«No te puedes olvidar de dónde vienes» - Brecha digital
CON LA CANTAUTORA ROCHENSE FLORENCIA NÚÑEZ

«No te puedes olvidar de dónde vienes»

Porque todas las quiero cantar es una película musical que se está proyectando en varias salas del país. En ella, Florencia Núñez hace un viaje hacia la música que la definió, y demuestra entre imágenes, conversaciones y reflexiones cómo el paisaje uruguayo puede volverse canción.

Florencia Barré

¿Cuáles son los recuerdos y vivencias más tempranas que tenés con estas canciones?

—Depende de la canción. «En tu imagen» está tan arraigada que ni siquiera puedo recordar la primera vez que la escuché. Siempre está en la lógica rochense, dando vueltas en el aire. No recuerdo si la aprendí en la escuela o en un coro, porque se mete en lugares inseparables de la vida. «Contigo en el palmar»… tendría 14 o 15 cuando la empecé a escuchar por Solipalma o cerca de Fernando Rótulo en alguna guitarreada o comida. «Poema a las tres» también la conocí en la misma época, investigando el canto popular, sobre todo cuando empecé a estudiar guitarra con Enrique Cabrera. «Mar Atlántica» me la enseñó Enrique porque es de él. En ese momento las cosas más tradicionales me aburrían, entonces para salir a cantar él nos traía sus canciones. «Un lugar de medio locos», que es la más reciente –tiene tres años–, se la escuché cantar a Julio [Víctor González] y recuerdo que desde el primer momento supe que era un clásico. Y «Canción del camaronero» tal vez la escuchaba en la radio o a Pindingo tocándola, pero tomé conciencia de ella hace poco. Es una canción impresionante y con todas me pasa eso de darme cuenta, porque de niña no entiendes la estructura o las metáforas. Esto me ha ayudado a entender cosas que los rochenses damos por sobreentendidas.

—En el documental se habla de la canción rochense, principalmente por las temáticas que abarca. ¿Hay una forma definida de hacer canción en Rocha?

—No hay nada que sea canción rochense en la que no esté la guitarra ahí metida. No sé si será porque es el instrumento más portable o qué, no me imagino a un cantor rochense yendo con un piano. La guitarra es como un instrumento social. Pero igual no sabría decir qué hace a la canción rochense en cuanto a forma o estructura. Sí hay temáticas definidas y, sobre todo, está la forma de decir del cantor, por ejemplo hablar de . Ahí hay un sello muy grande, el tuteo, un elemento que dices «ah, este parece ser rochense». Hay una forma de expresarse y eso nos identifica, al igual que hay cosas que se repiten en la canción montevideana o en la canción de Artigas. Pienso en Ernesto Díaz y digo «ese evidentemente es un cantor del norte, del portuñol». El idioma, el tipo y el uso de las palabras tienen que ver con el lugar de donde somos.

—La canción rochense es también un género musical de predominancia masculina. De hecho, en el documental sos la única mujer que aparece. ¿Pudiste rastrear en tu búsqueda alguna figura femenina de Rocha?

—Ahí volvemos a lo mismo de siempre. Que en la película sean todos hombres y yo la única mujer es como el elefante en el cuarto. Incluso luego de funciones me han dicho «che, y sos la única mujer…». Estas cosas están cambiando. Hace diez años no encontraba una compañera cantautora que hubiera hecho discos. No es lo mismo una gurisa que toca o canta una vez cada tanto que gente que compone un cancionero. Era una época de una construcción de identidad, y ese primer cancionero ha sido masculino. No encontré ninguna mujer autora de canciones en Rocha que fuera de esa época. Tampoco en la posdictadura. Está mal que lo diga, pero en realidad soy yo quien vino a ocupar ese lugar. La única diferencia es que lo hice ya estando aquí, en Montevideo. Ellos han sido artistas desde su lugar, con el esfuerzo y el sacrificio que eso implica. Pero es verdad que si uno se pone a ver el canto popular de nuestro país, prácticamente no hay mujeres, y ahí vamos a un problema más profundo. ¿Qué mujer va a sentir que puede hacer eso, que tiene ganas, si no tiene a nadie de referencia para poder decir «yo puedo ser como ella»?

