Una época en cartas - Brecha digital
CORRESPONDENCIA DE ÁNGEL RAMA (1944-1983)

Una época en cartas

Años de pacientes solicitudes a distintos corresponsales de Ángel Rama (Montevideo, 1926-Mejorana del Campo, 1983) no fueron en vano. Amparo Rama Vitale rescató decenas de piezas, algunas de las cuales llegaron al libro para ofrecer una imagen caleidoscópica de una época clausurada.

Con la obtención de un Fondo Concursable para la Cultura (Ministerio de Educación y Cultura), con la colaboración de Rosario Peyrou, Amparo Rama llevó adelante una valiosa antología de las cartas de su padre. Aquí y en el exterior se había difundido el epistolario de Rama con los brasileños Antonio Candido, Berta y Darcy Ribeiro, ida y vuelta; en este tomo se reproducen algunas de ellas. Otras habían salido en un folleto publicado por el Centro Cultural de España (2010). Este volumen de 800 páginas largas despliega un gran coro de figuras culturales latinoamericanas, cuya sola lista ocuparía estas columnas. Seleccionar documentos de este tipo resta y reordena. La ganancia está en la cuidadosa organización del trabajo, en la disposición cronológica de las piezas, aun sin la respuesta del otro lado, lo cual provoca la ilusión biográfica, como si fuera un diario alternativo con variantes en cada comunicación. Pero en lugar de privar lo confesional –que no está ausente– saltan proyectos y más proyectos, es decir, lo que continúa más allá del sujeto.

La inmensa labor crítica de Ángel Rama se yuxtapone a su no menos vasto trabajo como editor. Visto así, el editor sería el contrapeso justo del crítico. Esta hipótesis obliga a pasar por el irresoluble problema del lector. Desde el siglo XIX muchos editores-escritores-críticos encontraron en el periodismo y la producción de impresos una filosa herramienta; en América, ninguno como Rama se entregó simultáneamente a la enseñanza, la crítica y la labor editorial. Casi no hubo momentos de su vida intelectual, en Montevideo, La Habana, Caracas y hasta en París, en que no lo absorbieran estas tres caras de ese mismo fenómeno llamado escritura. Salvo al final de su vida, desempeñó honorariamente –o casi– el trabajo de editor, convencido de que «las obras literarias conquistan su plenitud de sentido» dentro de la «serie cultural».1 Conocía los secretos de la producción, el comercio y los aspectos contables, pero lo incomodaba el triunfo de la mercancía sobre lo estético; se irritaba cuando algunos autores (como Vargas Llosa) saltaron el cerco de lo cultural para volverse figuras al paladar del mercado. Con mayor llaneza las cartas dicen lo que pensó en algunos de sus estudios, como los de La novela en América Latina. Panoramas 1920-1980 (Xalapa, Universidad Veracruzana, 1986).

Al igual que su obra crítica y docente, su actividad como editor se extendió durante poco más de tres décadas, desde 1947, cuando tenía 21 años, hasta su muerte, en 1983, a los 57 años de edad. Tres etapas nítidas pueden identificarse. Primero, el momento de ensimismado fervor por la literatura y el teatro en un país que administraba sus tensiones con prudencia. Segundo, los años sesenta, cuando se involucra con el concepto de literatura como misión, al tiempo que se despeña el modelo liberal uruguayo y triunfa la revolución cubana. Rama viaja a la isla, donde trabaja intensamente. En 1971, cuando la prisión y la posterior liberación, previo mea culpa, del poeta Heberto Padilla, empieza el alejamiento, que no desmienten su Diario y varias de estas cartas.2 Antes, Cuba reveló un nuevo sentido de lo latinoamericano, anticapitalista y antimperialista, y en acuerdo con esa visión, entre otras posibilidades, estimuló en distintas partes del subcontinente colecciones de autores latinoamericanos con acento más presente que remoto. Rama aprendió y aportó mucho en esa línea. Una tercera etapa corre desde los años setenta hasta su muerte. Cumplido el golpe de Estado, Rama fue privado de su pasaporte. Consiguió sortear tamaña inseguridad con la obtención de la ciudadanía venezolana, pero debió abocarse a un trabajo ciclópeo en notas para la prensa (como El Nacional), los ensayos académicos, la enseñanza universitaria y las responsabilidades como editor de libros y revistas, como Escritura. A comienzos de los ochenta se radicó en Estados Unidos, de donde pronto se lo expulsó «acusado» de comunista. En este ciclo último, América Latina dejó de ser para Ángel Rama la limpia inminencia de un mapa socialista para transformarse en una incierta utopía. La Utopía de América tituló, en 1978, la antología de textos de Pedro Henríquez Ureña, uno de sus maestros.

