Hay un documento que anda circulando por redes internacionales de izquierda1 cuyos autores, ex ministros e intelectuales chavistas conocidos en Venezuela como críticos o disidentes, tienen, para mí, una perspectiva equivocada sobre el conflicto que hoy sufrimos en nuestro país, pues desde hace ya al menos dos años este dejó de ser un enfrentamiento polarizado entre derecha e izquierda, y ambos bandos son responsables de las penurias y masivas violaciones a todos los derechos humanos. Esa es la situación. Maduro, a diferencia de Chávez, es un dictador que hoy ejerce un poder caracterizado por su nepotismo, patrimonialista y fuertemente totalitario, sin Estado de derecho ni apoyo popular.
Las fuerzas opositoras, políticas y sociales, no sólo no son responsables de esta deriva, sino que han hecho en estos últimos años importantes esfuerzos por construir una ruta que permita un proceso de transición pacífico y democrático. Por ello la dirigencia mayor de ella, dirigentes de partidos con algún liderazgo importante, ha sido encarcelada, torturada y otra está en el exilio. De modo que aquí el conflicto es entre un gobierno de rasgos autoritarios –totalitarios– y alianzas del mismo tenor: China, Turquía, Rusia, Irán, contra una oposición democrática y sus aliados, gobiernos de vocación democrática.
Desafortunadamente, estos intelectuales críticos no pueden apreciar este cambio de paradigma, ni el esfuerzo hecho por los partidos políticos opositores, porque su diagnóstico está demasiado condicionado por una ideología de izquierda todavía anclada en el siglo XX, que privilegia el antimperialismo por sobre la defensa de los derechos humanos. Y según la cual Occidente es lo peor por aquello de la colonialidad del saber y otras corrientes en las que el pensamiento occidental ha sido estigmatizado.
Dicen estos intelectuales querer evitar un derramamiento de sangre, cuando cada día que permanece Maduro en el poder se derrama sangre sin la más mínima consideración. El hambre y la falta de medicinas matan todos los días a los más vulnerables, las cifras son espeluznantes y sólo reflejan una parte de la realidad, pues el gobierno niega cifras oficiales y presiona a médicos y centros de salud para que distorsionen datos sobre causas de muerte. Los suicidios, por su parte, se han más que duplicado.
La represión a los sectores populares ha sido atroz, desde que tuvieron la temeridad, los pobres, tan malagradecidos, de salir a protestar contra Maduro el 23 de enero. Los han perseguido de noche en sus casas, en los barrios populares adonde llegan los cuerpos de seguridad, ahora principalmente un grupo de militares y paramilitares llamado Fuerza de Acciones Especiales (Faes, adscrita a la Policía Nacional Bolivariana), encapuchados y allanando hogares en el más puro estilo fascista. Se llevan ahora como novedad a menores de edad; sí, niños y adolescentes. El Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea) ha contabilizado al menos 35 muertos, y el Foro Penal más de 800 detenidos, que el Observatorio Venezolano de Prisiones denuncia que van a engrosar las cárceles hacinadas, controladas por delincuentes y sin capacidad ni siquiera de alimentarlos. Pero estos intelectuales están demasiado preocupados por lo que dicen es un “guion” que hizo Estados Unidos y que siguen la oposición venezolana y el Grupo de Lima, que son lacayos del imperialismo. Nada más falso.
Los sucesos de enero en Venezuela, si leyeran fuentes distintas a Aporrea y se quitaran las gríngolas [anteojeras] ideológicas, les harían notar que la actualidad es bastante más compleja que el mundo bipolar de la Guerra Fría, que hace rato acabó, y que estamos en otra situación. Por supuesto que todos tememos lo que pudieran tratar de hacer las potencias, no sólo Estados Unidos, sino los capitalismos salvajes de China y Rusia que hoy vuelan como buitres sobre el país, gracias al comandante eterno, que los recibió con los brazos abiertos y les dio todo tipo de facilidades sin control, permitiendo que hoy estén participando del botín en que se ha convertido Venezuela. Pero el guion es básicamente nacional, producto de mucho debate y de gestiones entre partidos opositores dentro y fuera del país, de ciudadanos y organizaciones sociales, que lograron restañar heridas y también construir una articulación con actores relevantes de la comunidad internacional, que hoy juegan en coordinación con ellos y con el gobierno de Estados Unidos . Dicho sea de paso, Estados Unidos está actuando desde sus instituciones y usando, hasta ahora, armas económicas y diplomáticas.
