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Los lentos movimientos de la política uruguaya

Qué mirar en las departamentales

Este fin de semana termina, después de dos años agotadores, el ciclo electoral 2019-2020. Por más que tome la forma de 19 elecciones simultáneas, la del domingo es una elección nacional. La relación de fuerzas entre partidos para los próximos años se termina de definir, y los resultados pueden decirnos mucho sobre hacia dónde se está moviendo la política uruguaya.

Melo, Cerro Largo Mauricio Zina

Si miramos las elecciones uruguayas por departamento y contamos desde 2004, incluyendo las elecciones nacionales, los balotajes y las departamentales, podemos clasificar los departamentos en tres categorías: aquellos donde siempre ganó el Frente Amplio (FA) –Montevideo y Canelones–, aquellos donde siempre ganó el Partido Nacional (PN) –Tacuarembó, Durazno, Flores y Lavalleja– y los demás, que son los interesantes.

El primer grupo de departamentos interesantes está compuesto por Salto, Paysandú, Río Negro y Rocha. Allí, el FA se ha acostumbrado a tener buenos resultados. En Salto, ganó ocho de diez veces; en Rocha, otras ocho; en Paysandú, siete, y en Río Negro, cinco (incluidas cuatro de las últimas cinco elecciones). Hoy el FA gobierna estas cuatro intendencias. En el segundo grupo de departamentos interesantes, el FA ha ganado en las elecciones nacionales y los balotajes, pero nunca en las departamentales. Estos son Soriano (donde ganó en octubre de 2004, 2009, 2014 y 2019), Colonia (donde ganó en octubre de 2009, 2014 y 2019), San José (donde ganó en las mismas ocasiones que en Colonia), Cerro Largo y Rivera (en ambos ganó en las dos vueltas de 2014). Aparece una pregunta: ¿por qué en estos lugares el FA ha logrado ser competitivo en las elecciones nacionales, pero no en las departamentales? El tercer grupo de departamentos interesantes es el de aquellos donde el FA ganó una elección departamental, pero nunca volvió a ganar. Estos son Florida, Treinta y Tres, y Artigas. A este grupo podríamos sumarle el caso particular de Maldonado, donde el FA ganó cuatro de cinco elecciones entre octubre de 2004 y octubre de 2014, para luego nunca más ganar. Aquí podemos hacernos otra pregunta: ¿por qué el FA retrocedió en aquellos lugares donde retrocedió?

Es sabido que el FA ganó por primera vez una elección departamental en 1989, en Montevideo. Recién logró romper su aislamiento capitalino en octubre de 1999, cuando ganó, además, en Canelones, Maldonado y Paysandú, aunque no logró conquistar ninguna de esas intendencias en las departamentales del año siguiente. Tuvo que esperar hasta mayo de 2005, cuando, surfeando la ola de su victoria en primera vuelta unos meses antes, ganó ocho intendencias: su mejor desempeño si contamos que la mayor cantidad de departamentos ganados fue en octubre de 2014, cuando triunfó en 14 departamentos y dejó al PN aislado en el centro del país. En octubre de 2019 ganó en «sólo» nueve departamentos y un mes después se vio reducido a Montevideo y Canelones. Así, se puede apreciar un ascenso, un pico y una caída de la llegada territorial del FA. El domingo podremos ver cómo sigue esa tendencia. Una de las interpretaciones posibles va a ser la de quienes intenten ver avances o retrocesos respecto a octubre de 2019 o mayo de 2015. El FA intenta no mostrarse desplomado y ganar con claridad Montevideo y Canelones, más Salto, Rocha y algún otro; el PN, avanzar sobre el territorio frenteamplista y no tener sorpresas en la retaguardia, y el Partido Colorado (PC), mantener Rivera.

