Gustavo Rodríguez nació en Lima en 1968, pero sus recuerdos empiezan cuatro años después, cuando se fue a Trujillo, 560 quilómetros al norte, donde su padre, Alejandro, había comprado una farmacia. Allí, en un depósito que le servía de casa a la familia, cerca de un mercado, a través de una ventana cuadrada de no más de 15 centímetros de lado veía pasar la vida, y no era su mejor versión: una calle estrecha con más depósitos al frente, el asfalto repleto de chapas de cervezas y gaseosas que tiraban de los camiones que pasaban y, ocasionalmente, un loco harapiento, borracho y tembloroso apoyado en una puerta metálica. Había una chingana y un bar en la esquina con más borrachos. Sonaba el balido de los chivos que llegaban al mercado para ser vendidos. Pero, en la misma época, esta visión un...
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