Finalmente deseo destacar que ha habido cuatro intentos de negociación fallidos entre el gobierno de Maduro y la oposición, y si [los autores del documento] también siguieran la evolución de esos procesos, sabrían que los últimos pusieron de relieve la nula voluntad de diálogo o negociación del gobierno de Maduro, quien con el más puro estilo cubano ha utilizado el diálogo para desgastar a la oposición, dividirla y ganar tiempo. Tanto el Vaticano como el presidente de República Dominicana fueron manipulados por el gobierno en esas ocasiones, así como otros gobiernos, como el chileno, que trataron de mediar en buena fe, sólo para constatar que Maduro no tenía intención alguna de ceder en lo fundamental: dejar que los venezolanos decidan en elecciones el futuro que quieren. El chavismo no cree en la alternancia política. Ahora estos despistados piden “diálogo”.
Estos imposibilistas –como diría Hobsbawm–, izquierdistas con una posición moral purista que no les permite aliarse con nadie, proponen que se llame a elecciones generales, lo que truncaría el proceso que hoy camina hacia el cambio democrático, liderado por la Asamblea Nacional y su presidente del partido Voluntad Popular, Juan Guaidó. Con apoyo, sí, de Estados Unidos y actores de la comunidad internacional. Las alianzas, estamos conscientes, son un riesgo que se corre, pero no había alternativa frente a un ejercicio del poder cuasi sultánico, y la destrucción de la república y la nación que han propiciado tanto Maduro como su mentor, Hugo Chávez.
El parlamento actual, que los intelectuales críticos quieren sustituir, que hoy lidera la lucha con masivo apoyo popular y legitimidad, fue electo en las últimas elecciones relativamente competitivas –bastante injustas, por lo demás, como expliqué en un artículo en su momento– y por ello tiene un mandato legítimo y legal hasta 2021. ¿Por qué habría de ser remplazado, cuando quienes no han sido elegidos de acuerdo a la Constitución y las leyes han sido Maduro, el Tribunal Supremo de Justicia, el Poder Electoral y el Ciudadano? No sé si es ignorancia o mala fe esa propuesta. Además, esas elecciones, ¿qué instancia las va convocar, el actual Consejo Nacional Electoral (Cne), un brazo ejecutor de la voluntad de Maduro? La Asamblea Nacional aprobó el martes 29 de enero, en primera discusión, una ley de transición para comenzar a caminar de manera ordenada e institucional la ruta hacia la democracia. Pero eso no les satisface, ellos quieren un referendo; no sé cómo lo van a implementar.
Cuando vi ese documento sentí tristeza y frustración. Lo firman personas que estimo, inteligentes y creo que probas. Pero me parecen incapaces de situarse por encima de una ideología que ya no funciona. Afortunadamente en Venezuela tienen escaso eco. Quizás afuera sus percepciones e ideas hacen más daño, porque allí no se vive el día a día, y la información es compleja y confunde. Hubiera esperado que entendieran la hora, la ventana de oportunidades para el cambio político que se ha abierto para Venezuela, y que acompañaran a quienes han luchado desde todos los espacios de la sociedad, ahora liderados por la Asamblea Nacional y el liderazgo de su presidente. El movimiento prodemocrático nacional necesita de toda la fuerza sociopolítica que pueda tener. Los intelectuales críticos prefieren mantenerse puros y aparte. De todos modos, tendrán su espacio cuando regrese a mi país el pluralismo, la alternancia, en fin, la democracia.
* Historiadora venezolana y doctora en ciencias sociales por la Universidad Central de Venezuela. Prolífica investigadora y autora de varios libros, entre ellos Estados Unidos en Venezuela: 1945-1948 (revelaciones de los archivos estadounidenses) (1996), La protesta popular venezolana entre 1989 y 1993. En el umbral del neoliberalismo (1998), Democracia participativa en Venezuela. Orígenes, leyes, percepciones y desafíos (2011) y El ocaso del chavismo. Venezuela 2005-2015 (2016).
- Véase “No al ‘Estado paralelo’, a la intervención extranjera y al régimen inconstitucional de Maduro”, Brecha, 25-I-19.