Los efectos económicos de UPM 2 son impresionantes. No solo los de la construcción de la planta. Cuando esta termine, la producción se irá iniciando gradualmente. Pero, aunque lleve un tiempo que la papelera alcance su desempeño óptimo, su contribución PBI me llevaría a descartar la posibilidad de que llegue a presentarse una recesión durante este gobierno», comentó a Brecha un competente observador de la evolución de la economía. Claro está que, entre los guarismos que se suman y restan para definir el monto del PBI o para que el digestor de la fábrica comience a cocinar la madera, no aparecen las vidas perdidas de los trabajadores que contribuyeron a levantar la mole.
«Capaz que soy un idealista, pero yo estoy convencido de que este tipo de proyectos pueden realizarse sin el costo de ninguna vida», decía este lunes al semanario Clemar Pérez, uno de los carpinteros responsables por los encofrados donde fragua el hormigón –que constituye la osamenta de la planta–, referente nacional de salud y seguridad laboral del Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos (SUNCA) y coordinador de seguridad en la obra. «Estoy convencido», insistió. Y agregó: «Por supuesto que para eso tiene que haber un compromiso de todas las partes, pero la manera en que venían marchando las cosas hasta marzo muestra que es posible». «Yo pensé que zafábamos», coincidió Pablo Neves, otro de los coordinadores en salud y seguridad, y además uno de los cañistas que están dotando a UPM 2 de lo que podría denominarse su sistema circulatorio. «La muerte de Matías fue un baldazo de agua fría», admitió. «Podíamos esperar cien tipos de muertes, menos esa.»
BALDAZOS
La narración del incidente devolvió a aquellos hombres la sensación de absurdo. Matías Méndez tenía apenas 25 años. Hacía un mes que estaba en la planta. La jornada del 21 de marzo estaba prácticamente terminada. El muchacho conducía un manitou: un manipulador telescópico, ese tipo de tractores que tienen un brazo mecánico para mover materiales. El capataz lo había liberado y el obrero llevaba a guardar la máquina. Pero el manitou volcó y el cuerpo de Matías fue aplastado por su peso. «Cuando llegamos y vimos que ni la gente del servicio de emergencia ni los bomberos estaban haciendo nada, ahí nos dimos cuenta de que estábamos en el peor escenario», recordó Clemar.
«Algo pasó, porque si el compañero hubiera permanecido en la cabina, tal vez solo estaríamos lamentando alguna fractura», observó Pablo. «Además, el camino por donde circulaba tenía un desnivel importante. Pero el manitou volcó en la dirección contraria a la que cabría suponer de acuerdo al desnivel», añadió Clemar. Podría pensarse que el muchacho, al advertir que el vehículo se desestabilizaba, intentó alguna maniobra que invirtió la dirección del vuelco y, viendo que no lograba evitarlo, saltó del aparato creyendo que esto lo pondría a salvo. La investigación no está terminada, pero el Ministerio de Trabajo observó que la empresa pudo haber «subestimado los riesgos» del manejo de aquel aparato, en el sentido de estar atenta respecto a que el trabajador supiera emplear la máquina para la producción, pero no haberlo capacitado adecuadamente para proceder en una situación como la que lo terminó matando.
La guadaña recién empezaba la siega. Tres días después, Jorge Lorenzo Martínez, chofer de una de las empresas que traslada al personal que reside en Paso de los Toros, paró para revisar una de las ruedas delanteras de su ómnibus. «La empresa era una de las tantas contratadas por Tur-Este, una compañía de ómnibus de Treinta y Tres empleada por UPM para resolver esos traslados. Tur-Este tiene instalaciones adecuadas para hacer el mantenimiento, pero las empresas chicas que subcontrata muchas veces no cuentan con ellas», explicó al semanario Sebastián Silva, dirigente del Sindicato Único de Choferes de Empresas de Turismo. Aquel jueves había llovido y Martínez había parado el ómnibus en una calle de tierra. Ubicó un gato hidráulico de un lado del vehículo y lo levantó, se situó debajo de este para colocar un segundo gato, pero el primero patinó por el barro y el coche cayó sobre el chofer.
LEJOS DE CASA
Actualmente operan en la planta unas 300 empresas. Quedan 6.200 trabajadores, 1 millar cumplen tareas administrativas o de servicio. De los poco más de 5 mil obreros, 2 mil son extranjeros. «Hay de todo, argentinos, brasileños, portugueses, chinos, rusos, ucranianos, serbios, checos», enumeró Pablo. «¿Cómo son esos a los que yo le digo Kazajistán?», le preguntó Clemar a su compañero. «De Azerbaiyán», respondió este. «Y había indios también, pero ya se están yendo, porque terminaron la caldera», añadió Clemar.
