La izquierda francesa ante un debate existencial
La izquierda francesa ante un debate existencial

Otra vez Macron versus Le Pen

¿Votar por el neoliberal y autoritario Macron? ¿O por la ultra y racista Le Pen? ¿Abstenerse? Los votantes de la izquierda, casi un cuarto del electorado, discuten cómo seguir.

Una imagen de la campaña electoral de Macron cubierta por otra de la campaña de Mélenchon, en París Afp, Joel Saget

En dos días Francia tendrá un presidente de derecha, que repetiría en el cargo, o una presidenta de extrema derecha. Los últimos sondeos dan a Emmanuel Macron una ventaja de entre 8 y 12 puntos sobre la líder de la Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés), Marine Le Pen. Si alguna incidencia tiene, el debate televisado del miércoles por la noche habría reforzado el favoritismo de Macron. «Aparecieron tal cual son: uno, arrogante, la otra, inconsistente. […] Pero, sobre todo, el debate mostró la normalización de la extrema derecha» por el presidente saliente, comentó ayer jueves el portal Mediapart. «Fue un gran momento de despolitización. Nunca Macron habló de extrema derecha para referirse a su rival, ni de racismo, ni de xenofobia, salvo tangencialmente. […] Habló de “desacuerdos sinceros” pero “respetables”. Y Le Pen salió más normalizada que nunca.»

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Sea cual sea el resultado final, Le Pen tendrá seguramente la mayor votación de candidato alguno de ultraderecha en la historia política de Francia: de acuerdo a las encuestas, entre 43 y 46 por ciento. Cinco años antes, cuando el duelo fue el mismo que este domingo, Macron había ganado por demolición: 66 a 34 por ciento. Y mayor aún había sido la paliza recibida en 2002 por el padre de Marine, Jean Marie Le Pen, al que Jacques Chirac más que cuadriplicó en votos: 82 a 18 por ciento. Era entonces la primera vez que la extrema derecha llegaba a una segunda vuelta y su candidato –un exparacaidista que reunía las características prototípicas del facho pura sangre– metía realmente miedo. Un informal «frente republicano» –que abarcó desde el trotskismo hasta la derecha moderada– le cerró con éxito el camino.

En 20 años las cosas han cambiado mucho y, aunque el cuco ultraderechista cuco sigue siendo, el Macron que hoy se le enfrenta causa tanto rechazo, tanta bronca, que la previsibilidad del resultado se hizo más difícil que en ocasiones anteriores.

En su versión virginal –al frente de una fuerza política nueva, La República En Marcha (LREM), que reunía a socialdemócratas y liberales en desbandada y que se presentaba como centrista y moderada–, a Macron no le costó demasiado recrear aquella suerte de menjunje «antifascista» de 2002 para ganar la elección de 2017. Pocos lo conocían entonces, más allá de su paso por un cargo ministerial bajo la presidencia de François Hollande. Como todos sus predecesores socialistas, Hollande había acabado renegando de sus promesas más o menos izquierdosas y poniendo en práctica una política que hasta en sus propias filas hay quienes no dudan ahora en calificar como neoliberal.

Macron seguiría por esa vía y la profundizaría. A lo largo de su quinquenio de gobierno, el líder de LREM no solo encabezó «un gobierno de ricos para ricos, de empresarios para empresarios, con acentos casi monárquicos y una política represiva pocas veces vista en el país», como lo resumió hace pocos días el candidato presidencial de La Francia Insumisa (LFI), Jean-Luc Mélenchon, sino que le tendió la cama a la extrema derecha como nunca antes.

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El domingo 10, Mélenchon estuvo cerca del milagro. La Unión Popular, el lema bajo el que se presentaba, que reunía a LFI, grupos políticos menores y organizaciones sociales, tuvo apenas un punto menos que Le Pen: 22 a 23 por ciento. Muy muy lejos quedó el resto de los postulantes que se definían como de izquierda o progresistas: ecologistas, comunistas, socialistas, trotskistas. Oscilaron entre menos del 1 por ciento y menos del 5: una debacle para cualquiera de ellos, sobre todo para los socialistas, uno de los partidos tradicionales de Francia, que con la intendenta de París, Anne Hidalgo, a la cabeza, apenas llegaron al 1,7 por ciento, su peor resultado histórico.

Hubiera bastado que los comunistas, cuyo candidato obtuvo 2,5 por ciento de los votos, se aliaran con Mélenchon, como lo hicieron en las dos presidenciales anteriores, para que hubiera sido el candidato de la Unión Popular y no Le Pen quien le hiciera frente a Macron este domingo. Ni qué decir si esa hubiera sido también la consigna de verdes o socialistas. Pero los comunistas, cuyas propuestas no se diferenciaban demasiado de las de LFI, optaron por tomar distancia de un partido «hegemonista» al que consideran una aplanadora, y una parte de los verdes y sobre todo los socialistas se esforzaron más por diferenciarse de Mélenchon que de la propia derecha. Hidalgo llegó a tildar al insumiso de «traidor» y de «pro-Putin» simplemente porque Mélenchon intentó explicar las razones de la guerra en Ucrania, la calificó de conflicto entre potencias y planteó la salida de Francia de la OTAN y un cambio de fondo en las estructuras de la Unión Europea.

