—Nunca decíamos: «Vamos a lo de Nebio». Siempre fue: «Vamos a lo de Doña Luisa».
Doña o «la vieja Luisa» eran las formas en la que jóvenes mercedarios como Nilo Patiño, Sergio Pocho Frantchez o Pilar García llamaban a Luisa Cuesta, cuando Luisa Cuesta era la mamá de un Nebio «plaga»: que le daba trabajo, que se tiraba del puente de cabeza, pero que todavía no estaba desaparecido. Según la propia Luisa, Nebio era un «rebelde de nacimiento».
La gurisada iba a pasar las tardes con ella en el patio de pórtland y tierra de esa humilde casa en la calle Florencio Sánchez 1288. Luisa los recibía con pizzas caseras o con frutillas cosechadas del jardín espolvoreadas con azúcar y servidas en un jarrito. A todos daba hospedaje: a los amigos de Nebio, a compañeros del Plenario Intersindical de ...
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