ARCHIVO PARA EL PRESENTE

En el principio fue la revista Clinamen, en 1947, junto con un grupo de estudiantes de la flamante Facultad de Humanidades. Como si fuera una señal, en el segundo de los cinco números de esta publicación aparece el primer artículo extenso de Rama dedicado al Martín Fierro, catáfora de su estudio de la «serie popular», que en Marcha dispara un ácido comentario de Emir Rodríguez Monegal, desde entonces su rival. En 1951, con Carlos Maggi, creó el sello Fábula, en el que sacaron seis libros encuadernados con cubiertas de grueso cartón. En 1950 se interiorizó de todos los pasos para editar un libro porque trabajó en la sección Adquisiciones de la Biblioteca Nacional (plataforma de su formación americana) y como director técnico de la emergente Colección de Clásicos Uruguayos. Poco después se desempeñó como secretario de redacción de Entregas de La Licorne. Tanto la editorial juvenil como la elegante revista de Susana Soca podían llegar a magros segmentos del público. Entre otros desvelos, estas experiencias pueden hallarse en el primer centenar de páginas de Una vida en cartas, en especial las que destina a Manuel A. Claps y a José P. Díaz y Amanda Berenguer.

Mil novecientos sesenta trajo un cambio que hizo rendir el capital literario acumulado en la última década. Rama se hizo cargo de Letras de Hoy, de la editorial Alfa, de Benito Milla, una colección de precio medio, con 60 a 90 páginas y formato pequeño (11,5 por 19,5 centímetros), con sobrecubiertas que cambian su color en la faja inferior de la portada y en la superior incluyen fotografías. Diez cuidados títulos uruguayos (nueve narraciones y un libro de poemas) de autores reconocidos, todos menos Eduardo Galeano, quien se estrenaba con una nouvelle que nunca reeditó. Este plan anudó al crítico-editor. Aunque se limitara a escribir textos para las solapas y no prólogos, como en lo sucesivo, eligió textos nacionales que serían clásicos de la lengua bajo el principio de que debía crearse un archivo para el presente. Basta citar tres títulos: La cara de la desgracia, de Juan Carlos Onetti; La casa inundada (y «El cocodrilo»), de Felisberto Hernández; Cada uno en su noche, de Ida Vitale. Buen ojo para una literatura uruguaya que, si bien madura, estaba aislada de la escritura en español.

En 1960 la plaza uruguaya recibía libros americanos de Buenos Aires y de México, los dos centros editoriales en lengua española,3 pero apenas si había editoriales uruguayas. En 1958 se asomará Alfa, en 1961 Ediciones de la Banda Oriental. Un año después, con su hermano Germán y con José P. Díaz, Rama fundará Arca. Este sello fue su primera experiencia de veras perdurable, que empezó tímidamente entre la literatura y las ciencias sociales y se afirmó en 1967, cuando comenzaron a afluir los lectores. Se puede calibrar este giro a través de dos ejemplos paradojales: uno ficcional, otro contable. En Los habitantes, novela de María de Montserrat, varios personajes circulan por barrios de clase media baja de Montevideo, en 1944 y 1945. Su consumo cultural consiste en revistas y libros de tapas coloridas o la audición de adaptaciones de novelas de Tolstói por un radioteatro local. Ni un solo libro nacional o americano.4 Según Milla, a fines de la década del 50 la situación será otra: en 1958 comercializó 2.500 ejemplares de Ismael, de Acevedo Díaz, «en 1959, Montevideanos [de Benedetti], del que acabo de agotar la edición de 1.000; ahora Onetti, La cara de la desgracia, del que vendí 1.000 en dos meses; La casa inundada, de Felisberto Hernández, 700, y Eva Burgos, de Amorim, que se está vendiendo como pancitos».5 Unos meses después se inaugurará la Feria del Libro y del Grabado, que se mantuvo al aire libre durante 20 días en la explanada de la Universidad. Rama computa 20 mil visitantes y «$20.000 de ventas brutas, lo que puede equivaler a unos 3 mil volúmenes, seleccionados preferentemente en la producción que va de 1950 a 1960».6

