[…] Ya en 1843 el joven Karl Marx afirmó que al antiguo régimen alemán “simplemente le da por pensar que cree en sí mismo y exige que el mundo piense lo mismo”. En una situación así, denunciar la sinvergüencería de los que están en el poder se convierte en un arma. O, como añade Marx, “la vergüenza debe hacerse más vergonzosa, dándola a conocer”. Y esta es exactamente nuestra situación: nos encontramos ante el cinismo desvergonzado del actual orden global, a cuyos agentes les da por pensar que creen en ideas de democracia, derechos humanos, y, a través de revelaciones como las de Wikileaks o los Papeles de Panamá, la vergüenza se vuelve más vergonzosa por el hecho de darle publicidad.
Un rápido vistazo a los Papeles de Panamá revela dos características. Una, positiva, es la solidaridad de los participantes. En el tenebroso mundo del capital global, todos somos hermanos. Allí está el mundo occidental desarrollado que se da la mano con Putin y el presidente de China, Xi. Irán y Corea del Norte también están ahí… Es un verdadero reino del multiculturalismo, donde todos son iguales y diferentes. La otra, negativa, es la contundente ausencia de Estados Unidos, lo que le da cierta credibilidad a la afirmación de Rusia y China de que hay intereses políticos involucrados en la investigación.
Entonces, ¿qué vamos a hacer con todos estos datos? […] Desde la crisis de 2008, personajes públicos, del papa hacia abajo, nos bombardean con exhortaciones a luchar contra la cultura de la codicia y el consumo excesivo. Este espectáculo repugnante de moralización barata es una operación ideológica. La compulsión (a expandirse) inscrita en el sistema mismo se traduce en pecado personal, en una propensión psicológica privada o, como expuso uno de los teólogos cercanos al papa, “la crisis actual no es una crisis del capitalismo, sino una crisis de la moral”. Incluso sectores de la izquierda siguen este camino. No es que falte anticapitalismo en la actualidad. Hace un par de años estallaron protestas de okupas e incluso estamos asistiendo a una sobreabundancia de críticas de los horrores del capitalismo. Proliferan libros e investigaciones periodísticas sobre empresas que contaminan sin piedad nuestro ambiente, banqueros corruptos que siguen obteniendo cuantiosas primas mientras sus bancos son rescatados con dinero público, talleres clandestinos donde trabajan niños…
Hay, sin embargo, una pega a todas estas críticas. Lo que no se cuestiona en ellas, por implacables que puedan parecer, es el marco democrático-liberal en el que luchar contra estos excesos. El objetivo es democratizar el capitalismo, ampliar el control democrático sobre la economía a través de la presión de medios, investigaciones parlamentarias, leyes más estrictas, investigaciones policiales… Ahora bien, el sistema como tal no se cuestiona y su marco democrático institucional de Estado de derecho sigue siendo la vaca sagrada que ni siquiera tocan las formulaciones más radicales de este “anticapitalismo ético”, como el movimiento okupa.
[…] Cuando, durante un debate televisivo en Francia, hace un par de años, Guy Sorman afirmó que democracia y capitalismo van forzosamente de la mano, no pude resistir hacerle la pregunta obvia: “Pero ¿qué pasa con la China de hoy?”. Replicó con gran brusquedad: “¡En China no hay capitalismo!”. Para un procapitalista fanático, como Sorman, si un país no es democrático no es verdaderamente capitalista, sino que practica una versión desfigurada del capitalismo. […] Así es como el apologista del mercado explica la crisis de 2008: no fue el fracaso del libre mercado lo que la provocó, sino la excesiva regulación. Es decir, el hecho de que nuestra economía de mercado no lo era de verdad sino que estaba bajo las garras del Estado de bienestar. En los Papeles de Panamá éste no es el caso. La corrupción no es una desviación contingente del sistema capitalista global, es parte de su funcionamiento básico.
La realidad que se desprende de los Papeles de Panamá es la de la división de clases. Demuestran que los ricos viven en un mundo aparte en el que se aplican reglas diferentes, en el que el sistema legal y la autoridad de la policía están fuertemente tergiversados y no sólo protegen a los ricos sino que están preparados para retorcer de forma sistemática el imperio de la ley para complacerlos a ellos. Recuérdese el chiste cruel de la película To be or not to be, de Lubitsch. Cuando se le pregunta acerca de los campos de concentración alemanes en la Polonia ocupada, el oficial nazi responde brutalmente: “Nosotros ponemos la concentración y los polacos, la acampada”. ¿No puede predicarse eso mismo de la quiebra de Enron en 2002? No cabe duda de que los miles de empleados que perdieron sus puestos de trabajo y sus ahorros estaban expuestos a un riesgo. Pero lo cierto es que no tenían otra opción. El riesgo se les presentó como un destino ineludible. Aquellos que, por el contrario, tuvieron efectivamente una idea de los riesgos, así como la posibilidad de intervenir en la situación (los altos directivos), redujeron al mínimo sus riesgos al liquidar sus acciones y opciones antes de la quiebra. Vivimos en una sociedad de alternativas de riesgo, pero unos (los directivos de Wall Street) eligen las alternativas mientras que otros (la gente corriente que paga hipotecas) corren los riesgos.
Ya hay muchas reacciones de liberales de derecha ante los Papeles de Panamá que echan la culpa a los excesos de nuestro Estado de bienestar (o a lo que queda de él). Como la riqueza está tan fuertemente gravada, no es de extrañar que haya quien trate de trasladarla a lugares con menores impuestos, lo que, en última instancia, no es ilegal. Por ridícula que sea esta excusa (lo que los Papeles de Panamá revelan son transacciones que quebrantan la ley), este argumento tiene algo de verdad. En primer lugar, la línea que separa las transacciones legales de las ilegales se está volviendo cada vez más borrosa y con frecuencia se reduce a una cuestión de interpretación. En segundo lugar, los dueños de riquezas que las han trasladado a cuentas sin control y a paraísos fiscales no son monstruos codiciosos, sino individuos que actúan como sujetos racionales que tratan de salvaguardar su patrimonio. En el capitalismo, no se puede tirar el agua sucia de la especulación financiera y mantener al bebé sano de la economía real: las aguas sucias son consanguíneas del bebé sano. No habría que tener miedo de llegar hasta el final en este caso. El sistema jurídico capitalista global en sí mismo es, en su dimensión más fundamental, corrupción legalizada. La cuestión de en qué punto empieza el delito (en el que las operaciones financieras son ilegales) no es por tanto legal sino eminentemente política, una cuestión de lucha por el poder.
Entonces, ¿por qué miles de empresarios y políticos han hecho lo que documentan los Papeles de Panamá? La respuesta es la misma que la de la adivinanza jocosa y ordinaria: ¿por qué los perros se lamen los testículos (y los varones no lo hacemos)? Porque ellos pueden. n
* Filósofo esloveno. Esta columna se publicó íntegramente en el diario español El Mundo, el 14 de abril. Brecha reproduce fragmentos.