El voto útil, finalmente, terminó aplastando a verdes, socialistas y comunistas. Si se diera por cierto que LFI representa a la «izquierda radical», como la identifican tertulianos y politólogos, la de Mélenchon fue la mejor votación conseguida por ese espacio político en muchas décadas.

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Desde la noche del domingo 10, Le Pen y Macron se esforzaron por lanzarles guiñadas a los 7,7 millones de votantes de la Unión Popular en sus actos de campaña y sus declaraciones públicas. El actual presidente les prometió que su nueva gestión será «inclusiva», «igualitaria», «ecologista», les dijo que la reforma de la seguridad social (uno de sus buques insignia, enfilado en la misma dirección que la reforma promovida aquí por Luis Lacalle and Co.) se hará de manera «pausada» y buscando el «consenso más amplio»; les habló de un «futuro en común» (bajo ese título se había presentado el programa de la Unión Popular)… Poco creíble.

Le Pen les prometió, a su vez, políticas para «blindar a los débiles y los excluidos contra las elites», les habló de lucha contra la corrupción, incluso les habló de feminismo. Paparruchadas: no hay en el programa de RN una sola iniciativa consistente de defensa de las clases populares. Sí, en cambio, promesas de reducciones de impuestos para las empresas y los malla oro. Además de las medidas de siempre de mano dura contra la delincuencia y la inmigración y las referencias tradicionales a la teoría del gran reemplazo y a la prioridad nacional a dar a los franceses de pura cepa en todos los dominios.

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El fin de semana pasado LFI consultó a sus militantes sobre la actitud a tomar el domingo. Las opciones eran tres: votar por Macron, abstenerse, o votar en blanco o nulo. Apoyar a Le Pen no se planteaba. En la misma noche de la primera vuelta, apenas conocidos los resultados, Mélenchon se empeñó en repetir tres veces que «ni un solo voto por la Unión Popular» debería ir a la candidata de extrema derecha. Pretendía aventar aquello de que los extremos se tocan, una supuesta máxima que reapareció ahora en boca de algunos comentaristas, que intentan culpabilizar por adelantado a los insumisos de un eventual triunfo de Le Pen el domingo.

«No hay nada más distante del programa de Le Pen que el programa ecosocialista de la Unión Popular, cosa que no muchos otros pueden decir. Menos que menos el presidente Macron», dijo también Mélenchon. Si por esas cosas Le Pen llegara a ganar, «los responsables serán los que voten por ella y aquellos que facilitaron su crecimiento con las políticas que implementaron, no los que no vayan a votar por alguien que no es más que un bombero pirómano como Macron, que provoca el incendio y pretende presentarse como el más apto para apagarlo», dijo un diputado de LFI, el cineasta François Ruffin.

En la consulta electrónica de LFI estaban habilitadas a participar unas 315 mil personas. Lo hicieron más de 250 mil. De ellas, el 37,65 por ciento votará en blanco o nulo este domingo, el 33,4 se inclinará por Macron y el 29 por ciento se abstendrá. En total, más de seis de cada diez adherentes a LFI se manifestaron en favor de no respaldar al presidente. Un signo del estado de ánimo que campea en buena parte de la izquierda política y social francesa. Y no solo en ella.

En la segunda vuelta de 2002, cuando el enfrentamiento entre papá Le Pen y el gaullista Chirac, la participación electoral había sido relativamente alta: más del 80 por ciento de los electores se desplazaron a votar, más que en la primera vuelta. En 2017, en ocasión del primer duelo directo entre Macron y Le Pen, las cosas se invirtieron. En la ronda decisiva votó menos gente que en una primera vuelta en la que la participación ya había sido baja. Este domingo 10, la abstención trepó a casi el 27 por ciento. Algunos sondeos prevén que, el domingo 24, llegue a un récord y se ubique entre el 29 y el 31 por ciento. Habrá que sumarle, además, los votos en blanco y nulos, que también podrían ser particularmente altos.

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«Ni Le Pen ni Macron»: el cartel fue colgado la semana pasada en la fachada de la Universidad de la Sorbona, ocupada por varios centenares de estudiantes para marcar su rechazo a elegir «entre dos males» y su «asco» por «el estado actual del país», según dijo uno de los ocupantes. La medida duró un par de días. No logró expandirse a otras facultades, en parte porque todas las de la región parisina fueron cerradas preventivamente para «frenar el contagio». «Nos tienen miedo», dijeron algunos de los estudiantes.