El 25 de julio, el trabajador ruso Oleg Llin, de 35 años, subió la escalera que conduce al techo de un digestor de 80 metros de altura. Allí se encontrarían después su casco, su cinturón de seguridad y su celular. Todo indica que se lanzó voluntariamente al vacío. De todos modos, Clemar entiende que el caso merece ser discutido en el contexto de las políticas de salud y seguridad laboral.
«¿Dónde está la red de contención para estos trabajadores extranjeros? No existe», sentenció. «Los uruguayos podemos volver a casa cada 15 días y ahí, más o menos, cargás las pilas. ¿Pero qué hacés con ese personal que pasa meses y meses a miles de quilómetros de sus familias (y, en el caso de rusos y ucranianos, con la angustia de que la guerra pueda alcanzar a los suyos…)? Vos tenés que tener redes de contención y eso no se tuvo en cuenta en el proyecto. Además, traés a esas personas para trabajar, pero no están las 24 horas trabajando. Entonces, ¿qué hacés con el tiempo de ocio de esos trabajadores? Nosotros se lo señalamos a la empresa y lo que hicieron fue una canchita de fútbol y una churrasquera… ¿Qué hacés con los problemas de alcohol y drogas? A veces ni siquiera se hacen los controles suficientes porque podrían quedarse sin el personal que necesitan. Ahí realmente hay un problema. Es cierto que es un problema de la sociedad, no es un problema particular de la empresa. Pero la empresa sabía que iba a traer 6 mil personas de todo el mundo. Habría que haber pensado en las redes de contención que necesitarían y en su tiempo de ocio.»
Pablo apoyó estos argumentos. «En Paso de los Toros –explicó–, donde está el grueso de la gente, tenés una oficina de UPM divina, prolijita, donde, al menos yo, nunca vi a nadie. Pero después tenés todos los boliches de la vuelta llenos de gringos chupando vodka. Son los mismos tipos que al otro día vas a encontrar en la obra. Y ellos ni siquiera tienen una organización como la nuestra, con delegados de salud y seguridad tratando de que la gente no se exceda porque eso puede terminar en accidentes.» La noche sigue con visitas a los prostíbulos y trifulcas que a veces tienen las peores consecuencias. «Ahora, todo eso genera consecuencias para adelante. ¿Y quién está mirando eso?», interpeló el trabajador.
Por cierto que no solo proxenetas, narcos y vendedores de alcohol se benefician de la presencia de toda esta mano de obra extranjera. Durante la construcción de la caldera mencionada, Pablo, que estaba haciendo su recorrida habitual por el sector que debe controlar, recibió una llamada. Era el delegado de salud y seguridad de la empresa checa Hutní Montáže, encargada de construir el artefacto. Le informó que los trabajadores indios estaban parados porque la empresa les debía dinero. Pablo se arrimó hasta donde estaban y descubrió que ese era solo uno de los problemas.
«El convenio de UPM con el SUNCA estableció que la empresa se encargaría de la alimentación de los trabajadores. Hay un comedor donde almorzamos, pero los indios se traían su vianda y comían sentados en el piso. Hutní aducía que por razones religiosas no aceptaban nuestra comida, pero hete aquí que la enorme mayoría de esos indios no eran hindúes ni musulmanes, eran cristianos. Lo que ocurría era que los checos les querían cobrar 7 dólares por el derecho al almuerzo», narró. «Ahora que lo arreglamos, bien que disfrutan los viernes, que hay vacío y chorizos», acotó Clemar.
«Después vino un trabajador que me mostraba su mano diciéndome que le dolía mucho», prosiguió Pablo. «Se lo llevó al hospitalito que hay en la planta y se comprobó que estaba quebrado. Hubo que trasladarlo a Montevideo para operarlo. Volvió con la mano llena de fierros. A los que tenían covid los tiraban en un contenedor y, si no fuera por sus compañeros, no habrían tenido qué comer. Había tres enfermos de varicela y los tenían trabajando. Algunos capataces checos llegaban a maltratar físicamente a sus subordinados, pero estos desistieron de formalizar las denuncias porque los casos de acoso laboral llevan como un año en resolverse y a ellos los rotan cada tres meses.» Sugestivamente, en la construcción bastan 100 jornales para generar derecho a despido y Hutní sin duda lo sabe: se asesora jurídicamente con CPA Ferrere, como hace la generalidad de las empresas subcontratadas, por consejo de UPM.
