“No se puede sólo presentar listas de exigencias y luego negarse a negociar”, protestó el martes el canciller qatarí Mohamed bin Abdulrahman al Zani. Pero precisamente de eso se trata, según confirmó ese mismo día su par saudí, Adel al Yubeir, a la prensa: las 13 condiciones exigidas a Qatar por los estados que realizan un boicot en su contra desde el 5 de junio no son negociables. “Depende de los qataríes modificar su comportamiento, y una vez que lo hagan, las cosas se resolverán, pero si no lo hacen permanecerán aislados”, sentenció Al Yubeir.
Entre las condiciones para levantar el bloqueo, se le pide a Qatar que cierre la cadena de noticias Al Jazeera y que abandone todo vínculo con Irán. Además, el Estado qatarí se sometería a auditorías mensuales del Consejo de Cooperación del Golfo y a pagar compensaciones a sus vecinos por “pérdidas de vidas y otras pérdidas financieras” causadas por las políticas del emirato, al que acusa de apoyar al terrorismo en la región. Si acepta las demandas, Qatar perdería su soberanía en su política exterior, denunciaron sus autoridades.
Gracias al gas natural, Qatar es el Estado más rico del mundo. Su PBI per cápita está por encima de los 120 mil dólares y sus jeques recorren el mundo a golpes de billetera; sólo en Londres poseen tres veces más propiedades que la reina de Inglaterra, recordó hace poco The Telegraph. Pero no por eso Qatar deja de ser una pequeña porción de desierto recortada sobre el Golfo Pérsico, con un poder militar risible frente al de sus vecinos. Así al menos lo entiende su hermano mayor, Arabia Saudita.
No es admisible por tanto, razonan en Riad, que los qataríes insistan en financiar grupos de oposición, como los Hermanos Musulmanes, y mantener buenas relaciones con el archienemigo iraní. El momento propicio para recordarle a Qatar su lugar subalterno en la familia de autocracias del Golfo llegó con el espaldarazo que Donald Trump dio al monarca saudí en mayo. “El rey Salman ha dado una fuerte demostración de liderazgo”, dijo Trump, de visita en Riad, en una increíble alusión al combate al terrorismo en la región.
No en vano el artífice de ese auspicioso viaje de Trump a Arabia Saudita es, al mismo tiempo, la principal figura detrás del bloqueo a Qatar. Mohamed bin Salman, hijo del rey y hombre fuerte de la corte saudí, fue uno de los primeros líderes de la región en visitar al estadounidense apenas llegó a la Casa Blanca. Meses después, y con apenas 31 años, Mohamed acaba de dar un resonante golpe palaciego al desplazar a su primo de 57 del puesto de príncipe heredero.
El cambio generacional al frente del país también conlleva un cambio de estilo. “Joven y temerario”, lo llamó The New York Times; dueño de una reputación de “impulsividad, agresividad y escaso criterio”, para el analista británico Patrick Cockburn. Lo cierto es que Mohamed, al frente del Ministerio de Defensa desde enero de 2015, es la pieza clave en el apoyo saudí a grupos yihadistas sirios como Ahrar al Sham, y quien lidera la infructuosa invasión que ha dejado a Yemen en emergencia humanitaria (The Independent, 12-V-17).
Además, según informó The Times de Londres, es él quien discute junto a la administración Trump el establecimiento de lazos comerciales en los próximos meses entre Arabia Saudita e Israel. La movida sería “un preludio a un acuerdo de paz y al pleno reconocimiento de Israel por los estados del Golfo” (The Times, 17-VI-17).
El rápido ascenso del nuevo príncipe heredero es una de las claves de la obstinación saudí en el bloqueo contra Qatar. Para el analista palestino Mouin Rabbani, “esta crisis, al igual que la guerra en Yemen, tiene como objetivo mostrar las habilidades de liderazgo de Mohamed bin Salman y por lo tanto su elegibilidad para el trono saudita. Por lo tanto, no puede permitirse una caída que pinche aun más su reputación” (Jadaliyya, 22-VI-17).
Por su parte, los gobiernos de Egipto y de Emiratos Árabes Unidos parecen decididos a ajustar cuentas con quien es el patrocinador de los principales grupos de oposición en ambos países. El embajador emiratí en Rusia incluso amenazó con la posibilidad de que su gobierno obligue a los socios comerciales de los países del Golfo a elegir entre Qatar y el resto (Reuters, 28-VI-17).
En los últimos días el gobierno de Qatar evitó –al menos por el momento– el fantasma de una agresión militar. A eso ayudó la llegada de tropas desde Turquía, su principal aliado en la región y usuario de una base en el país que los cuatro antagonistas demandan sea cerrada. Además, el propio Estados Unidos, que ya demostró que juega a dos bandas en este conflicto, realizó el 18 de junio ejercicios militares conjuntos con las tropas qataríes. Sin embargo, Qatar no podrá permanecer aislado por mucho tiempo. Resta ver a qué costo romperá ese cerco.