Una ocupante, votante de Mélenchon en la primera vuelta, declaró al diario Libération: «Se están dando cuenta de que para cada vez más gente aquel chantaje de optar por el mal menor se está volviendo insoportable. Nos dicen “mejor el liberal Macron que la ultra Le Pen”, ¿pero hay realmente tantas diferencias? Pregúntenles a los chalecos amarillos que resultaron mutilados por la salvaje represión macroniana [véase «El tuerto rey», Brecha, 8-II-19]. Pregúntenle a toda esa gente de la Francia profunda, del pueblo más llano, por la cual este gobierno mostró un desprecio hasta ahora inigualado, comparable al aliento que dio a los más ricos. Pregúntenles a los inmigrantes. Y a los profesores universitarios e intelectuales acusados de ser “islamoizquierdistas” por haber fustigado el creciente racismo, la creciente discriminación» (véase «Temporada de caza», Brecha, 6-XI-20).

En 2017, esa joven no estaba en edad de votar. Si hubiera podido, lo hubiera hecho por Macron. Hoy, «ni jodiendo», dijo, y recordó una definición reciente de Mélenchon: «El programa de Macron es como el de Le Pen más el menosprecio de clase y el de Le Pen es como el de Macron más el menosprecio de raza».

El 14 de abril, la franja de edad que más se abstuvo fue la de 18 a 35 años. Y, entre los jóvenes que fueron a votar, la gran mayoría lo hizo por la Unión Popular, que atrajo igualmente a buena parte de los electores urbanos, sobre todo de los barrios populares de las grandes ciudades. Mélenchon ganó en cinco de las seis grandes urbes. Solo fue superado en París, por Macron. También lo votaron gran parte de los desempleados, que se repartieron entre LFI y la abstención. (A Le Pen fue el grueso del voto obrero y el de los asalariados rurales; Macron ganó entre los más viejos y la clase media alta y alta, y también el suyo fue un voto urbano.)

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En su editorial de este martes 19, el director de Mediapart, Edwy Plenel, se pronunció en favor de votar por Macron, «con enorme pesar». Lo justificó así: «Jamás la extrema derecha ha estado tan cerca de alcanzar el poder. En función de que esa extrema derecha es el peor enemigo de la igualdad, los derechos y las libertades, votar contra su candidata es la única opción antifascista que cabe en el marco electoral. Pero se lo hará con todo el dolor del mundo, porque la otra boleta lleva el nombre del principal responsable de esta catástrofe, Emmanuel Macron. […] El bloqueo a la extrema derecha deberá hacerse a pesar de Macron y contra él».

Plenel reconoció, de todas maneras, que la «deriva fascistizante» en la que está inmersa la sociedad francesa –que se manifestó en la primera vuelta no solo en el 23 por ciento de Le Pen, sino en el 7 que logró otro ultra, el aún más bestiún Éric Zemmour (véase «El nombre de Zemmour», Brecha, 4-XI-21), y en los apoyos a otros candidatos menores– se acentuó bajo el gobierno actual, pero no comenzó con él. Gobiernos socialistas, como el de Hollande, se hicieron eco de buena parte de las demandas de la extrema derecha y la legitimaron, recordó el editorialista, quizás pensando en la recomposición que se anuncia en la izquierda francesa.

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Por estos días, Mediapart sondeó a fondo a los votantes de la Unión Popular, con reportajes en las ciudades y localidades que más se inclinaron por Mélenchon y discusiones entre los militantes e intelectuales que se pronunciaron por la candidatura del líder de LFI. En los debates, quienes afirmaban que el domingo irían a votar por Macron, porque «nada peor puede haber que que la extrema derecha llegue al gobierno», comprendían las razones de quienes preferían abstenerse o votar en blanco o anulado. Y viceversa. Es una mera diferencia táctica, dijo, por ejemplo, Priscillia Ludosky, una referente de los chalecos amarillos que promovió «un abstencionismo activo y organizado», que «marque sentido». «De lo que se trata es de ver qué carajo hacemos a largo plazo con eso que se llama izquierda, hoy tan atomizada y debilitada, y sobre todo qué proponemos para cambiar las cosas.»

Mirando al cortísimo plazo, de cara a las elecciones legislativas de junio, LFI invitó a comunistas, verdes y trotskistas (no a los socialistas) a presentar candidaturas comunes, con vistas a formar un grupo parlamentario «fuerte y realmente alternativo», que sea «la base de un nuevo proyecto compartido».

El ambiente para una coordinación de ese tipo sería más favorable que en otras ocasiones, fundamentalmente porque todos se necesitan: los insumisos para ganar en implantación local; verdes y comunistas para llegar a franjas de la sociedad que les son esquivas. «Pero no se trata solo de sumar siglas con perspectivas electorales», dice Ruffin. «Reconquistar el corazón de la gente es mucho más difícil, y, en la Francia popular de la campaña, de las periferias, la izquierda ha perdido terreno hace décadas, un terreno que ganó la extrema derecha. Prefirió mirar hacia los sectores medios, hacia Europa, hacia lo tecnológico. Y se olvidó de para qué debería existir.»

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