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Ni tan natural, ni tan fácil

Nuestro Pit-Cnt está cumpliendo 50 años; el 1 de octubre de 1966 culminó el Congreso de Unificación Sindical y desde entonces el movimiento sindical uruguayo cuenta con un único centro. Ese día culminó un largo camino marcado por llamamientos a la unidad, convocatorias a plenarios para discutirla, conversaciones, polémicas y duros enfrentamientos.

Nuestro Pit-Cnt está cumpliendo 50 años; el 1 de octubre de 1966 culminó el Congreso de Unificación Sindical y desde entonces el movimiento sindical uruguayo cuenta con un único centro. Ese día culminó un largo camino marcado por llamamientos a la unidad, convocatorias a plenarios para discutirla, conversaciones, polémicas y duros enfrentamientos. Elegimos un nombre que satisfizo a todos: Convención Nacional de Trabajadores, y nos dimos garantías contra el peligro de la centralización excesiva y la conducción vertical. Aprobamos un estatuto que garantizaba la pluralidad y el respeto entre organizaciones y tendencias, y elegimos una Mesa Representativa de 27 organizaciones que, a su vez, designó un Secretariado Ejecutivo.

La presidencia la ocupó José “Pepe” D’Elía, nuestro Pepe, que hoy sigue iluminando el camino, sobre todo el camino del proceder franco y honesto. La Secretaría General la ocupó una figura señera, Enrique Pastorino, que renunció a su banca porque era una de las condiciones de la unidad. Hoy la figura de Pastorino casi está olvidada; él quiso que así fuese, “después de mí, el silencio”, ordenó. Pero yo quiero de­sobedecerlo. Él fue quien condujo el proceso, quien escuchó con paciencia y convenció con argumentos. Él era quien miraba lejos y estaba convencido de que cualquier sacrificio que no negara la esencia clasista de la unidad valía la pena. Y que sin unidad no habría porvenir.

Al día de hoy parece que el proceso debió de haber sido fácil. Lo natural es que los trabajadores, los proletarios, aquellos que únicamente tienen su fuerza de trabajo como mercancía para vender, tiendan a agruparse. Por lugar de trabajo, por rama de actividad y en una única central. Sin embargo, y esta es otra singularidad de nuestro país: somos la única central única del mundo, y tenemos medio siglo de vida.

Un medio siglo cargado, ¡pesadísimo!, a través del cual hemos sobrevivido.

Nacimos en pleno auge de la “austeridad” que estaba a punto de convertirse en “hambre y palos”. Ya, desde el año 51 y cada vez con mayor frecuencia y dureza, se venía reprimiendo la lucha sindical con el recurso de las “medidas prontas de seguridad”, y estábamos en las vísperas de un período peor aun. Ya se hablaba de los generales como una posible solución a lo que todo el mundo llamaba “crisis”, a sabiendas de que no era algo momentáneo sino estructural y progresivo. De hecho, en las elecciones de ese mismo1966 ganó el general Óscar Gestido, enfrentando al general Mario Aguerrondo.

Fue tal la conmoción que nuestro nacimiento provocó en filas de la derecha, que el ministro de Relaciones Exteriores de la época convocó al embajador de la entonces Unión Soviética para manifestarle su malestar. Tratando de incluir nuestro nacimiento en el marco global de la Guerra Fría y así podernos desacreditar. La derecha percibe antes que la izquierda aquello que puede ser peligroso o perjudicial para sus intereses.

Recién nacidos tuvimos que asumir la cuestión crucial de la defensa de las instituciones. Un año antes habían nacido los Tenientes de Artigas y se había develado un complot golpista con epicentro en el cuartel de Treinta y Tres, que se conjuró en silencio y nunca se investigó ni castigó.

Fue a raíz de ello que la Ctu, más los gremios que no la integraban pero ya estaban discutiendo la formación de una única central –a instancias de Héctor Rodríguez–, levantó la consigna de enfrentar a un posible golpe de Estado con una huelga general (a la cual muy pronto agregamos la ocupación de los centros de trabajo).

La derecha asumía que ya no podía encontrar una salida en el marco institucional existente y con los partidos políticos que la representaban. Y el pueblo también tenía conciencia de que la lucha subiría varios escalones y que la unidad era condición necesaria para ello.

En el año 65 se había realizado el Congreso del Pueblo, plasmando en su “Programa de soluciones a la crisis” aquello que nos unía. No hubo y no hay un estudio profundo de lo que fue ese Congreso del Pueblo, y sin embargo fue el cimiento de la unidad popular en todos los planos.

Si no hubiera existido la Cnt, demostrando que era posible la unidad en la diversidad (si se actuaba con fraternidad, paciencia, franqueza y firmeza ideológica, poniendo siempre los intereses generales por encima de los particulares), hubiese sido mucho más difícil lograr unidades políticas que permitiesen enfrentar el monolitismo bipartidista.

