Un poco de respeto, a cambio de gas - Brecha digital
Alemania atrapada en la tensión entre Rusia y Estados Unidos

Un poco de respeto, a cambio de gas

Olaf Scholz, ayer, en el parlamento alemán, en un debate sobre el futuro de Europa y la presidencia del G7 Afp, Stefanie Loos

En un coloquio celebrado el viernes 21 de enero en Nueva Delhi, el vicealmirante Kay-Achim Schönbach, jefe de la Marina alemana, dijo que era una «tontería» suponer que Rusia estaba interesada en invadir Ucrania y aseguró que los territorios de la península de Crimea «nunca volverán» a ser controlados por Kiev. En la ronda de preguntas de la actividad organizada por el Instituto Manohar Parrikar de Estudios y Análisis de Defensa, el militar alemán habló sobre las intenciones detrás del aumento de tropas rusas en la frontera con Ucrania. Opinó que el presidente ruso «está presionando porque sabe que puede hacerlo, eso divide a la Unión Europea [UE]», y sostuvo que Vladimir Putin «quiere respeto» y que «darle el respeto que exige y probablemente merece» tiene un «costo bajo, incluso nulo».

Schönbach, que asumió el mando de la fuerza naval alemana hace menos de un año, también opinó que aumentar los lazos comerciales con Rusia –país al que destacó como «país cristiano, aunque Putin sea ateo»– y tener «a este gran país, aunque no sea una democracia, como socio bilateral» seguramente servirían para alejar a Moscú de la influencia china.

Tras hacerse público el video del coloquio en las redes sociales, la reacción ucraniana en Berlín y Kiev fue inmediata. Entrevistado por el periódico alemán Die Welt, el embajador ucraniano en Alemania sostuvo que las apreciaciones de Schönbach muestran la «arrogancia alemana y los delirios de grandeza que uno de los jefes de más alto rango de la Bundeswehr [Fuerzas Armadas alemanas] demuestra al soñar con una santa alianza con un criminal de guerra como Putin y una moderna cruzada germano-rusa contra China». El diplomático aseguró que el episodio deja «muy cuestionada» la credibilidad y la fiabilidad de Alemania. Mientras tanto, en Kiev, el Ministerio de Asuntos Exteriores ucraniano convocó a la embajadora alemana en ese país para pedir explicaciones por las «inaceptables declaraciones».

Pocas horas después, el vicealmirante Schönbach hizo público un comunicado en el que califica sus comentarios como «un claro error», ya que se trataban, dice la misiva, de opiniones personales «poco meditadas y mal calculadas». Además, el militar informó que había solicitado a la ministra de Defensa, la socialdemócrata Christine Lambrecht, que lo relevara de inmediato de sus funciones, ya que consideraba que su salida era «necesaria para evitar más daños a la Marina alemana, pero sobre todo a la República Federal de Alemania». Por su parte, el Ministerio de Defensa, además de aceptar la renuncia del vicealmirante, declaró que los comentarios no reflejaban en absoluto la posición oficial alemana.

LA CAUTELA

Las declaraciones de Schönbach son un problema para el flamante gobierno alemán del socialdemócrata Olaf Scholz. No solo contradicen la posición adoptada oficialmente por Alemania y sus socios de la UE y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sino que también se producen en un momento en que la postura alemana en el conflicto entre Ucrania y Rusia es observada con recelo desde Kiev y Washington.

Tanto el canciller federal, que hasta ahora ha mantenido un bajo perfil en el conflicto de Ucrania, como la ministra alemana de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, han instado a Rusia a dar pasos claros hacia una desescalada y han advertido que una agresión militar tendría graves consecuencias. Sin embargo, el gobierno alemán ha evitado establecer líneas rojas y mantiene firme su política de no enviar armamento letal a zonas de conflicto, como es el caso de Ucrania. Esta reticencia coloca a Berlín en una situación incómoda frente a varios de sus socios que ya han dado este paso.

Durante los 16 años de gestión de Angela Merkel la posición alemana con respecto a Rusia siempre fue cautelosa y estuvo sostenida por un vínculo comercial de conveniencia mutua y el buen relacionamiento que la excanciller tenía con el presidente ruso. Esa cautela parece haber sido heredada por el nuevo gobierno, liderado por los socialdemócratas en coalición con verdes y liberales.

