Nueva vedette en la ultraderecha: El nombre de Zemmour - Brecha digital
Nueva vedette en la ultraderecha francesa

El nombre de Zemmour

A menos de seis meses de las presidenciales, una sola cosa centra la atención de los medios franceses: cómo le irá en primera vuelta –si, como todo indica, decide candidatearse– a Éric Zemmour, fulgurante estrella que amenaza desplazar a Marine Le Pen.

Póster de publicidad electoral de Éric Zemmour, en París. Octubre de 2021 Afp, Joel Saget

Antiguo periodista y columnista de medios (ultra) conservadores, en unas pocas semanas Zemmour se ha convertido en fenómeno político y en la nueva esperanza ultraderechista. Inexistente como candidato en julio, catapultado luego a los primeros planos por una combinación de factores, entre ellos la sobreexposición mediática, este defensor de la para nada nueva tesis del gran reemplazo1 aparece hoy rozando la posibilidad de pasar a una segunda vuelta frente al presidente actual, Emmanuel Macron.

No solo estarían quedando por el camino (nuevamente) el conjunto de la atomizada izquierda en sus distintas versiones electorales y una parte de la derecha clásica, sino también –según algunas encuestas– la otra gran expresión de la extrema derecha, hasta ahora hegemónica en esa familia, encarnada en Marine Le Pen y su Agrupación Nacional (RN, por sus siglas en francés), que se dibujaba como la gran favorita para oponerse por segunda vez consecutiva a Macron. Más allá de que Zemmour logre o no superar a su competidora por la punta diestra, la posibilidad de que Francia presente a la brevedad un escenario político similar al de Italia, con una ultraderecha que abarque un total de entre el 35 y el 40 por ciento del electorado, se presenta como muy, muy cercana.

Varios años atrás, en 2007, el filósofo Alain Badiou se preguntaba en un potente libro qué significaba el desembarco en el Elíseo de un personaje como Nicolas Sarkozy. De quoi Sarkozy est-il le nom? (¿Qué representa el nombre de Sarkozy? fue su traducción española) hablaba de una Francia atenazada por el miedo y prácticamente resignada (salvo un pequeño grupo de irreductibles al que Badiou alentaba a la rebelión) a un capitalismo desacomplejado, exhibicionista, autoritario. La fórmula inventada por el filósofo para referirse al momento sarkozista hizo mella, se usó hasta la saciedad y hoy aparece en las interrogaciones de muchos de quoi Zemmour est-il le nom, qué representa el nombre de Zemmour.

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A los 63 años, el Z es un outsider de la política institucional. Nunca hasta ahora había aparecido vinculado a la militancia activa, aunque frecuenta desde hace décadas los círculos intelectuales de una derecha ultramontana. Refiriéndose a Sarkozy, Badiou decía que expresaba a una Francia «profundamente petainista», en alusión al mariscal Philippe Pétain, héroe de la Primera Guerra Mundial que en la segunda estuvo al frente del régimen de Vichy, colaboracionista con el ocupante nazi. Sarkozy nunca reivindicó expresamente a Pétain, pero corporizaba, decía el filósofo en una entrevista (histoirecoloniale.net, 8-X-19), «una forma particular de la Francia reaccionaria que existe desde 1815, que hace pasar una política de capitulación como si fuera una política de regeneración nacional. Esa manera de disfrazar una sumisión al capitalismo mundializado como si se tratara de una revolución nacional tiene que ver con el petainismo. Como también tiene que ver una represión administrativa sumamente dura que apunta a grupos que son considerados extranjeros a la sociedad “normal”».

Uno de los pasos que ha dado Zemmour en estos años fue recuperar abiertamente la figura de Pétain, quebrando un tabú en la política francesa. Y lo hizo a pesar de ser judío y de las miles y miles de víctimas judías del régimen de Vichy. Al mariscal, dijo el polemista, habría en realidad que homenajearlo porque «evitó que la colectividad fuera aún más diezmada» por los nazis, porque «protegió» a los judíos. Zemmour maneja lanzar oficialmente su candidatura y presentar en sociedad a su partido, que se llamaría Vox Populi, el 11 de noviembre, día en que se conmemora el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial.