Había todavía algo más grave: «Se estaba izando un perfil y un compañero indio iba parado sobre él. El compañero cayó y se fracturó. Hutní lo metió en un cachilo y lo sacó de la obra. No lo llevó al hospitalito ni declaró el accidente. Hay guardias de seguridad y cámaras de vigilancia en todas las entradas, pero nadie se enteró. El hombre apareció allá en India, quebrado. Nos comunicamos con él por videollamada y nos informó de que no le habían pagado nada». Formalmente, el número de trabajadores extranjeros no excede lo que preceptúa la ley de zonas francas. El 75 por ciento del personal es uruguayo. «En los papeles está todo bien. Es como dice el Pablo Argenzio,1 a estos no los vas a agarrar sin papel higiénico para limpiarse el culo.» Esa proporción se cumple tomando en cuenta la totalidad del personal empleado, pero no en las tareas de montaje electromecánico, que emplea trabajadores altamente especializados.
«Nosotros no tenemos nada contra los compañeros de otros países –explicó Pablo–, pero, desde que se visualizó que se iniciaba un proceso que iba a requerir algunos oficios de alta calificación, el país y el sindicato han invertido mucho en capacitar a la gente. ¿Y ahora que tenés trabajo para ellos traés extranjeros? Las cañerías, las bombas, los motores llevan instrumentos, accesorios importados que pueden ser de medición, por ejemplo. El instrumentista es el tipo preparado para colocarlos y calibrarlos. En Uruguay habrá 50 instrumentistas. Pero en UPM no contrató más que dos o tres. Conozco compañeros altamente especializados que están levantando boniatos en una chacra», observó.
EL VÉRTIGO
La jornada del 25 de julio fue especialmente amarga. Constatada la muerte de Llin, el inspector del Ministerio de Trabajo Eduardo Ezcurra subió al techo del digestor para tomar el registro fotográfico, acompañado de algunos trabajadores. «Pero subir 80 metros no es para cualquiera», comentó Clemar. Estando ya sobre el techo, Ezcurra sufrió un ataque cardíaco. Uno de los obreros que lo acompañaba intentó inmediatamente, reanimarlo mediante masajes. Otro corrió escaleras abajo en busca de un desfibrilador. «Volvió a subir a todo lo que le daban las piernas, saltando los escalones de dos en dos. Es un tipo joven, flaquito, pero, así y todo, al llegar arriba, se descompuso», contó Pablo. «El protocolo de emergencia se había activado desde que se informó que alguien estaba cayendo desde el digestor, pero mientras esperábamos que el inspector fuera reanimado nos dimos cuenta de que no había nada previsto para bajarlo. Era todo improvisación», apuntó su compañero. «¿Hacíamos una cadena humana para bajar al inspector por la escalera? ¿Por qué no se había acercado ninguna grúa si el protocolo ya estaba activado?», cuestionó Pablo. «Había una a 20 metros, pero la movieron recién cuando yo me puse a romper las pelotas para que lo hicieran», agregó. Lamentablemente fue inútil. El corazón de Ezcurra no volvió a latir.
Quince días después, un trabajador de Saceem estaba a 8 metros del suelo, ocupado en hacer correr un cable sobre un «parral», que es una estructura metálica montada para hacer el tendido eléctrico aéreo. Parece un gigantesco andamio y está provisto de un transportador de rodillos para facilitar el deslizamiento de los cables. En este caso, se trataba de uno de 2 pulgadas de diámetro, extremadamente pesado, por lo que tenía atada una cuerda a su extremo hasta una máquina que tiraba de él. La función del trabajador era mantener el cable corriendo sobre los rodillos, porque a veces cae hacia un lado u otro. En eso estaba cuando la cuerda reventó.
«La investigación todavía está en curso», advirtió Pablo respecto a este último caso. «Lo que sabemos es que algo desestabiliza al compañero. En la caída se golpea la cabeza, lo que le produce heridas y varias fracturas en el cráneo, y queda colgado de su arnés, inconsciente.» En la planta hay un cuartelillo de bomberos con dos funcionarios. Inmediatamente vinieron en su pequeño camión. «Un camioncito de juguete. ¿En qué pensás vos cuando te hablan de un rescate realizado por los bomberos? En el bombero bajando en brazos a alguien a lo largo de su enorme escalera, ¿no? Bueno, en UPM no pasa eso. El camioncito no tiene escalera. Los bomberos miraban para arriba sin saber qué hacer», narró Pablo.
«La cosa es que al accidentado lo terminan bajando los propios compañeros», continuó. «El rescate no funcionó. Tuvieron que llamar una plataforma de Ciemsa, que tampoco la podías traer demasiado rápido porque el piso de tierra y lleno de piedras no permite andar muy ligero con máquinas como esa. Se demoró mucho, como 15 minutos, que pueden significar la diferencia entre la vida y la muerte o entre la vida y quien sabe qué estado.» «Todavía la pelea», acotó Clemar.