Sin el programa del Congreso del Pueblo como rumbo para encontrar un camino de soluciones a los problemas más acuciantes del país, también les hubiese sido difícil hallar un programa común a fuerzas políticas con orientaciones finalistas diferentes.

No es que una cosa condicionara a la otra, o que una dependiera de la otra; hay, tal vez, una coincidencia oblicua y no siempre clara en lo operativo, pero sí, es innegable la mutua influencia. No dependencia: influencia.

Pero eso es un asunto que está en la esfera de lo académico. En el quehacer diario, aquello de que “no somos indiferentes a las formas de gobierno”, tiene, tendría que tener, su correlato en que los gobiernos no pueden prescindir de considerar con qué movimiento sindical están conviviendo en cada momento. Nada se puede construir con perspectivas de duración si no se asienta sobre un amplio y consciente respaldo de la gente.

No me voy a internar en el complicado camino que recorrió la generación de los constructores de la unidad sindical. Carlos Bouzas, quien como dirigente bancario vivió el proceso y convive con los que aún restan, lo narró con amena prolijidad en su libro La generación Cuesta Duarte.1 Quiero irme un poco más atrás, usando para ello un esquema que armó Gerardo Cuesta en sus charlas en los recreos del penal para contarles a los compañeros que querían saber acerca del movimiento sindical. Es un reconocimiento a la validez del esquema y un recuerdo cálido y sentido de este compañero a quien tantas veces tengo presente y siempre extraño.

Gerardo arrancaba con el lema de la central: “Unidad, solidaridad y lucha”. Era y es el resumen: no hay lucha sin unidad, no hay unidad sin solidaridad.

Cuando la revolución industrial dio origen al modo de producción que pasó a ser dominante en todo el mundo, también nació una nueva clase, la que nada posee y todo produce. Sin caer en el panfleto, el agrupamiento de los trabajadores, propio de la producción fabril, y la necesidad de mejorar los salarios y obtener mejores condiciones de trabajo, conducen naturalmente a la unificación de aquellos que están sometidos a un mismo régimen.

La ideología, las variantes ideológicas a partir del estudio de las nuevas condiciones de trabajo, vendrían de quienes estaban en mejor posición y tenían los medios para estudiar y pensar. Pero únicamente podían hacerse carne en los trabajadores en la medida en que ellos encontraran en esas ideas respuestas a sus angustias y aliento a sus esperanzas.

Tuvieron que superar la represión y el engaño patronal, tuvieron que aprender que no era destruyendo máquinas que se liberarían, pero durante el siglo XIX la clase se identificó como tal. Como diferente de las otras, y explotada.

Nace, con la aceptación como clase en sí, el afán de liberarse y el sueño de hacerlo rápido. Desde entonces está planteado en el seno de los trabajadores el tema de cómo y cuándo liberarse. Cuestión, por supuesto, que no voy a dilucidar aquí.

Los caminos son muchos, desde “la bomba” hasta las sociedades de mutuo socorro. En medio de toda esta enconada y urgida polémica, la organización sindical fue tomando forma. Y si los trabajadores eran una clase, resultaba lógico que la solidaridad dentro de la clase surgiera como un sentimiento y como una necesidad.

PRIMEROS PASOS. Saltando por encima de décadas de sueños, luchas, derrotas y esperanzas, volvamos a nuestro país. Uruguay vivió medio siglo “criollo” con una precaria independencia. Recibiendo torrentes migratorios que el Viejo Mundo expulsaba y que venían a mezclarse con nuestros expulsados del campo por los alambrados y las policías bravas. Así tomamos conciencia de que los trabajadores eran algo diferente. Aprendimos de los refugiados de la Comuna de París, de los anarquistas catalanes e italianos, y ellos aprendieron de nosotros el sentido natural de independencia.

De la existencia de un sindicato de tipógrafos (los intelectuales de la clase) existe documentación escrita desde 1870. Seguro, nuestros primeros sindicalistas no aparecían en las portadas de los medios, su lugar estaba reservado en las noticias policiales.

Los primeros sindicatos tenían la impronta anarquista y se denominaban “sociedades de resistencia”, el sueño de la liberación bullía en la cabeza de nuestros primeros activistas, y junto a él, un sentimiento solidario que nos llevó a parar cuando, luego de la Semana Trágica en Barcelona, fusilaron a Francisco Ferrer.

La Gran Guerra y la revolución rusa fueron acontecimientos que conmovieron a nuestro joven movimiento sindical. La primera porque significó el quiebre de la concepción de la unidad proletaria por encima de las patrias burguesas o aristocráticas. ¡Los proletarios se mataban entre sí bajo banderas nacionales! En cambio, la revolución rusa puso sobre el tapete el nacimiento de una nación que luchaba por vivir como patria del proletariado. Costó y desgarró el tomar partido a favor o en contra. Y eso no nos encegueció al punto de olvidar nuestros problemas como país y los deberes de la solidaridad internacional. Enfrentamos el “alto de Viera” y su política antiobrera, vivimos los chicotazos de la crisis del 21, paramos solidariamente cuando la ejecución de Sacco y Vanzetti, y sufrimos todo el peso de la gran crisis del 29.

