó a su propio rebaño y ahora puede pagar las consecuencias.