Amanecía en Buenos Aires y me despertó el silbo del zorzal amigo de la casa donde nos alojaban. Un zorzal sin jaula, suele decirse libre como los pájaros. La insistencia de aquel canto me hizo sentir una tensión rara en esa madrugada, antes de regresar a Montevideo, donde tendría que asumir la cercana pérdida de un amigo entrañable, ese gran músico que ha sido Coriún Aharonián. Sesenta años de amistad sin tregua, de oficio e ideales compartidos, algunos riesgos también. Amistad de estudiantes en lo que se llamaba preparatorios, hoy final de Secundaria.
En ese despertar aquel zorzal me llevó a recordar las flautas peruanas, tarkas o anatas, que yo tenía clavaditas sobre la pared de mi casa de exilio en Ivry sur Seine, en la periferia de París. Era 1974, ya en plena dictadura uruguaya, y ...
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