Hace un año Rusia invadía Ucrania. Entonces se esperaba una rápida caída del gobierno de Volodímir Zelenski y la instauración de uno que alineara nuevamente a Ucrania en la órbita de Rusia. Sin embargo, pasadas pocas semanas, la resistencia ucraniana sorprendió al mundo, mientras el Ejército ruso fracasaba en lo que había concebido como una campaña expeditiva. Ante este escenario, las potencias occidentales ofrecieron más apoyo a Ucrania e impusieron sanciones más severas a Rusia.
La reacción occidental hizo esperable una retirada rusa, una salida negociada o, incluso, una eventual caída del gobierno de Vladimir Putin, ahogado por las sanciones económicas. Pero, pasados pocos meses, la perseverancia rusa sorprendió al mundo, mientras el apoyo de Occidente a Ucrania mostraba contradicciones que generaron incertidumbre e incidieron en las caídas de los gobiernos de Reino Unido e Italia. Ante este escenario, China y varias potencias medias (Irán, India, Sudáfrica y hasta cierto punto Turquía) recompusieron sus vínculos políticos y comerciales con Rusia, en algunos casos incluso suministrando armas, municiones e insumos tecnológicos, haciendo caso omiso a la amenaza occidental de extenderles a ellos las sanciones.
Un año después, las hostilidades, lejos de mermar, han evolucionado hacia una guerra de desgaste, reforzada por la movilización rusa y el aumento de la entrega de armas occidentales a Ucrania. La línea de frente se mantiene casi estática desde abril de 2022. El estancamiento del conflicto se mantiene a costa de elevadas bajas y el sufrimiento de la población. En el mejor de los casos, se espera que el conflicto finalice en el otoño boreal, pero muchos pronósticos más bien apuntan a que dure uno o dos años más, hasta su eventual congelamiento (en forma similar al antecedente coreano). En el peor de los casos, se mantiene el temor a una escalada horizontal (extendiéndose a Crimea, al territorio ruso, al Cáucaso o a Europa), o vertical (dada la capacidad nuclear de Rusia y la entrega de armas más sofisticadas a Ucrania).
La alternativa de un acuerdo de paz se percibe lejana. El anuncio chino de la próxima divulgación de una propuesta de este tipo debe leerse más bien como un mensaje a Europa sobre los costos de seguir acompañando una escalada armamentista que solo favorece a Estados Unidos y cuyo objetivo no está claro (¿forzar una negociación?, ¿expulsar a los rusos?, ¿recuperar todo el Donbás?, ¿recuperar Crimea?, ¿debilitar el Ejército ruso?). Justamente, Estados Unidos es, por ahora, el principal ganador de una guerra que impulsa sus exportaciones de hidrocarburos y armas, erosiona el Ejército de una potencia militar competidora, debilita la economía europea y aleja la Unión Europea de China. Por otro lado, la disposición rusa a comenzar una guerra de desgaste torna improbable que acepte una solución pacífica hasta no obtener logros más vistosos para mostrar en el ámbito interno y con la perspectiva de una elección presidencial en Estados Unidos que puede cambiarlo todo en caso que retorne Donald Trump.
EL MUNDO QUE VIENE
Si bien el conflicto bélico se mantiene estancado, ha generado importantes cambios, imprimiendo nuevas tendencias en las relaciones internacionales y reforzando o evidenciando otras que ya venían insinuándose durante las últimas décadas.
- Pérdida de influencia rusa en el espacio postsoviético
Independientemente de la resolución militar que tenga el conflicto, la situación actual ya representa una derrota estratégica para Rusia en varios sentidos. La nación ucraniana difícilmente volverá algún día a identificarse con lo que Putin denomina «el mundo ruso», al que perteneció durante los últimos siglos. La apuesta rusa por una intervención militar a gran escala era arriesgada, pero podía entenderse como la búsqueda de una solución radical al acercamiento ucraniano a Occidente. Un año después, aunque Rusia no haya perdido la guerra, la derrota en aquella ambiciosa apuesta ya tiene consecuencias nefastas en términos de proyección hegemónica y liderazgo. Eventuales ganancias territoriales no compensarán esto.