La apuesta al diálogo y la reticencia a imponer sanciones económicas –como la desconexión de los bancos rusos del sistema internacional de transferencias financieras o la prohibición de exportar a Rusia semiconductores, tal como ha sugerido Washington– también parecen ser el camino elegido por el nuevo canciller alemán. En este sentido, el martes, después de una reunión conjunta con el presidente francés, Emmanuel Macron, en Berlín, Scholz expresó su satisfacción por el reinicio de las conversaciones del denominado Formato de Normandía. La iniciativa, en la que participan Alemania, Francia, Ucrania y Rusia, logró en 2015 la firma del Acuerdo de Minsk II, que sirvió para frenar la escalada bélica en el este de Ucrania; sin embargo, buena parte de lo acordado por Moscú y Kiev no se ha cumplido.

EL GAS RUSO

Según informaciones publicadas por el semanario Die Zeit, días antes de que el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, visitara Alemania la semana pasada, el canciller Scholz ya se había reunido en Berlín con el jefe de la CIA, William Burns. En esa reunión Burns había dado detalles del despliegue de las unidades rusas en la frontera ucraniana. Burns, considerado en Washington uno de los mejores conocedores de Putin, también le había transmitido al canciller alemán la preocupación que tienen los servicios de inteligencia estadounidenses por un posible ataque ruso de bandera falsa en suelo ucraniano. En Washington temen que una operación de ese tipo pueda servir de pretexto a Moscú para hacer avanzar sus tropas más allá de la frontera con la excusa de defender sus propios intereses.

Según Die Zeit, Berlín teme que uno de los objetivos de ese posible sabotaje sea el gasoducto que atraviesa Ucrania y que lleva el gas ruso desde Siberia hasta Alemania. En ese escenario, Europa dejaría de recibir, en pleno invierno, unos 40.000 millones de metros cúbicos de gas. Actualmente Rusia proporciona más de una tercera parte del gas que se consume en todo el continente europeo. Llegado ese punto, Alemania tendría que decidirse entre estrenar el flamante gasoducto Nord Stream 2 o incluirlo en un paquete de sanciones contra Rusia.

El Nord Stream 2 es un gasoducto que conecta Rusia con Alemania sin pasar por suelo de terceros países. Recorre más de 1.200 quilómetros bajo las aguas del mar Báltico y conecta al mayor exportador mundial de gas natural del mundo con la mayor economía de Europa. Desde el segundo semestre de 2021 el caño está listo para operar y solo resta la aprobación del ente regulador alemán. La inversión, de 11.000 millones de euros, fue realizada por Gazprom, la empresa estatal rusa que tiene el monopolio de las exportaciones de gas de ese país y es la propietaria y operadora exclusiva del gasoducto.

La construcción del Nord Stream 2 comenzó a principios de 2018 y estuvo plagada de polémicas. La obra siempre fue vista con recelo por el gobierno estadounidense, que entendía que la interconexión suponía incrementar la dependencia europea del suministro ruso. Además de la evidente dimensión geopolítica, los temores de Washington también encerraban una lógica comercial, ya que el nuevo gasoducto representa una amenaza para las exportaciones de gas natural licuado estadounidense al mercado europeo. La entrada en funcionamiento del Nord Stream 2 –capaz de transportar 55.000 millones de metros cúbicos de gas por año– significaría un golpe a la economía tanto de Ucrania como de Polonia. Para ambos países, el cobro de tarifas por el tránsito del gas ruso a través de sus territorios significa un importante ingreso de divisas y un factor de estabilidad geopolítica.

Este martes, el primer ministro británico, Boris Johnson, que en esta crisis viene actuando como portavoz del sector más guerrerista de la OTAN, disparó en la Cámara de los Comunes: «Creo que esta asamblea necesita entender que uno de los grandes temas que todos enfrentamos al lidiar con el tema de Ucrania, al lidiar con Rusia, es la tremenda dependencia de nuestros amigos europeos con respecto al gas ruso». El mensaje fue inmediatamente decodificado tanto por la prensa inglesa como por la alemana como una alusión velada a la ambivalente posición de Berlín, que hasta ahora no permite que los vuelos británicos con armamento destinado a Ucrania pasen por el espacio aéreo alemán.

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