Prepotencia al poder. Hace pocas semanas, la presidenta de la Comunidad de Madrid y dirigente del Partido Popular (PP), Cristina Cifuentes, puso su lujoso teléfono celular en modo selfie y le dio al botón rojo de grabar. Ensayó la más falsa de sus sonrisas, practicó un tono irónico y empezó a disparar. “Para atrás no hay que dar paso ni para coger carrera (…). A los que queréis que me vaya: no me voy, me quedo, voy a seguir siendo vuestra presidenta”, desafió. Sobre la mesa había varios papeles que hablaban de un máster y llevaban el logo de la universidad pública Rey Juan Carlos. Ahí estaba, precisamente, el motivo de su video. Y también de su chulería.
Cifuentes grabó su mensaje al filo de la medianoche. Unas quince horas antes, el periódico digital Eldiario.es había abierto su edición con una noticia que causaba una mezcla de impacto e indignación: la presidenta de Madrid había conseguido un título de derecho autonómico de manera fraudulenta, sin ir a clase ni presentar los preceptivos trabajos. Sin nada de nada. O mejor dicho, con algo muy grave: su expediente académico había sido alterado y sus notas falsificadas para que Cifuentes aprobase por gracia divina.
La investigación periodística provocó un terremoto en la clase política española. Había motivos de sobra. Por un lado, Cifuentes era vista hasta entonces como la esperanza entre la desazón del PP, un partido desbordado por un sinfín de denuncias de corrupción que afectan a un importante número de dirigentes de esta formación. Ella, en cambio, era la cara limpia y amable. Incluso había quienes la veían como algo “izquierdosa” o “progre”. No en vano, en más de una ocasión había mostrado sus discrepancias con el lobby antiabortista e incluso se había manifestado republicana. O lo que es lo mismo, contraria a la monarquía. Si alguien pretende encontrar algo parecido en la derecha española, le costará mucho. Muchísimo.
Lo que nadie conocía era la otra cara de Cifuentes: además de conseguir un máster sin estudiar, también se hacía con cremas de cosméticos sin pagar en la caja del supermercado. Sí, leyó bien. Este segundo escándalo saltó el miércoles 25, cuando otro periódico digital (Ok Diario, ligado a lo que aquí se conoce como “las cloacas del Estado”, que viene a ser lo más sucio, oscuro y mafioso del poder) ofreció unas imágenes difíciles de olvidar: la misma Cifuentes del máster entrando a una sala acompañada por un guardia de seguridad. La mujer abre el bolso y aparecen productos no pagados. Cremas contra el envejecimiento de Olay, para ser más exactos.
Digámoslo con todas las letras: Cifuentes, que en el momento en el que fue grabada por la cámara de seguridad del supermercado Eroski (año 2011) era nada más y nada menos que la vicepresidenta de Madrid, había robado unas cremitas, se las había guardado en su carísimo bolso de marca y quería marcharse de rositas, pero la pillaron. Como ella era –hasta esta semana– una mujer con suerte (léase impunidad), no hubo denuncia y el video quedó en manos de las cloacas del Estado… Hasta que esas mismas cloacas decidieron vomitarlo.
La presidenta de la Comunidad de Madrid se creía fuerte e impune. Pensaba que nunca nadie sabría lo que se escondía detrás del supuesto máster en derecho autonómico que figuraba en su currículum. Incluso pensó que saldría indemne cuando aparecieron las primeras noticias y ella, ni lenta ni perezosa, se dedicó a lanzar acusaciones contra el medio de comunicación que había publicado la investigación. De hecho, fue al juzgado y denunció al director de Eldiario.es, Ignacio Escolar, y a la periodista Raquel Ejerique, autora del artículo. La querella, por cierto, ya se está tramitando.
Sin embargo, las cosas fueron empeorando con los días. Los reporteros no se callaron, sino que continuaron aportando pruebas sobre el escandaloso máster de Cifuentes. En ese contexto, otro diario digital muy popular en España, El Confidencial, reveló que en el documento universitario aportado por la dirigente del PP como “prueba” a su favor había, al menos, dos firmas falsificadas.
A pesar de la gravedad del asunto y de las innumerables denuncias sobre las irregularidades cometidas en la universidad pública para otorgarle un título que no le correspondía, la dirigente del PP vio cómo la dirección nacional del partido evitaba hacerle renunciar. Y no sólo eso: el presidente Mariano Rajoy llegó a decir públicamente que no había motivos para que abandonase el cargo. Hasta que salió el video del supermercado y se vio obligada a decir adiós, tal como ocurrió el mismo miércoles 25 a media mañana.
Nadie está a salvo (de los títulos falsos). Lo cierto es que su primer lío, el referido única y exclusivamente al máster falso, ha trascendido las fronteras propias del PP y se ha instalado en prácticamente toda la clase política. Sí, toda. Hasta en Podemos, donde un diputado por Galicia (Juan Merlo) se ha visto obligado a dimitir tras comprobarse que en su currículum había puesto que era ingeniero cuando en realidad no disponía de tal título. También falseó su currículum el secretario general del Psoe en Madrid, José Manuel Franco, quien había incluido en su biografía una carrera en matemáticas que nunca había cursado.
En este contexto, la “titulitis” se ha convertido en la enfermedad del año en la clase política española, con síntomas similares a los que aquejaron a la de Uruguay en 2016. En el PP también la sufre Pablo Casado, su locuaz portavoz, quien hace algunos días tuvo que explicar lo inexplicable: había conseguido un máster como el de Cifuentes sin haber pisado la clase ni un solo día. Tampoco tuvo que hacer exámenes ni complicarse la vida con elaboradas tesis de fin de máster: a este político le alcanzó con presentar cuatro trabajos que, según reveló el diario El País, no sumaban 90 páginas. Un hombre con suerte.
Así las cosas, no es de extrañar que en la página web del parlamento haya ocurrido un hecho increíble: de repente, varios diputados españoles han realizado modificaciones en sus currículums públicos, y no precisamente para añadir nuevas carreras o posgrados. En el caso de la biografía de Ana Pastor, presidenta del Congreso y dirigente del PP, ha desaparecido un supuesto máster en administración de empresas. Misterio total.
Hay más hechos extraños. Por ejemplo, el ex actor y ahora diputado de Ciudadanos Toni Cantó ya no dice que es pedagogo, mientras que Javier Maroto, uno de los rostros más conocidos del PP, hizo desaparecer de su currículum un máster en gestión y administración pública. En declaraciones formuladas a un programa de radio, el político conservador confesó que en realidad había cursado “un programa de gestión de administración pública, un título menor al máster porque se hace en un año”.
Mientras, Cifuentes ya ha cambiado su perfil en Twitter. Ahora pone que es “presidenta del PP de Madrid”, cargo del que por el momento no ha dimitido (tampoco la han obligado). Al mismo tiempo, la fiscalía ha abierto una investigación para determinar qué irregularidades podrían haberse registrado en torno a su falseado máster, tal como reclamaron mediante una querella varias asociaciones de estudiantes universitarios. Algunos días antes, la todavía presidenta madrileña sólo había aceptado “renunciar” oficialmente al máster, obviando que en realidad nunca lo tuvo. Eso sí, no dijo nada de su pasado como ladrona de cremas. Lo que le sobró, le sobra y le sobrará es, básicamente, desparpajo.