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Si algo caracteriza a la extrema derecha actual, escribe el politólogo Philippe Corcuff (Mediapart, 8-X-21), es moverse como pez en el agua en una época en la que el «confusionismo» reina y todo se enloda. Puede falsear y manipular la historia sin que pase nada, apelar a tradiciones que se contraponen, presentarse como lo que no es y salir lo más campante. Zemmour calza como en un guante en esa descripción. Se dice republicano, pero se identifica con la tradición bonapartista; se dice gaullista, pero reivindica a Pétain; no reniega de su condición de judío, pero abreva expresamente en una de las vertientes declaradamente antisemitas de la tradición de la extrema derecha francesa, como la expresada por otro intelectual, el escritor católico Charles Maurras; se presenta como rebelde y antisistema, pero su rebeldía se reduce al hablar sin filtro, la vociferación y el insulto; se dice «antielites», pero su candidatura ya cuenta con el sostén (más o menos velado, más o menos claro) de multimillonarios y grandes patrones; asegura ser favorable a un Estado «padre de familia, escudo de los más débiles», pero cuando evoca alguna orientación económica es del más puro cuño liberal. Como a todos los propagandistas de la «decadencia», a Zemmour le fascinan los «salvadores de la nación», llámense Bonaparte, Pétain, De Gaulle. Él se ve como uno. A eso hay que agregar sus ataques de todos los días a los «lobbies» feminista, «lésbico-gay», «proinmigrantes», al «comunismo». Ya ha sido condenado por incitación al odio, entre otras cosas por llamar «violadores, ladrones y asesinos» a los menores inmigrantes de origen árabe, y ha sido denunciado por violencia de género y sexual.

En su escalada, ha dejado como una niña de pecho a una Marine Le Pen que desde hace años se empeña en «desdiabolizar» a su partido y limarle hacia afuera sus aristas más fóbicas (véase «Un ángel pasa», Brecha, 12-II-21). A la líder del RN, Zemmour, sin duda alguna, la ha embretado. Por un lado, le ha robado dirigentes y adherentes, por otro, la ha forzado a volver a endurecer su discurso, pero también a buscar puntos de diferenciación para marcar su especificidad. Un equilibrio difícil que ha llevado a Le Pen a decir que con Zemmour coincide en un 90 por ciento, pero al mismo tiempo, para poder marcar la cancha, a insistir en el 10 por ciento que los diferenciaría. En ese 10 por ciento Le Pen incluye temas como su postura ante los musulmanes franceses («el islam es compatible con la república», dijo), la actitud ante la comunidad gay (varios de los dirigentes de su partido se reconocen sin problemas como homosexuales) y las mujeres («no se puede ser tan brutal como lo es Zemmour», dijo uno de sus lugartenientes) o definiciones algo menos liberales en el plano económico que las de su contrincante por derecha extrema.

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Pero Marine no ha sido capaz de evitar el éxodo de RN hacia la todavía no nacida formación política de Zemmour. Comenzando por su propio padre, Jean Marie, o su sobrina, Marion Maréchal Le Pen, que ya han respaldado públicamente al excolumnista del diario Le Figaro y el canal CNews. «Nuestra única diferencia es que él es judío y eso hace más difícil que se lo ataque por nazi o fascista como a mí», comentó el nonagenario fundador del Frente Nacional. Zemmour recibió con los brazos abiertos a Jean Marie Le Pen, así como a toda una camada de referentes o militantes de grupos neonazis, monárquicos, identitarios, de partidarios de la «unión de todas las derechas», de youtubers ultrarreaccionarios de fuerte predicamento entre los jóvenes. «A mí me importa un carajo que me diabolicen», dijo.

El 21 de octubre el portal Mediapart publicó una investigación en la que da cuenta del alineamiento de la «fachoesfera» detrás de Zemmour. «Para mí, Éric es la panacea, el hombre que va a curar a Francia y evitar que su cultura y su identidad sean reemplazadas por las de gente que viene de otros lados», dijo el youtuber Papacito. En junio, Papacito posó para un video, revólver y sable en mano, llamando a matar a los electores de Francia Insumisa, el partido liderado por Jean Luc Mélenchon. «Llegará el día en que podamos ver si los cuerpos de estos izquierdistas son antibalas», dijo en la filmación.