Una vida en cartas. Correspondencia, 1944-1983, de Ángel Rama. Estuario Editorial-Dirección Nacional de Cultura, Ministerio de Educación y Cultura, Montevideo, 2022, 880 págs. (Edición de Amparo Rama. Selección y notas de Rosario Peyrou y Amparo Rama. Textos introductorios de Rosario Peyrou y Beatriz Sarlo.)

FORMAS DE LEER

Hay varios factores concurrentes: lectores movidos por la conciencia de las virtudes de la cultura letrada, jóvenes ávidos de respuestas, el estímulo de la enseñanza de Literatura en la creciente Secundaria, el abaratamiento de algunos insumos y la multiplicación de los puntos de venta en quioscos y pequeñas librerías de barrios o localidades del interior, donde empezaron a codearse los diarios y las revistas del corazón con folletos ilustrados o libros bajo el modelo del pocket book. Alfa publicaba sus Libros Populares, Arca avanzó con Bolsilibros. La invariable ilustración de portada, simpática y deliberadamente naíf de Carlos Pieri –genio olvidado–, representaba a cabalidad el objetivo de la colección: un señor de perfil con sombrero y sobretodo camina y agita su brazo mientras guarda en uno de los bolsillos a otro, también con sombrero, que lee un libro. Bolsilibros, la más barata y rentable de las series de Arca, tiró decenas de títulos, que salieron a un ritmo feraz, un volumen por semana, en composición en caliente e imprentas contratadas. Esa cifra calculó Alberto Oreggioni, director del sello desde fines de los setenta, con quien Rama mantuvo una afectuosa y a veces adusta correspondencia. El libro uruguayo vivía por la compra de sus lectores y no se distribuía afuera, aunque, en un país que no producía (ni produce) papel, el Estado ensayó subsidios indirectos.7

En Arca, como en Marcha, las obras uruguayas se pensaron como piezas de una aceitada máquina latinoamericana, no como engranajes de una cultura nacional autosuficiente. Rama apostó a la publicación de libros latinoamericanos como complemento de su obra crítica. La correspondencia deja ver algunos hilos de esta trama en expansión con escritores de América, mientras la editorial, entre 1962 y 1970, publica dos volúmenes de ensayos de José Lezama Lima, una novela de Marta Brunet, media docena de antologías de narradores jóvenes de distintos países, entre tantos otros. Pero hubo más, que la cercanía cotidiana no traduce en cartas, muchas de ellas extraviadas. Cuando se apagaba la década del 60, Rama y otros amigos fundaron Editores Reunidos para publicar Enciclopedia Uruguaya y 100 años de fútbol. Enciclopedia Uruguaya. Historia de la civilización uruguaya remueve la valla del exclusivo discurso literario.8 La obsesión por crear un nuevo lector para un mundo nuevo no se detenía y cambiaba siempre de forma para su captura, hasta llegar a las colecciones en fascículos. Y, sin embargo, Ángel Rama no pudo resistir tantas presiones, exteriores y autoimpuestas. Exhausto, en 1970 aceptó un contrato en la Universidad de San Juan de Puerto Rico. Estaba, también, harto de las mezquindades autóctonas, según se lo dijo a Idea Vilariño en carta del 30 de julio de 1976: «Construí una editorial en la cual trabajé durante años y de la cual jamás percibí un salario[,] pero por la cual fui acusado de enriquecimiento a costillas de los escritores» (pág. 524). Cerrada esa etapa, aun antes de junio de 1973 (ver la amarga carta a Jorge Ruffinelli del 5-IV-1971, págs. 342-343), consiguió un puesto en la Universidad Central de Venezuela. Allí vivía cuando la democracia uruguaya se derrumbó.9