—Has logrado trascender esa barrera. ¿Tuviste alguna referente?

—De niña no había muchas diferencias porque íbamos a aprender guitarra y canto todos juntos, era muy parejo. Nadie se preguntaba si se podía aprender o no. Pero hay una diferencia enorme después, en el intento de hacer una carrera en música. En ese plan no tuve referentes cercanas. De niña tenía referentes internacionales, por ejemplo a Shakira. ¿Qué niña no tenía Pies descalzos en su casa? Y yo cantaba, la imitaba y toda esa cuestión. Recién aquí en Montevideo empecé a conocer a mis referentes de «tú a tú», recién a los 20. Esos son años muy formativos, cuando una se empieza a definir. Pude establecer una relación con ellas y eso es muy lindo. Son personas a las que miraba y decía «fua, mirá cómo ella pudo». Hoy son mis amigas.

—Aunque en el documental investigás sobre estas cinco canciones, no aparecen en sus versiones originales, sino que son reinterpretadas por vos y tu banda de una manera muy diferente, pero manteniendo su esencia. ¿Qué decisiones tomaste para llevar esto a cabo?

—Me parecía interesante saber qué pasaba si a esas canciones de toda la vida las reinterpretaba y las traía a mi universo sonoro. No me iba a meter yo en su universo porque no soy folclorista ni lo seré, pero sí podía traerlas al mío, con el tipo de arreglos que me gustan. Las armo de una forma que no solo sean interesantes y atractivas para mí, sino también para las generaciones que están ahora, porque es muy difícil que un gurí joven se ponga a escuchar la obra de Pindingo o Los Zucará. Las canciones son tan buenas que podían soportar que alguien como yo se metiera con ellas. En los temas en que los autores aún siguen vivos, todo el tiempo tuve el cuidado de que entendieran que esto es algo que se hacía desde el respeto y el cariño. Quería darles una vuelta y aportar algo; en muchos casos cambié la armonía yendo a lugares más luminosos, o trabajé la melodía para que me quedara más cómoda. Ni bien estaba pronta una maqueta, se la enviaba al autor y esperaba a ver qué me decía.

—¿Creés que la canción rochense, como se presenta en el documental, aún persiste en forma activa?

—Esa forma de vivir y entender la música es una que hoy estos cantautores ya no encuentran. Evidentemente, este momento ya no es el mismo que el de los setenta y los ochenta, no hay una efervescencia como la que había en aquel entonces. La película mira todo el tiempo hacia el pasado, y empieza con el testimonio de Julio Víctor González, que es el emblema de la canción rochense, y termina con Julio hablando de su presente, mirando hacia el futuro. El tipo de canciones que está haciendo ahora representan una evolución. Yo siento que hizo historia, dejó un sello fuerte de identidad, pero también creo que aún tiene muchísimas cosas para dar.

—¿Hay una escena contemporánea en Rocha de la cual te sientas parte?

—Es difícil, porque son muchos años viviendo aquí en Montevideo y este trabajo fue para saldar una especie de deuda invisible para mí, en plan «no te puedes olvidar de dónde vienes ni de quiénes te hicieron». Honestamente, no me siento parte de una escena actual en Rocha. En mi grupo somos varios rochenses tocando, pero yo me siento parte de una escena aquí en Montevideo. Tengo muchos vínculos con Rocha, pero no son las personas con las que más ando intercambiando canciones. No sé si hay una escena. Sí sé que están haciendo cosas, asociándose, intentando mejorar las condiciones, pero no es una cuestión tanto de cantautores, sino de músicos en general. Hay gente muy buena, con diversas experiencias. Arcavoces, que están presentes en el documental, son un dúo que tocan bárbaro la guitarra, cantan muy bien los dos, tienen una tradición folclórica muy rica y están muy arraigados a ese tipo de arreglos y contrapunto. Se nota que se han interesado en profundizar por ese lado. Veo que hay diferentes géneros, propuestas distintas que no se centran solo en el canto popular, gurisadas jóvenes que se están juntando para tocar y compartir, y eso está bueno.

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