ES AHORA
«El SUNCA pisa fuerte, es cierto, pero pelea contra gigantes», sentenció después Clemar. Una de sus fortalezas es la estructura desarrollada para cuidar de la salud de los trabajadores. En su centro están los delegados de base de salud y seguridad. Su actividad es regulada por el decreto 125/2014, fruto de una negociación tripartita. Toda obra que emplee cinco trabajadores debe contar con uno. Son electos por la asamblea de los trabajadores y capacitados por el sindicato. Disponen de 20 horas mensuales dentro del horario de trabajo para verificar el cumplimiento de los protocolos establecidos para evitar los accidentes. Tienen una potestad muy importante: si evalúan que se está produciendo una situación que amenaza la vida o la integridad de algún trabajador, pueden ordenar la detención de las tareas. Más recientemente se desarrolló la figura del coordinador, un delegado de cierta experiencia, electo por el comité que integran todos los delegados de una obra. Su creación se fundamenta en que en las grandes obras existen sectores donde trabajan simultáneamente muchas empresas, pero la potestad de los delegados comunes no va más allá del área de trabajo de la empresa que lo contrató. Los coordinadores, en cambio, tienen competencia sobre todo un sector, sin importar la cantidad de empresas que estén desarrollando su actividad en él. En UPM 2 hay un centenar de delegados y diez coordinadores.
En cambio, el ministerio envía a la planta dos inspectores cada dos semanas. El cuerpo inspectivo ha disminuido sensiblemente en este período de gobierno: había 70, quedan 40 y pocos para inspeccionar todas las empresas del país. La respuesta al reclamo del SUNCA de que se intensifiquen las inspecciones ha sido que no hay presupuesto. También por razones presupuestales los inspectores duermen en la ciudad de Durazno, a 60 quilómetros de la obra, no en Paso de los Toros ni en Centenario, a 5 minutos de la planta, donde los alquileres son más caros. «¿Cómo hacemos para traer a los inspectores si hay un problema en la noche?», cuestionó Clemar.
Las constructoras, por su parte, tienen sus técnicos prevencionistas. La mayoría de ellos presentes diariamente en la obra. El argentino Juan Manuel Sosa Rodríguez es el referente máximo de UPM en la materia y el responsable último en el área. Un hospitalito, una ambulancia y el cuartelillo de bomberos dotado del vehículo ya descrito es el equipamiento esencial con que se cuenta para una planta que se extiende a lo largo de 6 quilómetros.
Todas las actividades tienen su ritmo. En algunas hay períodos extremadamente intensos. Los planes son que la papelera se ponga en funcionamiento durante el primer semestre del año que viene. Para la multinacional finlandesa hay mucho dinero en juego en que este plazo se cumpla. También hay mucho para sus subcontratadas, que pueden incurrir en multas por incumplimiento. Los capataces son las poleas de transmisión de toda esa ansiedad. Y, además, el trabajo entra en su etapa más peligrosa.
En los próximos meses, los últimos detalles de la obra civil se superpondrán a la intensificación de las tareas de montaje electromecánico y a las que se conocen como el comisionamiento, que significa poner a prueba toda la maquinaria instalada en la planta. «Pero, mientras vos estás haciendo esas pruebas, tenés también trabajadores dedicados a otras tareas, que no tienen idea de los riesgos que entraña el comisionamiento. Le podés estar inyectando presión a un caño y tener a un albañil a pocos metros y si salta la válvula de alivio, puede quemar al compañero con un chorro de vapor. Ahora se van energizando cableados por los que corre energía de todos los voltajes y todos los amperajes imaginables. Se inyectan a los caños químicos tóxicos y corrosivos, los que quieras. Hay que hacer el barrido. ¿Qué puede imaginarse un carpintero si le digo que voy a hacer un barrido de una línea de cañería? Que le voy a pasar una escoba para sacarle un poco la tierra. Y no, lo que voy a estar haciendo es meter 5 o 6 quilos de presión y, si hay una falla, algo va a saltar, va a volar y te puede partir la cabeza al medio», graficó Pablo.
El comisionamiento puede hacerse simultáneamente con las restantes tareas si se respetan ciertos protocolos, si hay vallados, coordinación de tareas para que no se superpongan en el mismo espacio innecesariamente, la capacitación adecuada de los trabajadores sobre el manejo de los riesgos, argumentaron los entrevistados. «Por ahora eso está pasando solo en los papeles. Ojalá le erremos, pero creemos que va a haber más muertos», advirtió Pablo. Es decir, es la hora de demostrar si realmente la UPM-Kymmene Corporation conserva algo de los modales escandinavos.
1. Argenzio es un integrante de la dirección nacional del SUNCA.