En nombre de controlar la inflación, los bancos centrales se han encaminado deliberadamente a provocar una recesión, o a empeorarla si se produce de todos modos. Peor aún, el endurecimiento de la política monetaria de hoy dejará cicatrices duraderas, mientras que las respuestas más cuidadosamente consideradas funcionarían mejor y producirían beneficios a largo plazo.
La determinación inquebrantable de los bancos centrales de aumentar las tasas de interés es en verdad notable. En nombre de domar la inflación, se han encaminado de manera deliberada a provocar una recesión, o a empeorarla si se produce de todos modos. Además, reconocen abiertamente el dolor que causarán sus políticas, incluso si no enfatizan que son los pobres y los marginados, no sus amigos en Wall Street, quienes se llevarán la peor parte. Y, en Estados Unidos, este dolor afectará de modo desproporcionado a las personas de color.
Como muestra un nuevo informe del Instituto Roosevelt, del que soy coautor, cualquier beneficio de la reducción adicional de la inflación impulsada por las tasas de interés será mínimo en comparación con lo que habría sucedido de todos modos.1 La inflación ya parece estar disminuyendo. Puede que se esté moderando más lentamente de lo que esperaban los optimistas hace un año, antes de la guerra de Rusia en Ucrania, pero, no obstante, se está moderando y por las mismas razones que habían esbozado los optimistas. Por ejemplo, los altos precios de los automóviles, causados por la escasez de chips de computadora, bajarían a medida que se resolvieran los cuellos de botella. Eso ha estado sucediendo, y los inventarios de automóviles han aumentado.
Los optimistas también esperaban que los precios del petróleo disminuyeran, en lugar de seguir aumentando; eso también es precisamente lo que ha sucedido. De hecho, el costo decreciente de las energías renovables implica que el precio del petróleo a largo plazo caerá incluso más bajo que el precio actual. Es una pena que no nos hayamos pasado antes a las energías renovables.
Habríamos estado mucho mejor aislados de los caprichos de los precios de los combustibles fósiles y mucho menos vulnerables a los caprichos de los dictadores del petro-Estado, como el presidente ruso, Vladimir Putin, y el propio líder belicista y asesino de periodistas de Arabia Saudita, el príncipe heredero Mohammed bin Salman. Deberíamos estar agradecidos de que ambos hombres fracasaron en su aparente intento de influir en las elecciones intermedias de Estados Unidos de 2022 al reducir de forma drástica la producción de petróleo a principios de octubre.
Otra razón más para el optimismo tiene que ver con los márgenes comerciales: la cantidad por la cual los precios exceden los costos. Si bien los márgenes han aumentado de manera lenta con el incremento de la monopolización de la economía estadounidense, se han disparado desde el inicio de la crisis de covid-19. A medida que la economía emerge más plenamente de la pandemia (y, se espera, de la guerra), deberían disminuir, moderando así la inflación. Sí, los salarios han subido por algún tiempo más rápido que en el período anterior a la pandemia, pero eso es algo bueno. Ha habido un enorme crecimiento secular de la desigualdad, que la reciente disminución de los salarios reales (ajustados a la inflación) de los trabajadores solo ha empeorado.
El informe Roosevelt también prescinde del argumento de que la inflación actual se debe a un gasto excesivo por la pandemia, y que volver a bajarla requiere un largo período de alto desempleo. La inflación impulsada por la demanda ocurre cuando la demanda agregada excede la oferta agregada potencial. Pero eso, en su mayor parte, no ha estado sucediendo. En cambio, la pandemia dio lugar a numerosas restricciones de oferta sectoriales y cambios en la demanda que, junto con las asimetrías de ajuste, se convirtieron en los principales impulsores del crecimiento de los precios.
