El periplo de la literatura de Hebe Uhart (Moreno, Buenos Aires, 1936) ha sido lento, largo, casi secreto. Desde 1962, año de su debut con Dios, San Pedro y las almas, su obra ha encontrado su lugar de forma casi exclusiva en pequeñas editoriales independientes de existencias breves y visibilidades limitadas. En Argentina, el círculo de sus lectores era reducido; fuera de su país, ese círculo no existía. Por algún motivo, sus cuentos y sus novelas no conseguían acceder a eso que suele llamarse “el gran público”, a pesar de contar con devotos ilustres, como su amigo Elvio Gandolfo o Ricardo Piglia, por no hablar de Fogwill, quien estaba dispuesto a afirmar a los gritos que Uhart es “la mejor cuentista argentina”. La respuesta de Uhart: “Fogwill es loco”.
Sin premios, sin reconocimientos, s...
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