A fines de 2022, el Ministerio de Igualdad español lanzó una campaña titulada El hombre blandengue, y ocasionó un terremoto de controversias entre políticos y ciudadanos. En ella se citan las palabras del cantante el Fary, quien, en una entrevista de 1984, dejó caer su oposición a cierto tipo de masculinidad: «Siempre he detestado al hombre blandengue. El hombre de la bolsa de la compra, el carrito del niño con el coche. Por eso digo que el hombre debe estar en su sitio y la mujer en el suyo, no cabe duda. Ante otras cosas, creo que la mujer necesita ese pedazo de tío ahí. Pero, amigo mío, el hombre nunca debe blandear». Aunque puedan sonar polémicas y deplorables, ese tipo de declaraciones se realizaban con total impunidad en la televisión abierta y otros medios de comunicación frente a masas de espectadores que, si se oponían, apenas lo expresaban.
Por esa misma época, el actor Fernando Fernán Gómez aseguraba a la prensa: «El hombre es más listo que la mujer. Solo un poquito, pero lo somos. Mi mujer perfecta es una hembra de belleza impresionante y cerebro de mosquito». Unos años después, Joaquín Sabina (curiosamente, también acusado de machista por el contenido de algunas de sus letras) rechazaba ese modelo en una entrevista con Jesús Quintero: «Lo que no me gusta de Andalucía es el andalucismo profesional. Eso acaba siendo terriblemente estomacante y eso, encarnado en el señorito andaluz, que ya quedan menos, pero quedan, es un modo de estar en la vida muy desagradable». Si bien Sabina se refería al modelo de macho ibérico representado por el Fary y otros «señoritos andaluces», la cuestión no se reduce solo a España. En los años ochenta, El show de Benny Hill tuvo enorme éxito en todo el mundo con escenas en las que el gordinflón protagonista no se cansaba de acosar y burlarse de mujeres jóvenes. En 2007, la BBC se vio obligada a retirar el programa del aire por su contenido «sexista, machista y retrógrado».
¿Lo de Hill era algo propio del cáustico humor inglés? Parece que no. En la misma época, los argentinos Olmedo y Porcel llenaban la televisión y las salas de cine con sus humoradas tremendamente machistas y violentas, convirtiendo una y otra vez el acoso y el abuso en situaciones cómicas. Tanto en sus programas como en sus películas se vulgarizaba a la mujer y se la convertía en motivo de gracia, para resaltar la masculinidad pervertida y desafiante de los hombres protagonistas. En A los cirujanos se les va la mano (Hugo Sofovich, 1980), Porcel y Olmedo engañan a sus compañeras de reparto (Susana Giménez y Moria Casán), las drogan y terminan por violarlas. El mensaje estaba claro: la picaresca masculina permitía esos agasajos si era bien ejecutada.
Del maltrato a la violación había solo un paso. El humor de Olmedo y Porcel estaba dirigido principalmente al espectador hombre heterosexual, de contexto urbano y casado. Por eso la picaresca funcionaba siempre fuera del matrimonio y la masculinidad se construía en relación con el deseo sexual y el menosprecio doble de la esposa y de la amante. El macho era macho en virtud de la relación entablada con las mujeres: subestimarlas o violentarlas era, entonces, una condición necesaria.
Frente al hombre blandengue, el macho golpista. En la telenovela Amo y señor (1984), el protagonista, interpretado por Arnaldo André, solía cachetear a su compañera de reparto Luisa Kuliok. Tampoco se trata de un aspecto exclusivamente argentino. En un país como Uruguay, reivindicador constante del fútbol y el carnaval (dos de las principales factorías de machos), esos modelos reproducidos por la televisión y la industria musical encajaban perfectamente. En 2008, el Canario Luna confesó sin tapujos que en ocasiones era necesario pegarles a las mujeres: «Algo habrán hecho y algunas mujeres son muy bravas».