FORMAS DE ELECCIÓN

Una elección departamental tiene sus particularidades, que la hacen no del todo comparable a las elecciones en las que se eligen las autoridades nacionales. En las departamentales no hay segunda vuelta y los múltiples candidatos de cada partido acumulan por la ley de lemas, en un sistema parecido al que había para las elecciones presidenciales antes de la reforma de 1997. Una pequeña digresión: las ciencias sociales, siempre dudosas de su estatuto científico, raramente les llaman leyes a las regularidades que encuentran. Una de las pocas excepciones es la ley de Duverger, que plantea que los sistemas electorales afectan a los sistemas de partidos: los sistemas de mayoría simple tienden a favorecer el bipartidismo, mientras que otros, como los de segunda vuelta, hacen más viables los terceros partidos. En Uruguay, el sistema departamental es de un tipo y el presidencial, de otro, por lo que en el primer caso hay una tendencia (en cada departamento) al bipartidismo y en el segundo, al tripartidismo.

Tomemos el ejemplo de Salto: según las encuestas, es posible que allí blancos y colorados voten bien, dividiendo votos y haciendo posible una victoria del FA, aun estando lejos del 50 por ciento de los votos. Los votantes del partido que va tercero pueden preguntarse si su voto no está siendo desperdiciado, lo que tiende a provocar que sólo dos partidos sean viables. Esta es la razón por la que, en la elección nacional, se introdujo el balotaje, no tanto para evitar la victoria del FA como para evitar la desaparición de alguno de los partidos tradicionales. Pero el problema que el balotaje solucionó en la elección nacional persiste en la departamental, en la que sigue vigente el viejo sistema. Para evitar que sean los votantes quienes, a través del voto útil, hagan desaparecer uno de los partidos en un departamento, los dirigentes tienen que encontrar soluciones creativas. Es por eso que para 2015 blancos y colorados crearon en Montevideo el Partido de la Concertación (que habría sido su vehículo de preferencia para estas elecciones departamentales, pero, insólitamente, en la interna de junio no lograron los 500 votos para habilitar ese lema) y hoy compiten, junto con Cabildo Abierto (CA), bajo el lema del Partido Independiente (PI).

CA tuvo un problema similar: después de su relativamente buena votación de octubre, se enfrentó a la posibilidad de votar muy mal ante la polarización de la competencia entre blancos y frenteamplistas. Por eso, en los departamentos de Soriano, Rocha, Treinta y Tres y Artigas los ultraderechistas presentan sus candidatos bajo el lema del PN, mientras que en Salto dividen su apoyo entre el PN y el PC, y en Cerro Largo presentan listas con los dos candidatos blancos. En el resto de los departamentos presentaron su propio lema. Esto hace posible que algún candidato de CA gane la intendencia bajo el lema del PN. De todos modos, es probable que en la mayor parte del país CA vote peor que en octubre. Si bien esto puede explicarse, en parte, por el sistema electoral, también nos diría que la de Manini no es una fuerza electoral tan ascendente como parece.

A esto se suma la cuestión de la ley de lemas. Como cada partido puede presentar hasta tres candidatos, puede suceder que la elección se polarice no entre partidos, sino entre candidatos de un mismo partido, y que este se infle más allá de su votación «natural». Es posible que esto ocurra en lugares como Maldonado y Cerro Largo, donde la interna blanca puede comerse la elección.

Todo esto nos dice que las elecciones del domingo no nos van a dar un resultado comparable al de octubre. Lo que no quiere decir que sea una imagen menos «verdadera»: más bien, resalta el hecho de que los resultados electorales no son expresiones espontáneas de la voluntad popular.

MUTACIONES

Tal como un día terminó el bipartidismo, hoy está llegando a su fin la era en la que el FA araña el 50 por ciento, el PN es su principal contendiente, el PC saca algo más del 10 por ciento de los votos y algún partido menor busca llegar al Parlamento. La aparición del Partido de la Concertación puede parecer algo anecdótico, pero no es algo menor. Fue la explicitación de que el PN y el PC pueden ser superados como herramienta política y chasis electoral. Esto ya era un hecho para la mayoría de sus votantes, que se intercambiaban sin problema para las segundas vueltas (y, muchas veces, también para las elecciones departamentales) para evitar que el FA ganara. Hay que agregar la aparición de CA. Ya no hay dos partidos importantes de derecha, sino tres, y no es evidente qué efectos va a tener esto en el sistema.

