La derecha y otros grupos de presión alientan la reducción del papel del Estado en la economía, promoviendo un ajuste fuerte sobre los ingresos y la calidad de servicios públicos sociales. Reivindican el “mercado perfecto” imaginario y una autoridad fuerte contra reformas liberales progresistas del Frente Amplio. Entretanto, izquierda y gobierno afrontan un dilema entre la gestión necesaria de las restricciones fiscales actuales, la presión inflacionaria y cambiaria –que exige mejorar la fortaleza fiscal y financiera del país a corto plazo– y el populismo económico disfrazado de “giro a la izquierda” con recetas que fracasaron en Venezuela y Argentina, más allá de algunos logros inclusivos.
Asimismo, la gestión seria del corto plazo es condición necesaria pero insuficiente para avanzar luego por el rumbo de un nuevo desarrollo. La falta de una visión del para qué y de medidas de tránsito hacia una sociedad nueva aumenta el malestar de muchos frenteamplistas. El gobierno debe retomar el impulso reformador de 2005 a 2009 en lo concerniente a gestión, educación o innovación.
Dentro del FA, el populismo económico es funcional a la ofensiva neoliberal, porque con fines compartidos, de crecer y distribuir, propone medidas que meten al país en un escenario de estanflación (estancamiento con inflación) como ya ocurrió entre 1955 y 1968: inversiones sin control, elevando tarifas, aumento de impuestos a la inversión cuando ésta se retrae en el Sur, controles obligatorios generales de precios (más allá de alimentos básicos, como la leche), cuando ese modelo se hunde en Venezuela como ayer con Pacheco Areco y la Coprin.
No son medidas contracíclicas sino procíclicas y causan desempleo y caída de inversión, lo que luego afectará la recaudación necesaria para mejorar el gasto público en sectores prioritarios para alcanzar cierta justicia social.
En Ancap hubo inversiones necesarias, pero también errores que dejaron pérdidas muy altas que pagamos todos por ineficiencia de gestión –la producción de cemento tiene pérdidas públicas y ganancias privadas.
Hay que cambiar el gobierno corporativo de las empresas públicas para no reiterar los errores recientes ni las décadas de desinversión que dejaron al ente desmantelado.
Entre la gestión responsable pero autocomplaciente de restricciones sin horizonte y el populismo económico de una izquierda refugiada en la defensa de viejas corporaciones, hay un camino distinto.
La renovación y el cambio deben unir fuerzas para reinventar el Frente Amplio con la ciudadanía como centro, sobre el principio democrático de un frenteamplista, un voto.
Recientemente, en su libro El Estado emprendedor, Mariana Mazzucato mostró cómo el Estado funciona como agente emprendedor y se hace cargo de inversiones arriesgadas e inciertas. Basta ver el ejemplo de las tecnologías limpias, como turbinas eólicas y paneles solares para descubrir un Estado inseparable de la financiación en etapas iniciales de alto riesgo.
Los estudios de Peter Evans y Albert Hirschman indican que el éxito del desarrollo humano es inseparable de las capacidades públicas de altísimo nivel y de un Estado socialmente enraizado y abierto a la participación e iniciativas ciudadanas, como ya sucede con 130 Centros Mec, 700 centros de atención primaria en salud y 130 plazas de deporte comunitarias.
No es sólo el civil service australiano, danés, noruego, o las burocracias técnicas de Taiwán y Corea. Arraigo social y capacidades técnicas deben ir de la mano. Y eso es opuesto a la receta neoliberal del Estado mínimo, pero también de un estatismo populista que crea rentas improductivas que pagamos todos.
Un nuevo paradigma de desarrollo humano jerarquiza la economía verde, como hicimos con las energías renovables: actúa sobre las emisiones de la ganadería y la agricultura, premia en compras públicas a empresas públicas o privadas que adopten medidas de mitigación, amplía áreas protegidas, frena una urbanización salvaje que mata la gallina de los huevos de oro de una costa más natural y protegida, y usa nuevos materiales y energía no contaminante en infraestructuras.
Después de la mejora fiscal y financiera, más recursos serán necesarios para avanzar en educación, cuidados, e innovación con calidad del gasto. La actual presión impositiva sobre el capital o los incentivos para promover inversión no son sagrados ni intocables, lo que sí debemos analizar es si las reglas favorecen la distribución con crecimiento o el estancamiento con inflación. El Frente Amplio está en una cruz de caminos: repetir la agenda que aplica desde hace 11 años o huir hacia el refugio del populismo económico y las viejas certezas. Por eso debe reinventarse democráticamente y dar un nuevo impulso reformador con participación de la clase trabajadora en la distribución de la renta. Debe crear un motor potente para el nuevo desarrollo mediante la unión de las agencias de pequeñas y medianas empresas, el desarrollo científico-técnico y el apoyo al sector autogestionario y social. Y contra el laissez faire del mercado debe seleccionar diez sectores productivos estratégicos para agregar valor y crear empleos de calidad con estímulos coherentes.