Nunca, en todo este largo y complejo proceso, dejamos de pensar en la unidad de los trabajadores. En la unificación sindical por la cual todos reclamábamos pero anteponiendo nuestra visión a la de los demás. No nos uníamos, pese a lo cual tuvimos varios intentos de “centrales únicas” que no lo eran, ni podían serlo en la medida de su estrechez sectaria. Lo que nos impedía realizar acciones conjuntas y brindar solidaridad.

La crisis de la década del 30, abierta por el crack de Wall Stret, llegó a nuestras costas al año siguiente, con la dificultad de encontrar mercados para la carne y haciendo posible el golpe de Estado de Terra, que descargó sobre los trabajadores todo el peso de la recesión. A su costado, como principal sostén, el Comité de Vigilancia Económica, el odiado “Comité del Vintén”, central patronal a la cual no le importaban las instituciones que no tuviesen que ver con sus privilegios.

Fueron años muy duros, la dictadura de Terra presumía de ser “dictablanda” pero fue muy dura con quienes no se amansaron.

Sin embargo, fue en ese entonces que se abrieron las puertas a un movimiento sindical cerradamente obrero. La resistencia democrática incluía sectores políticos e intelectuales, y se prolongó como algo natural en la defensa de la España republicana y luego en la lucha antifascista.

Nos enseñó que Uruguay tenía un horizonte más amplio que el que veíamos desde nuestras trincheras sindicales. Y les enseñó a muchos que el movimiento sindical era algo más que una manga de tirabombas esclavos de Moscú.

UNIDAD EN LA GUERRA FRÍA. La década del 40 trajo otro panorama. Lo prioritario para el mundo era derrotar al nazifascismo aliado al militarismo nipón. Esa guerra, la más sangrienta, trajo escasez y abrió oportunidades para el desarrollo de industrias destinadas a suplir lo que ya no venía de fuera. Creció la clase obrera, subieron los salarios, se aprobó la ley de consejos de salarios, que obligaba a unificarse o enfrentarse entre trabajadores, y también puso a prueba el binomio solidaridad internacional-lucha sindical. En el Cerro una huelga de la carne paralizó un embarque y, valorando el esfuerzo bélico como la contradicción principal, el Partido Comunista ordenó desacatar la huelga y cargar el barco. Fue un instante, uno o dos días, y se rectificó la medida porque no fue comprendida por los compañeros en huelga. Le costó años de paciente y abnegado trabajo al Partido Comunista volver a levantar cabeza en la industria, pese a la rectificación y pese, también, a que, a lo mejor, tenía razón.

Pero sirvió a todos para aprender. Una cosa son las tareas que impone la solidaridad internacional y otra las cuestiones que en cada lugar y momento imponen la toma de decisiones.

Fue, por exigencia de la ley de consejos de salarios, que daba un lugar en cada consejo para los trabajadores, y también por maduración propia, que nacieron los sindicatos únicos por rama de actividad: Sindicato Único de la Construcción y Ramas Afines (Sunca), Unión Nacional de Trabajadores del Metal y Ramas Afines (Untmra). La unidad se fue haciendo posible porque ya convivían en un mismo sindicato distintas orientaciones.

También fueron años de Guerra Fría y división. Con el triunfo sobre la Alemania nazi despuntó el enfrentamiento sistémico entre el campo socialista y el “mundo occidental”, y eso tuvo su reflejo inmediato en el campo sindical.

Se partió la Federación Sindical Mundial, situada en el campo socialista, y nacieron los sindicatos “libres”, unidos en la Confederación de Sindicatos Libres (Ciols, por sus siglas en inglés) sostenida por los sindicatos yanquis y la naciente Cia.

Aquí, con el discreto auspicio de la embajada estadounidense, se instaló una “escuela de sindicalismo libre” que comenzó a reclutar y formar cuadros en su Instituto Uruguayo de Educación Sindical (Iues) desde un palacete en la calle 19 de Abril casi Agraciada.

Gran parte del sindicalismo de cuello blanco (empleados del Estado y bancarios) fue atrapado, y costó más de diez años liquidar por vaciamiento a su central amarilla y corrupta. Volvieron las mismas figuras derrotadas en los años sesenta a intentar auparse en la conducción del movimiento sindical luego del golpe del 73. Fracasaron con la “reafiliación sindical” de ese año, los derrotamos en su intento de hacer una Federación de Municipales del Interior, volvieron a naufragar en su propia corrupción al intentar crear una Central Nacionalista, y el Pit los terminó de enterrar el Primero de Mayo de 1983.

Pero eso ya es otra historia, pertenece a la resistencia, esa epopeya silenciosa que vivimos los uruguayos durante 12 años y que el doctor Sanguinetti se empeña en tratar de convencernos de que no existió.

  1. Su libro ha sido editado y reeditado, y si no lo encuentran no se preocupen, lo volverá a imprimir la editorial Primero de Mayo, que es de la central.

 

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