Entre quienes predican en las redacciones a favor de Zemmour están también el novelista conspiranoico Renaud Camus, Jean Yves Le Gallou, histórico de la extrema derecha intelectual, o el supremacista blanco Daniel Conversano. También Paul Marie Coûteaux, un hombre que aspiró en un momento a reunir a «los soberanistas de izquierda y derecha» (otro rasgo del confusionismo de estos tiempos), luego a unificar a RN y Los Republicanos (la formación de Sarkozy), y que ahora ve en Zemmour al candidato capaz de atraer a «esos dos franceses de cada tres que confían en la autoridad del Estado, que creen que la familia es un padre, una madre e hijos y que por ello juzgan necesaria la unión de las derechas».

Misma percepción que Le Gallou, para quien Zemmour puede jugar hoy el papel federador de las derechas que en 2007 jugó Sarkozy y que Marine Le Pen ya no puede asumir: «A fuerza de rebajar con agua su tinta, Marine ya no imprime. La estrategia de desdiabolización de Marine fracasó triplemente: desmovilizó a sus electores, no captó nuevos y vació a su partido de ideas, de cuadros, de dinero y luego de votos», dijo este fundador de varios think tanks ultras y exeurodiputado por el Frente Nacional.

Conversano hubiera querido, por su lado, que la líder de RN, por la que hasta ahora ha votado, no hubiera perdido su punch de antaño. «Es francesa de pura cepa y eso es un plus frente a Zemmour», dijo. Pero enseguida agregó: «El problema es que perdió fuerza y yo quiero ganar». Este antisemita «sin arrepentimiento alguno de serlo» votará a Éric tapándose la nariz. No puede hacer como que la «judeidad» del futuro candidato no exista, pero mejor tragarse esa mayúscula culebra. Después de todo, a él le seduce que su preferido no tenga pelos en la lengua para manifestar su asco por los musulmanes, que su sexismo, su anticomunismo y su homofobia sean nítidos, que asuma la herencia de Pétain, o que se muestre cenando con la hija de Joachim von Ribbentrop, ministro de Relaciones Exteriores del Tercer Reich ejecutado en Núremberg. «Todo eso se agradece. Es como un viento de libertad», dice Conversano.

El miércoles 20, Mediapart publicó un documento confidencial que revela la composición del equipo de precampaña de Zemmour: hay allí exdirigentes de RN y de su antecesor, el Frente Nacional; periodistas; militares, hijos de militares y empresarios del sector de la seguridad; altos funcionarios del Estado; promotores de La Manif pour Tous, un colectivo que organizó años atrás (grandes) manifestaciones contra el matrimonio igualitario; miembros de Generación Z, un grupo de jóvenes que fue el primero en impulsar la candidatura de Zemmour apenas conocidos los decepcionantes resultados del partido de Marine Le Pen en las elecciones regionales de junio…

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Si los balbuceos de la «lista Zemmour» se remontan a hace unos pocos meses, este escritor y polemista de mediocre nivel intelectual, pero que se las da de erudito y es un habitué de las citas pomposas, según lo describe Corcuff, conoce una influencia creciente en la derecha más rancia desde que tuviera un fuerte éxito de ventas con El suicidio francés, su libro de 2014, en el que pinta la «decadencia de la nación» a partir de mayo de 1968. Una obra no tan exitosa como la más reciente –Francia aún no ha pronunciado sus últimas palabras, que se editó en setiembre y en pocas semanas agotó 200 mil ejemplares–, pero sí lo suficiente como para permitirle ir llegando a auditorios cada vez más amplios.

En aquel 2014, Zemmour comenzó a frecuentar como conferencista los salones del Instituto de Formación Política (IFP), un establecimiento privado y chic por el que pasaron varios de los actuales integrantes de Generación Z y exponentes de la Francia reaccionaria en todas sus variantes, desde la más volcada hacia los Chicago Boys de pura cepa neoliberal hasta la más gaullista. Presentado por el director del IFP como «un mosquetero de la pluma y el verbo», Zemmour dio su nombre a una de las promociones de la escuela. La evolución del IFP, cuenta el diario Libération (8-X-21), «ilustra la derechización de la sociedad, la disminución del peso de los partidos políticos tradicionales en la formación de sus militantes y el fin del cordón sanitario entre la derecha de gobierno y la extrema derecha». Hoy el IFP «no oculta su ambición: formar a la nueva generación para la batalla de ideas». En 2019, en un acto por el decimoquinto aniversario del instituto, Zemmour afirmó: «El combate político es antes que nada cultural. Escuelas como esta lo han comprendido y tienen un papel central en la lucha contra la doxa dominante en las universidades».

