Sebastián Marset creció en el Cerrito de la Victoria. Era un botija común, inteligente y entrador, al que le gustaban el fútbol, las motos, las mujeres. También la plata. Paseaba por el barrio con su moto y pasaba marihuana en la vueltita. Sin estridencias. Con los años, se transformó en un «perro» (empleado) de un narcotraficante de la zona y comenzó a subir los eslabones de la cadena del mercado ilegal de las drogas.
Su primera caída fue por un delito menor: en 2012, fue procesado sin prisión por receptación. Un año y medio después, terminó en la cárcel. Una investigación de la Dirección General de Represión del Tráfico Ilícito de Drogas (DGRTID) –la operación Halcón– determinó que era parte de una red dedicada al ingreso de drogas al país. Según la pesquisa, este grupo trasladó dos ...
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