Es una noche
profunda y silenciosa. Los gendarmes intentan avanzar lo más rápido posible por
el cañaveral por donde desapareció un hombre delgado y de bigote fino. De
repente, se escucha el estrépito delator de un cuerpo reventando contra el
agua. Leonida –o Leonido, como lo llamará luego su esposa por encontrar la
desinencia de su nombre demasiado femenina– se zambulle en el agua helada que
separa el ducado de Toscana, del cual escapa, del reino de Dos Cerdeñas.
Leonida
huye, aunque nunca llegamos a saber por qué. Y sentado en el murete de una
anteiglesia, Capitán Sesto, su bisnieto, intenta reconstruir el pasado. No
tiene de qué prenderse más que de fotografías y de desabridos registros
congelados en el tiempo. Sabe que existió Leonida, que se volvió loco; que su
tío, el primero en l...
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