Consideremos, por ejemplo, que hay menos estadounidenses hoy de lo que se esperaba antes de la pandemia. Las políticas de covid-19 de la era Trump no solo contribuyeron a la pérdida de más de 1 millón de personas en Estados Unidos (y esa es solo la cifra oficial), sino que la inmigración también disminuyó, debido a las nuevas restricciones y a un ambiente generalmente menos acogedor y más xenófobo. El impulsor del aumento de los alquileres no fue, por lo tanto, un gran aumento en la necesidad de vivienda, sino más bien el cambio generalizado al trabajo remoto, que cambió el lugar donde las personas (en particular, los trabajadores del conocimiento) querían vivir. A medida que muchos profesionales se mudaron, los alquileres y los costos de vivienda aumentaron en algunas áreas y cayeron en otras. Pero los alquileres en los que aumentó la demanda se incrementaron más de lo que bajaron los precios de aquellos en los que esta disminuyó; por lo tanto, el cambio de demanda contribuyó a la inflación general.
Volvamos a la gran cuestión política que nos ocupa. ¿Las tasas de interés más altas aumentarán el suministro de chips para automóviles o el suministro de petróleo (de alguna manera persuadiendo a Mohammed bin Salman para que suministre más)? ¿Bajarán el precio de los alimentos, aparte de reducir tanto los ingresos globales que la gente reducirá sus dietas? Por supuesto que no. Por el contrario, las tasas de interés más altas dificultan aún más la movilización de inversiones que podrían aliviar la escasez de suministro. Y, como muestran tanto el informe Roosevelt como mi informe anterior de la Institución Brookings, con Anton Korinek, hay muchas otras formas en que las tasas de interés más altas pueden exacerbar las presiones inflacionarias.2
Las políticas fiscales bien dirigidas y otras medidas mejor ajustadas tienen más posibilidades de controlar la inflación actual que las políticas monetarias bruscas y potencialmente contraproducentes. La respuesta adecuada a los altos precios de los alimentos, por ejemplo, es revertir una política de apoyo a los precios agrícolas de hace décadas que paga a los agricultores para que no produzcan, cuando se les debería alentar a producir más.
Del mismo modo, la respuesta adecuada al aumento de precios resultante de un poder de mercado indebido es una mejor aplicación de las normas antimonopolio, y la forma de responder a los alquileres más altos de los hogares pobres es alentar la inversión en nuevas viviendas, mientras que las tasas de interés más altas hacen lo contrario. Si hubiera escasez de mano de obra (cuya señal estándar es el aumento de los salarios reales, lo contrario de lo que estamos viendo en la actualidad), la respuesta debería incluir una mayor provisión de cuidado infantil, políticas a favor de la inmigración y medidas para aumentar los salarios y mejorar las condiciones laborales.
Después de más de una década de tasas de interés ultrabajas, tiene sentido «normalizarlas». Pero elevar las tasas de interés más allá de eso, en un intento quijotesco de controlar con rapidez la inflación, no solo será doloroso ahora, sino que dejará cicatrices duraderas, especialmente en aquellos que son menos capaces de soportar la peor parte de estas políticas mal concebidas. Por el contrario, la mayoría de las respuestas fiscales y de otro tipo descritas aquí producirían beneficios sociales a largo plazo, incluso si la inflación resultase ser más moderada de lo previsto.
El psicólogo Abraham Maslow dijo célebremente: «Para un hombre con un martillo, todo parece un clavo». Solo porque la Reserva Federal de Estados Unidos tiene un martillo, no debería destrozar la economía.
* Premio nobel de economía y profesor de la Universidad de Columbia.
1. Joseph E. Stiglitz e Ira Regmi, «The Causes of and Responses to Today’s Inflation», Instituto Roosevelt. Disponible en https://rooseveltinstitute.org/publications/the-causes-of-and-responses-to-todays-inflation/
2. Anton Korinek y Joseph E. Stiglitz, «Estabilización macroeconómica para un mundo pospandemia», Institución Brookings. Disponible en https://www.brookings.edu/research/macroeconomic-stabilization-for-a-post-pandemic-world/
(Tomado por convenio de Project Syndicate.)