A eso se suma el gobierno de la «coalición multicolor». Estas elecciones departamentales la muestran muy entrelazada: CA funciona en varios departamentos como un sector del PN, el PI funciona como el lema bajo el cual compiten sus socios y apoya al PN en lugares como Canelones y Maldonado, y el Partido Ecologista Radical Intransigente (socio informal de la coalición) «apoya» al PI en Montevideo. Entre tanto, los colorados insisten en no morir y presentan candidatos, muchos de ellos testimoniales, en 18 departamentos.

LO QUE HAY DETRÁS

A muchas personas (sobre todo en Montevideo) les interesan poco los temas departamentales. ¿Qué tiene de político quién tapa los pozos y cambia las lamparitas? Primero, tiene mucho de político, en la medida en que no se tapan los pozos ni se cambian las lamparitas de igual forma en todos lados. Segundo, lo que se juega en las elecciones departamentales no es solamente eso. Las intendencias hacen mucho más que el ABC, y es una cuestión política definir cuánto más hacen. Pero más importante aún es que las elecciones locales son una instancia para ver la política de una forma más granular y apreciar que las grandes pinceladas políticas están hechas de muchos trazos diminutos (aunque no es razonable ni deseable reducir lo local de la política a lo subnacional de la política partidaria). El problema es que, para ver estos pequeños trazos, hay que ir, hablar, ver la prensa local, estudiar la economía y la historia.

En las campañas territoriales, el tema central son las obras (las que se hicieron y las que se prometen). El reverso de la cuestión de las obras son las acusaciones de corrupción. Lo que está en juego es el aparato de la intendencia, su uso para hacer promesas a grupos o zonas del departamento y, por qué no, su posibilidad de dar empleo a quienes arrimen votos. Al mismo tiempo, está en cuestión si esas son prácticas legítimas o no. Así, la disputa departamental suele tomar la forma de una disputa entre la modernización y el feudalismo. El episodio en el que el país entero escuchó a Carlos Moreira ofrecer trabajo a cambio de sexo es la ilustración más grotesca de este punto. Modernizar y emprolijar las intendencias puede ser visto como una cuestión de dignidad, de evitar que las comunas sean usadas de esta forma. A esto se oponen el orgullo de ser de un lugar y la lealtad a ciertas redes de favores, historias y afectos.

Si miramos el mapa electoral, podemos imaginar una disputa entre dos centros de irradiación: uno irradia desde el área metropolitana y se extiende por el contorno del país; el otro, desde el centro ganadero del país hacia afuera. Cuando uno avanza, el otro retrocede, se forman zonas de frontera y enclaves. El litoral frutícola, turístico y otrora industrial, la soja de Soriano, los granjeros de Colonia, los cañeros de Artigas, el este playero y especulador, el Olimar arrocero, la frontera comercial, la madera que tapiza el norte, la universidad y los cuarteles, las historias de lucha y la influencia de los países vecinos operan para un lado u otro, a menudo de formas ambiguas. Todo esto, con cierta vinculación con el ciclo económico. Es posible, quizás, ver el bajón de la construcción de Maldonado y el descenso del precio de los productos agrícolas en las departamentales de 2015. Podría pensarse que, cambiando esas estructuras sociales, puede transformarse la política de esos lugares, lo que es razonable. Pero sería sólo una hipótesis. Habría que estudiar con cuidado los cambios sociales que se dieron en las últimas décadas en los diferentes lugares y sus efectos políticos, no sólo en la cantidad de votos de los partidos. El domingo tendremos más elementos para pensar en esto.

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