Esta derrota estratégica se proyecta allende Ucrania, pues la pérdida de influencia rusa se extiende sobre todo su hinterland. Tradicionales áreas neutrales de amortiguación, como Finlandia, han cambiado su histórico estatus neutral y solicitado ingresar a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La situación es más llamativa en los países que integraban la Unión Soviética: los istanes de Asia Central se acercan a China y se distancian de Rusia; Moldavia y Georgia avanzan en su adhesión a la Unión Europea, y se recrudece el conflicto entre Azerbaiyán y Armenia (de cuya pacificación Rusia era garante), bajo el signo de la creciente influencia turca en el Cáucaso. El gobierno y el Ejército rusos ya no se muestran capaces de imponer su voluntad en el espacio postsoviético. - La fractura entre Oriente y Occidente y una segunda Guerra Fría
La guerra de Ucrania supone un retorno a la desconfianza entre Occidente y Rusia, y destruye los lazos de cooperación que se intentaron establecer al finalizar la Guerra Fría. Esto ha llevado a hablar de una segunda Guerra Fría. Pero el retorno de esta división no debe circunscribirse al vínculo entre Occidente y Rusia, sino que se extiende a buena parte de Oriente, en parte debido a que este país se posiciona geopolíticamente como la interfaz natural entre Oriente y Occidente, y puede actuar como nexo o frontera entre estas dos partes del mundo, inclinándose hacia una u otra.1
Durante 2022, Rusia, China e Irán han estrechado sus vínculos de cooperación. Estas tres potencias asiáticas, herederas directas de grandes imperios históricos del continente, conforman junto con otros países aliados (o socios) un continuo territorial denominado heartland o isla mundial. El inglés Halford J. Mackinder acuñó este término para referirse al amplio territorio que se extiende en el centro de Eurasia, al que le atribuía un gran potencial geopolítico por estar resguardado de la vulnerabilidad que suponen las costas oceánicas, dotado de muchos recursos y con amplio margen para el desarrollo. Siguiendo esta línea interpretativa, asistimos a una acumulación de tensiones geopolíticas en los bordes de este inmenso territorio: la península de Corea, el mar de Japón, el mar del sur de China (incluyendo a Taiwán), el golfo Pérsico, Palestina, el Cáucaso, Europa oriental y el mar Báltico.
Este reordenamiento mundial no se restringe a Eurasia, sino que afecta el conjunto del sistema internacional. Ejemplo de ello es la creciente implicación rusa en la situación en Sahel o la inclusión por primera vez, en 2022, de China como una amenaza a la seguridad por parte de la OTAN. Por otro lado, así como en la Guerra Fría, las potencias secundarias o regionales intentan aprovechar el no alineamiento para obtener nuevas esferas de autonomía. Turquía e India son los casos más claros, grandes ganadores de este año de guerra, pero Indonesia y Sudáfrica también comienzan a valorizar sus posiciones, algo que Brasil y México han amagado hacer en Latinoamérica. - Fragilidad e inestabilidad del orden internacional
En este marco, el orden internacional ofrece crecientes muestras de fragilidad e inestabilidad. La guerra ha embarcado al mundo en una nueva carrera armamentista. Las Naciones Unidas demuestran una vez más que son absolutamente incapaces de contribuir a la paz cuando un miembro permanente del Consejo de Seguridad está decidido a implicarse directamente en el conflicto.
Por otro lado, una vez que la guerra llega a Europa, afecta aspectos de las relaciones internacionales que se consideraban ya estabilizados. Veamos dos ejemplos. Por un lado, la preocupación por el cambio climático, sobre la que se creía que ya había amplios consensos en Europa, queda rápidamente relegada a un nivel muy subsidiario. Ante el aumento de los precios del gas, algunos países que lideraban la causa ambiental no han dudado en apelar al carbón, mucho más contaminante. La Alemania gobernada por Los Verdes es el caso más chocante. Por otro lado, la reacción moral y humanitaria de las potencias y las sociedades occidentales contrasta enormemente con la observada en relación con todas las otras guerras que desde 1945 asolaron el mundo. Este doble rasero es expresivo de la falsa universalidad del orden internacional de la posguerra y la aplicación práctica de sus herramientas para mantener la paz. Al menos sabemos que Occidente es capaz de más humanitarismo que al que nos tenía acostumbrados. - La relación con Oriente es fundamental en la historia rusa. Los historiadores explican que la supremacía de Moscú sobre Kiev en la Alta Edad Media y el surgimiento del zarismo son en buena medida resultado de la influencia mongola y su aprovechamiento político y económico por parte del principado de Moscú.