—¿Cómo puede incidir el resultado de las Paso argentinas en la región y en Uruguay en particular?
—El llamado “giro a la derecha” en América Latina puede ser más efímero de lo pensado. Esto era algo que ya estaba en el análisis desde hace dos años por lo menos, pues ante el descalabro del progresismo, las derechas y ultraderechas que han advenido al gobierno no han mostrado casi nada: no hay nuevas ideas, pero ni siquiera pragmatismo; a veces falta incluso realismo mínimo y capacidad política. Todos los expertos hablan de un gobierno caótico de Bolsonaro, en el que paradójicamente el factor de moderación lo dan los militares, que sin duda están en la ecuación de gobierno del país norteño. En el caso de Macri, el fracaso de su política económica no puede ser más estrepitoso. Las Paso del domingo muestran que, cuando no se llega a fin de mes, no hay invocación ni maniobra que funcionen. Desde una lógica autista y dogmática, Macri y sus halcones (pues no le hizo caso a los “moderados” del elenco de gobierno) creían que el electorado argentino los iba a convalidar de todos modos. La cachetada del pueblo argentino no pudo ser más dura. Nadie esperaba 15 puntos de diferencia. Las encuestadoras y los analistas en general han sufrido también un desmentido total a sus observaciones previas al domingo. Este debiera significar para todos un shock de humildad. En la región, este sacudón debería llamar a la reflexión y habilitar la revisión de ciertas visiones triunfalistas de políticos y analistas de derecha, que se inventaron su propio relato y lo confundieron con la realidad. Aunque siempre resulte necesario, el relato no es la realidad. Y, además, Macri y sus duros inventaron un relato en el que la política y sobre todo la incertidumbre democrática no tenían lugar alguno.
¿Cuánto puede impactar este “cisne negro” argentino en Uruguay? La respuesta debe ser cautelosa. Las sociedades enojadas siempre profundizan en primer término un tropismo antigobierno. Sin embargo, las asociaciones entre los actores argentinos y uruguayos siempre han sido difíciles. Es cierto que la gran mayoría de los dirigentes de la oposición uruguaya han sido macristas desde el primer momento, aunque ahora marquen distancias. Sin embargo, lo que más importa es la diferencia de sus propuestas, y, en ese campo, las diversidades programáticas y de discurso, aunque ahora se enfaticen, hasta el domingo por lo menos no eran muy visibles. La identificación con el kirchnerismo ha sido un tema de debate dentro del FA, aunque ahora predominan las identificaciones fáciles y el olvido de lo vivido. Habrá que ver cómo evoluciona ese tema a la interna, lo que tiene que ver con otros muchos temas decisivos. A primera vista, un triunfo tan abultado de los Fernández sobre Macri puede favorecer las chances frenteamplistas en la perspectiva de recuperación de descontentos. Pero tiendo a pensar que el peso de las Paso argentinas en Uruguay será en todo caso menor en el corto plazo (que es de lo que estamos hablando, a poco más de dos meses del último domingo de octubre) y que las claves de la evolución de la campaña uruguaya transitarán prioritariamente por otros carriles y asuntos.
—El “lunes negro” que siguió ¿puede ser interpretado como una reacción de los mercados a la derrota de Macri? ¿Supone un límite a la democracia?
—Hay que tomar nota de la performance de Macri luego del shock del domingo. De manera vergonzosa, luego de ocultar los resultados, apareció el domingo por la noche hablando de una “mala votación”, pero sin reconocer el resultado ni saludar al ganador; les habló a los “mercados” y al “mundo” y, desde su enojo inocultable con el pueblo argentino, no tuvo nada mejor que mandarlo a dormir. Ya en pleno “lunes negro”,aumentó la apuesta, responsabilizó a la oposición ganadora por la “reacción de los mercados” y profundizó su negacionismo diciendo que el domingo, en realidad, no había sucedido nada.
Lo primero que hay que señalar es que la reacción de los mercados, conformados por jugadores sin escrúpulos cuya única meta es aumentar sus ya cuantiosos dividendos con toda esta crisis, tiene que ver con la absoluta falta de credibilidad de un gobierno que ha fracasado en toda la línea de sus planteamientos y políticas económicas. Las primeras reacciones de Macri no hicieron más que profundizar esa sensación y estimular las visiones más catastrofistas. Si hay algún “club del helicóptero”, el que lo está manejando o por lo menos el que le brinda combustible en estos días es el propio Macri. En medio de su absoluta perplejidad e impericia, el tenue reconocimiento de algo de eso lo llevó luego a pedir perdón por sus desplantes del domingo y del lunes, y a proponer un paquete de medidas insuficiente y tardío, en el que además es obvio que no cree. En esa perspectiva de dogmatismo liberal y fondomonetarista lo acompaña la mayoría del elenco de gobierno, aunque hay sectores del propio macrismo que cada vez más comienzan a sentirse alejados de esa visión.
El verdadero Macri se puso de manifiesto: inepto, caprichoso, negacionista, con gran impericia política, de nula grandeza moral, alguien que todavía supone que gobernar Argentina es más o menos lo mismo que conducir a Boca Juniors. El mayor factor autoritario que hemos visto por estos días radica paradójicamente en el todavía presidente argentino. El objetivo de la normalidad institucional y de que, en ese marco irrestricto, el primer presidente argentino no peronista (desde el fin de la presidencia de Alvear en 1928) entregue el poder a su sucesor electo por el pueblo en plena libertad sigue siendo un imperativo central (no el único) para la democracia argentina. A ello se suma sin duda el comenzar con urgencia a reparar la penosa situación del tantas veces golpeado pueblo argentino, que padece empobrecimiento y situaciones inadmisibles. Aunque hay varios invisibles que lucran con esta situación crítica, es el presidente Macri el que más ha estado atentando contra esos dos objetivos inmediatos para la democracia argentina. La grieta, de la que ha terminado por ser el principal impulsor, es el mayor enemigo para esa democracia. En su discurso del domingo, Alberto Fernández parece haberlo entendido a cabalidad y haberse comprometido en una dirección de moderación. Muchos dirigentes del kirchnerismo hablaron en esa misma línea, a contramano de muchos de sus antecedentes. No hay actor golpista en la Argentina de hoy, pero el timón del gobierno lo sigue teniendo Macri y es él quien debe mover las piezas. Aunque parezca paradójico, de él depende mucho cómo se transitará esta última etapa muy difícil de su gobierno y cómo llegar con el menor deterioro al 10 de diciembre próximo. A la luz de sus últimos comportamientos, las preocupaciones se justifican.