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¿Nunca fuiste en Artigas? ¿No? Intonce, andá…

HÉCTOR PIASTRI

¡Artigas tan bonita! Parada Barreto de amanecer. Vientito de Bajada San Vicente. Terminal de antigüedad, reloj e ibirapitá. Diego Lamas adornada con  las flor de espumilla. Chiflero de agua dulce corriendo entre pastitos flacos que se acuestan en la falda del arroyo. «Guayubira de tanta belleza.»

Ciudad de lo inesperado. Lindeza de plaza Artigas desde la esquina de Amaro F. Ramos y Garzón. Cualquier tardecita, vecinos llegando con sus silla a tomar mate. Niños en las bicicleta esquivando la gente. Campanadas del reloj de la jefatura, cada quince minuto, ordenando el paisaje.

Bajar por Baldomir, encontrar una casa con piedritas verde-bordó, como una pared con brillantina. Enseguida un muro con banquitos, ¿sabías que ahí vivió don Sandalio? Cruzar Florencio Sánchez, un sauce llorón enverdeciendo la esquina, y desembocar en Blandengues. La terminación de Baldomir es deslumbrante. Calle sin salida. Uno agarra para el lado del Chaná y parece que el mundo no tiene punto final, como si hubiera Blandengues para siempre.

Caminar hacia el cementerio, entre el murmullo de las casuarina, como un destino, y llegar en la esquina más cerca del cielo. Celiar López y Elio. Ver que el mundo tiene un tanque de la OSE, una torre de parroquia, un edificio rojo con ascensor, un azul que se cambia de patria. Esos gorrión que andan avoando, ¿se darán cuenta que istán cambiando de país, o para ellos el aire es todo blando?

Subir por Celiar rumbo al Zorrilla, las vía enferruyada del tren, el puente giratorio, la cuadra de ensayo de Emperadores. Y el Bulevar onde las casa se exageran.

¿Ainda no fuiste? Buscá la plaza Catalá con sus hamaca de viento en la medianoche, la escuela 43 con su aljibe de dar miedo o el Paseo 7 de Setiembre con su puente se quejando de las rueda de los auto. Cuadras de cantero y eucalipto. Parrilleros de familias con domingo. Sombra de sestear. Casona de la antigua aduana, con las pared humedecida. Restos de un pasado sin puente, onde había que bajar las escalera para que un botero te llevara a otro país. Tarde verde arrecostada en el río Cuareim, chocolate de agua, sudor de horizonte, jugo de tierra. Alivio de los gurí que se atiran en la orilla, disparando del verano. No entren ainda en el agua, isperen que baje la comida, si no, la sandía indurece adentro da barriga.

¡Las delicia de mi pueblo! Hay una galleta cuadradita, le dicen especial. Es una perdición. Comés una y no podés parar. ¡Las mejor panadería del país! Pan cabrito, galleta cubana, pan sobado, bollo, cara sucia… Allá no vas morrer de fome, istán los pancho del Galgo, los chivito del Melena…

En Artigas vas descubrir palabras: «bombeia», «no entiques», «tas variando», «no te atoles, repórter», «ta calor», «por muy grande que é u Pintadinho», «mas qué frío curuyero», «óia ese veio fofoquero, atrás das cortina, curuya».

Cuando llegues y te pregunten: «¿Todo manso?», vas responder: «Manso».

¡Y los verano! Un ratito abajo del sol de Artigas y ya salís hablando artiguense. Serruchando la erre, clavando los diente en la ve, soplando la ese, viento norte en la boca que te intrevera hasta el pensar. Vas quedar con nuestro cantito, hablando para siempre en bajada.

Cuando la tarde empieza a apurar el paso, subí en el cerro Ejido y vas ver el atardecer anaranjando el pueblo, tardecita de silencio, mirada de no tener contorno.

La noche de Artigas, oscurescente, tiene más estrellas de las que uno puede mirar, y un perro ladrando su soledad, como si la madrugada fuera un quiebra-cabeza.

También podés ir en el Centro, aunque sea igual a todos los Centro. Gente se lucindo adentro de sus auto. ¡Gomeras! Se mariando alrededor del Obelisco, solo para se amostrar. ¡Viste cómo es la gente con auto!

En febrero, carnaval. Se abre la avenida Lecueder, pasarela du samba. La ciudad se contagia, la gente bate palma, todo el samba en sus cara, en sus cuerpo. Uno gira arriba de los pie y enloquece. El cavaco impieza a isquentar la plaza Batlle. Un saltito para cada lado, acompañando con el embalo de los brazo y las cadera. Sentir la alegría subiendo por las pierna. La ciudad se transforma en una semipreciosidad.

¿Nunca fuiste en Artigas? ¿No? Intonce, andá.

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