Doña Ramona es una pieza de Víctor Manuel Leites considerada un pilar dentro de la dramaturgia uruguaya. Se inspira en la novela de José Pedro Bellán (Doñarramona, 1918) y tiene como principal protagonista a un ama de llaves que llega a la casa de una familia montevideana de clase alta de principios del siglo XX para organizar el orden doméstico. Fue dirigida por Amanecer Dotta y estrenada en 1974 en el Teatro El Galpón y por Jorge Curi para el Teatro Circular en 1982, adquiriendo diversas resonancias tanto a la entrada como a la salida de la dictadura. Más recientemente, Jorge Bolani debutó en la dirección con una versión que la Comedia Nacional presentó en 2011. Como todo texto transformado en clásico, es de esperar que se vuelva a él para darle nuevas miradas y buscar conexiones con el hoy. Para el autor, su texto reflexiona acerca de las contradicciones sociales entre progresismo y conservadurismo, temática que resulta atemporal dentro de los conflictos humanos.
Esta versión1 con dirección de Fernando Amaral (recordemos su anterior Vitalicios) toma el espacio de La Cretina para recrear la imponente casa de los hermanos Dolores, Amparo, Concepción y Alfonso, una familia burguesa de comienzos del siglo XX que hereda el patrimonio y el negocio familiar. La familia convive con la empleada que los acompaña hace más de 20 años, Magdalena, en un equilibrio patriarcal donde el hombre es el encargado de la barraca que sustenta con soltura a la familia y los posiciona en un estatus social acomodado. El aparente equilibrio, que se desarrolla en un contexto de agitado cambio social durante la presidencia de José Batlle y Ordóñez, se altera con la llegada de una nueva ama de llaves, huérfana, enviada por una tía para ayudar a la familia. La aparición de Doña Ramona desacomoda el funcionamiento enquistado de los integrantes de la familia, mientras pone en cuestión sus ideales y creencias. Micaela Larroca interpreta a esta joven que dista de aquella imagen de señora anquilosada que esperaban los hermanos, y compone, con una solvencia escénica muy necesaria para su personaje, el pasaje entre la tibia timidez, y la apropiación y el gobierno del espacio y de los que allí habitan bajo sus reglas estructuradas, influidas por su fe religiosa y los mandatos de la Iglesia católica.
Para acompañar esta transformación, Amaral decide realizar un tránsito por los espacios de La Cretina con el público. Al ingreso es recibido y agasajado por un mayordomo (Adrián Prego) y Magdalena, la empleada de la familia (María Cristina Cabrera), quienes, como anfitriones, ubican al público mientras comparten bebida para brindar por una celebración: el cumpleaños de Dolores (Soledad Gilmet). Hay un clima de algarabía mientras se presenta a los personajes, acompañados por dos músicos que durante la puesta están a cargo de la ambientación sonora (músico Enzo Rosso y cantante lírica Julia Bregstein); una familia que se presenta bajo apariencias. Siguiendo este recorrido, el conflicto principal tiene lugar en la propia sala teatral, donde los personajes se delinean y los roles se establecen. Las hermanas discuten acerca de sus creencias e ideales, mientras el contexto social se desliza por las lecturas de Dolores de las noticias del diario El Día, que narra los cambios sociales que ocurrieron en el gobierno de Batlle (derecho a huelga, ley del divorcio, ajuste de jornada laboral a las ocho horas). Ese exterior con ideas liberales se percibe por Amparo (en una excelente interpretación de Gabriela Quartino) como amenazante. Las hermanas guardan las formas imperantes frente a la figura de su hermano Alfonso (Mauricio Chiessa, quien desarrolla con solvencia los matices de este difícil personaje) mientras viven los cambios que se van vislumbrando en el lugar que ocupan las mujeres en la sociedad de la época. La llegada de Doña Ramona profundiza aquellos conflictos mientras enfrenta a estos hermanos a partir de sus propias normas rígidas de convivencia. Poco a poco, este tránsito por los espacios, en la cercanía que supone con los personajes, va develando secretos familiares y nos introduce en una escena final que, en su oscuridad, nos hace parte de esas contradicciones y de la extrema hipocresía que rige en aquella familia burguesa.
La puesta demuestra que este texto conserva sus resonancias en el hoy, mientras lanza preguntas sobre las contradicciones ideológicas, los silencios a voces, el rol de la mujer y la hipocresía que reina en una sociedad que nos pertenece. Las actuaciones hacen viva esta historia y logran trasladar estas cuestiones al espectador; hay un excelente trabajo de vestuario a cargo de Mariela Villasante y una mirada aguda de la dirección que logra hacer al público cómplice de una aberración que ocurre puertas adentro mientras todos somos testigos. Estará en cada uno sacar las propias conclusiones de lo allí visto y oído.
1. Lunes a las 19 y a las 21.30 horas en La Cretina.