La situación en Nicaragua era terrible a fines de los años setenta y el pedido de solidaridad de los sandinistas fue muy concreto. Tenían una situación política muy favorable y una posición operativa muy inestable, estaban empantanados en una especie de guerra de trincheras sin armamento suficiente y sin artillería. Pidieron ayuda y yo sabía algo de artillería, así que decidí ir, como muchos otros latinoamericanos.
Para mí el sandinismo significaba lo que ellos decían: un movimiento de liberación nacional para sacarse de arriba una dictadura terrible y feroz, que le chupaba la sangre a los nicaragüenses como ninguna; un movimiento que además era pluralista, democrático, participativo, combativo. Esa era la revolución. Cuando el Frente Sandinista tomó el poder, en el gobierno de reconstrucción nacional que se formó estaban representados desde socialdemócratas hasta empresarios liberales.
Esa revolución tomó el poder, sacó a Somoza, liberó a los presos, le dio de comer a la gente –cosa que fue muy importante en ese momento– y prometió elecciones. Prometió y cumplió, organizó elecciones. Primero las ganó, luego organizó otras y las perdió, entregó el poder y esa fue la revolución sandinista; ahí terminó la verdadera y estupenda historia.
La situación actual me provoca una profunda tristeza y una gran indignación. Primero, porque todo el mundo sabe, incluida la dirigencia política de la izquierda uruguaya, que Daniel Ortega es un ladrón y un corrupto. Segundo, porque el pueblo nicaragüense no se merece tener ese tipo de gobiernos casi bananeros. Y tercero, porque se ha cometido una masacre de gente. Y todo por quedarse atornillados al poder y porque saben que no tienen para dónde escapar porque el cúmulo de robos y de corrupción es tan grande que a los 15 días de haber abandonado el gobierno van a tener que comparecer ante la justicia.
No soy experto en relaciones internacionales ni diplomacia, pero han sido vergonzosos el silencio y la pasividad del Frente Amplio, el chiflar y mirar para otro lado. No sé si fue para preservar la unidad, pero ese tipo de unidad asentada en la sangre de gente inocente no sirve para nada y es una vergüenza. Es cierto que ha habido algunas personas y grupos que se han manifestado, pero en general creo que ha sido vergonzosa la actitud.
Yo soy un cero en la izquierda, pero me parece muy triste que se ocupen de Lula, de los muertos en México y de la situación en Cataluña y no se ocupen de un gobierno latinoamericano, que nosotros contribuimos a instalar y a sostener y que ahora está cometiendo esta masacre. Esto descalifica totalmente a esta izquierda.