BIBLIOTECA AMERICANA

Un golpe de suerte le abrió un horizonte. Gran parte de este volumen (págs. 468-837) se ocupa del acontecimiento que se fragua en setiembre de 1974, cuando Rama concurrió junto a una delegación de intelectuales venezolanos a una entrevista con el presidente Carlos A. Pérez, electo un año antes bajo un programa socialdemócrata y estatista. Eufórico por su triunfo, el 16 de setiembre siguiente contó a su amigo Rafael Gutiérrez Girardot sobre la «Biblioteca Latinoamericana, destinada a recoger, en unos 300 volúmenes, lo más importante de la literatura, el pensamiento y las manifestaciones centrales de la cultura latinoamericana» (pág. 468). En efecto, un decreto del 12 de diciembre de 1974 creó la Biblioteca Ayacucho, bajo la responsabilidad de una Comisión editora.10 Rama fue nombrado «director literario». En 1983 alcanzó a publicar poco más de un tercio de lo proyectado. En arduas negociaciones logró poderes para elegir autores, obras, prologuistas y encargados de las cronologías comparadas para cada volumen, y discutir con ellos. Escribió dos extensos prólogos y una cronología, se ocupó de la correspondencia intelectual y administrativa, cuidó de los contratos y hasta seleccionó imágenes para las portadas. Todo mientras el mundo se comunicaba por correo postal.

La Biblioteca Ayacucho consolidó la literatura latinoamericana: combinó lo consagrado (Ariel y Motivos de Proteo, de José E. Rodó) y lo reciente (la obra de Juan Rulfo, aún vivo); con la asesoría de Antonio Candido le hizo un amplio lugar a Brasil, uno de cuyos autores, Machado de Assis, se granjeó dos volúmenes entre los primeros 100. La biblioteca pagó el precio de la formación de su inspirador, ya que su catálogo se inclina por la narrativa y la poesía antes que por la ciencia, la filosofía o lo jurídico, y pagó buenos estipendios a los colaboradores, hasta que la cuenta se agotó. Mientras levantaba ese enorme edificio que lo puso en contacto con todo un mundo, como se advierte en su prosa a veces urgida, nunca descuidó su preciada y frágil editorial Arca. Aunque estuviera tan lejos de donde nunca podrá volver.

  1. «Los contestatarios del poder», Ángel Rama, en Novísimos narradores hispanoamericanos (1964-1980), México, Biblioteca de Marcha, 1981, pág. 13.
  2. Diario, 1974-1983, Ángel Rama, Montevideo, Trilce, 2001 (prólogo y notas de Rosario Peyrou).
  3. Aun así, Rama se quejó del cese del flujo de libros extranjeros por la crisis. Cf. «Un país sin libros», Ángel Rama, en Marcha, Montevideo, n.º 1.061, 9 de junio de 1961, pág. 29.
  4. Los habitantes, María de Montserrat, Montevideo, Alfa, 1968, págs. 55-58.
  5. «Una encuesta de Ángel Rama: ¿Qué leen los uruguayos?», en Marcha, Montevideo, n.º 966, 3 de julio de 1960, pág. 26.
  6. «La Feria por dentro o el arte de vender uruguayos», Ángel Rama, en Marcha, Montevideo, n.º 1.044, 27 de enero de 1961, pág. 21.
  7. «Encuesta sobre altos costos de la producción editorial y de los materiales de estudio», A[lberto] F. O[reggioni], en Marcha, Montevideo, n.º 1.249, 9 de abril de 1965, pág. 30. «Papel para libros: otras opiniones», A[lberto] F. O[reggioni], en Marcha, Montevideo, n.º 1.251, 23 de abril de 1965, pág. 30 [entrevistas a Benito Milla y Heber Raviolo].
  8. Además prosperó Capítulo Oriental. La historia de la literatura uruguaya (1968-1969, 45 fascículos, un índice general y 46 libros) y Nuestra tierra (1969-1971). El modelo próximo fue el Centro Editor de América Latina, dirigido por Boris Spivacov. Cf. Más libros para más: colecciones del Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, Judith Gociol et alii, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2007.
  9. Cronología y bibliografía de Ángel Rama, Álvaro Barros-Lémez y Carina Blixen, Montevideo, Fundación Ángel Rama, 1986.
  10. «Ángel Rama, la cultura venezolana y el epistolario de la Biblioteca Ayacucho», Carlos Pacheco y Marisela Guevara Sánchez, en Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales, n.º 22-23, Caracas, junio-julio 2003-2004, págs. 99-136.

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