Aun carente de estructura partidaria, el probable candidato de Vox Populi para las elecciones de abril próximo puede contar con sólidos apoyos entre los jóvenes militantes ultras salidos de centros de formación como el IFP o más volcados a la agitación callejera. Son poco numerosos, pero extremadamente activos en las redes sociales y, en consecuencia, muy influyentes, apuntaba Libération.

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En las redacciones, entre los periodistas que reflexionan sobre su profesión, la polémica no podía más que salir a luz: ¿son los medios de comunicación (y las empresas encuestadoras) los responsables directos del tremendo peso electoral que los sondeos le atribuyen hoy a Éric Zemmour, un peso que hasta hace muy poquito prácticamente no existía? ¿Es la candidatura de Zemmour un puro producto mediático? Desde que su nombre comenzó a sonar y su libro a arrasar –una cosa alentó la otra–, el polemista se hizo omnipresente en los platós de televisión, las radios, la prensa escrita y las publicaciones digitales, desplazando a cualquier otro candidato declarado o potencial. Y semana a semana su caudal fue creciendo, alentado por medios de comunicación afines, que son muchos y poderosos, y también por otros que no lo son, pero lo promocionan porque es un producto que vende.

En un mes y medio, entre mediados de agosto y el 6 de octubre, Zemmour pasó de atraer a menos del 10 por ciento del electorado, y ubicarse por debajo de Marine Le Pen y de algunos postulantes progresistas o de izquierda, a superarlos a todos y quedar, con 17 o 18 por ciento (dos o tres puntos más que la líder de RN), como posible rival del actual presidente en el balotaje. Emmanuel Macron, con entre 24 y 27 por ciento en primera vuelta según distintas mediciones, sería favorito ante cualquier adversario, pero algunas encuestas y algunos analistas –entre ellos Corcuff– señalan que Zemmour podría hacerle más difícil el partido que Le Pen, porque estaría en condiciones de atraer en mayor proporción al electorado del viejo sarkozismo y picotear entre la gran masa de abstencionistas e incluso entre el soberanismo «de izquierda».

La semana pasada, más de 50 medios independientes suscribieron un llamado a la defensa del pluralismo en la prensa, amenazado por el proceso cada vez mayor de concentración y homogeneización ideológica de publicaciones, canales, radios. Ese proceso, dice el llamado, se traduce en una «zemmourización constante del debate público desde hace dos meses» y la imposición de una agenda congruente con la del escritor de extrema derecha. «El clima actual evoca el avasallamiento sufrido por la prensa a comienzos de los años treinta», dice el manifiesto.

Aun reconociendo la intoxicación mediática, periodistas que cubren las salidas de Zemmour dicen que no se trata de un fenómeno artificial, que el Z moviliza y que se cometería un error tan monumental como el que se cometió con Donald Trump, con el que el francés tiene muchas similitudes, si se considerara imposible que «un tipo así» ganara la presidencia o la arañara. Y ahí está uno de los aspectos más preocupantes del asunto. Tanto como que quien pueda frenar a Zemmour (o a Le Pen) sea un liberal como Macron y que la desdibujada izquierda (¿qué es?) la mire, otra vez, de afuera.

1. Popularizada por el escritor Renaud Camus, el gran reemplazo es una teoría de la conspiración que pregona que, por el peso de la inmigración musulmana y la inacción de los responsables políticos, se estaría operando una transición acelerada hacia la islamización de una Francia (o una Unión Europea) decadente y desolada, tal como la que pintan las novelas de Michel Houellebecq. Viene tomando fuerza entre movimientos de ultraderecha de toda Europa y de Estados Unidos, y ha inspirado varias masacres contra inmigrantes, musulmanes, judíos e izquierdistas desde Texas hasta Nueva Zelanda.

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