LOS ARTISTAS Y LA NUEVA MASCULINIDAD
El anuncio del ministerio español toma la frase del Fary para revertir su intransigencia machista: «Cada día somos más hombres blandengues construyendo una masculinidad más sana». La medida es política y está dirigida a la sociedad toda, pero intrínsecamente enfocada en una parte muy concreta: la gente joven. Está claro que es más fácil educar a un adolescente en nuevas formas de comportamiento que deconstruir a los machos de otras épocas. De hecho, es algo que los artistas más jóvenes vienen realizando de un tiempo a esta parte. Mientras aquellos de finales del siglo XX patrocinaban una masculinidad tóxica oponiendo al hombre y la mujer, los de esta época se embanderan con formas alternativas de sexualidad, nuevas identidades sexuales y diversos comportamientos cívicos.
Cuando en 2010 Ricky Martin hizo pública su homosexualidad, estaba dando un gran paso al ofrecer una alternativa a su imagen de sex symbol latino. Por primera vez, se planteaba de forma masiva e instantánea que el estereotipo de masculinidad heteronormativa podía albergar orientaciones diversas. Ahora, en cambio, la homosexualidad ya ni siquiera parece ser suficiente. Al fin de cuentas, se puede ser gay y muy macho a la vez. Por el contrario, los nuevos artistas buscan algo más en la definición de sus identidades y su imagen pública.
En 2019, el cantante británico Sam Smith se declaró no binario, es decir, no identificado ni con el género masculino ni con el femenino, algo que también han hecho el actor Ezra Miller y la cantante Demi Lovato. En esa línea, aparecen también artistas que juegan con su identidad nominal y su apariencia física: lxs cantantes Pabllo Vittar y Kevin Royk mantienen su nombre masculino, pero recurren a un aspecto femenino para sus actuaciones.
Ciertamente, las preferencias afectivo-sexuales ya no están reñidas con la construcción de la imagen pública. Algunos explotan el feminismo manierista de sus cuerpos reconociéndose abiertamente homosexuales (como Olly Alexander, Troye Sivan, Lil Nas X y Agoney) y edifican desde esa gestualidad una nueva concepción de la masculinidad. Pero también hay artistas heterosexuales que se construyen públicamente como alternativas al modelo clásico del macho. Harry Styles, Charlie Puth y Damiano de Måneskin juegan continuamente con la imagen desenfrenada de una nueva masculinidad, más cercana a la del «hombre blandengue». Mientras otros cantantes de su generación (por ejemplo, Justin Bieber y Shawn Mendes) se empecinan en reforzar su masculinidad heterosexual e intentan encajar en un modelo que les resulta incómodo pero les garantiza cierta tranquilidad, otros resaltan su costado más andrógino. «Todos somos un poco gay, ¿no?», se preguntaba Styles en uno de sus conciertos en 2018.
CONSTRUIR, REARMAR
¿Dónde quedan las mujeres en todo eso? También ellas están diseñando nuevas formas de femineidad y ayudan a relanzar las relaciones entre hombres y mujeres. Las jóvenes de esta nueva generación no exigen «ese pedazo de tío» que las ponga en su sitio, como aseguraba el Fary. Han crecido con artistas feministas y empoderadas, de Lady Gaga a Lali Espósito, de Miley Cyrus a Rosalía, de Kristen Stewart a Billie Eilish. Mujeres que, para hacer frente al sometimiento y la opresión, eligen la libertad y la autonomía, y basan sus carreras en esos valores.
En esta época de cuestionamientos y revisiones, la masculinidad está en disputa, parafraseando a Judith Butler. El movimiento feminista se ha preocupado mucho en cómo deconstruir al macho, apuntando con lupa a cada movimiento mal ejecutado, cada expresión desafortunada, cada acto de abuso. Pero, por el contrario, ha ofrecido pocas respuestas sobre cómo educar afectivamente a los hombres, cada vez más desubicados y agobiados al ver que la inmensa mayoría de los valores con los que fueron educados está ahora en tela de juicio. Es imperioso construir nuevas masculinidades, menos tóxicas, más sensibles y cercanas, más alejadas de ese modelo de macho, y pareciera que la respuesta viene dada por el arte y los artistas. Mientras los movimientos sociales desarman un tipo de hombre innecesario y rancio, los artistas apuestan por la alternativa, ofreciendo buenos ejemplos de «hombres blandengues» y colaborando, así, con la construcción cultural de una masculinidad más sana.