¿Quién les pone cascabel a las protestas? - Brecha digital
Francia en las calles contra la reforma jubilatoria

¿Quién les pone cascabel a las protestas?

Una huelga general y las mayores manifestaciones en casi tres décadas contra la reforma jubilatoria no estarían impidiendo al gobierno sacar adelante un proyecto que solo convence a las elites y es rechazado por tres cuartas partes de la población.

↑ Manifestación contra la reforma jubilatoria en Calais, Francia, el 7 de marzo Afp, François Lo Presti

¿La sexta será la vencida? En su mayor movilización desde que comenzaron a manifestarse contra la reforma jubilatoria de Emmanuel Macron en enero, las centrales sindicales y los movimientos sociales franceses sacaron a las calles el martes 7 a una inmensa multitud (3,5 millones, según los sindicatos, la mitad, según la Policía). Más aún: la huelga general convocada para ese día paralizó el país. Ni transporte, ni servicios públicos, ni clases, y las refinerías comenzaron a ser bloqueadas. El miércoles 8, la movilización se extendió a las marchas de mujeres. Otras dos jornadas ya fueron convocadas por la intersindical: una para mañana, sábado, y otra para la semana próxima.

No se vivían movilizaciones así desde 1995, también contra una reforma jubilatoria (véanse, en Brecha, «Una reforma para los muertos», 20-I-23, y «El abajo que se mueve», 17-II-23). Hoy hay centrales sindicales y movimientos políticos que apuestan a ir por ese camino, vista la intransigencia de un gobierno que pretende aprobar su reforma, a como dé lugar, a más tardar a mediados de año. Y ello a pesar de que la magnitud de las movilizaciones populares da razón a los sondeos, según los cuales tres cuartas partes de los franceses rechazan el proyecto del Ejecutivo. Hay legisladores de formaciones que anunciaron su respaldo al proyecto que ahora están dudando. Por el momento, el macronismo sigue contando con los votos necesarios.

Tradicionalmente, cuando en Francia un proyecto de ley provocaba un repudio de estas dimensiones, el gobierno de turno tomaba nota y lo retiraba. Así fue hasta comienzos de los dos mil. Desde entonces las cosas han cambiado. Y bajo las gestiones de Macron más aún.


«Entre 1983 y 2002 –dice en el semanario Le 1 Hebdo la historiadora de los movimientos sociales Danielle Tartakowsky– una docena de movilizaciones callejeras lograron acabar con otros tantos proyectos de ley y forzar la renuncia de los ministros implicados. […] La manifestación funcionaba como una suerte de referéndum de iniciativa popular espontáneo.» Pero a partir de que las elites decidieron acelerar «la transformación del modelo social francés en un sentido neoliberal», apunta por su lado el portal Mediapart (16-II-23), la intransigencia de los sucesivos gobiernos fue aumentando a medida que se fue profundizando el proceso de desmantelamiento del Estado social construido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. La violencia de la represión creció a la par de ese proceso, que involucró tanto a administraciones de derecha como a socialdemócratas, aunque el liberal Macron ha ido bastante más lejos.

Tan lejos ha llegado el actual gobierno en su voluntad de quebrar las movilizaciones callejeras, tan violenta y clara es su opción por «los de arriba» que ha logrado que, por primera vez en décadas, se constituya en su contra un frente común de todas las centrales sindicales (son ocho) y de todo el abanico de la izquierda, desde la más moderada hasta la que se presenta como más radical.

No es para nada anodino que un actor sindical conocido por su moderación estime no tener otra salida que endurecer el tono de la protesta», constató Mediapart el martes 8. En la izquierda política y social el debate está instalado en la manera de actuar para que la lucha contra la reforma jubilatoria no se limite a ese solo punto y no suceda como en 1995, cuando el proyecto del gobierno de entonces fue retirado, pero eso no cambió la correlación de fuerzas con la derecha, o como en 2019, cuando el movimiento de los chalecos amarillos, de los más largos de la historia de Francia y de los reprimidos con mayor violencia, logró algunas conquistas parciales que comenzaron a ser desarticuladas apenas pasada la pandemia. Rob Grams, animador de Frustration Magazine, ligada a sectores de la extrema izquierda social, apuntaba el 2 de febrero que solo la ocupación duradera de empresas y fábricas clave que bloqueen la economía podría permitir en las actuales condiciones el retiro del proyecto de reforma, porque al Ejecutivo le importa un bledo que la protesta se masifique y solo entiende un planteamiento de choque.

Y, aun así, dicen también en Francia Insumisa, el principal partido de la izquierda y de la oposición, no es seguro que Macron ceda, vista su convicción de que el gobierno tiene derecho a gestionar el país como lo entienda y que «ninguna manifestación callejera» lo hará retroceder. La arrogancia del presidente y su intransigencia forman parte de un proyecto político, piensa Clémentine Autain, una de las referentes del partido dirigido por Jean-Luc Mélenchon. En esta fase del «desarrollo capitalista neoliberal» en Francia, afirman en Mediapart, el acento está puesto en forzar la aprobación de reformas estructurales que las elites consideran decisivas. Macron apuesta, a su vez, a dividir al movimiento social haciendo concesiones menores y a su capacidad comunicacional, su poder de seducción.

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