No digas nada, nena - Brecha digital
La importancia e imposibilidad del teatro ante el terrorismo de Estado.

No digas nada, nena

El compromiso artístico y político en las artes escénicas, y, en específico, en el campo de lo teatral, suele oscilar entre posturas muy diversas. A pesar del discurso que reivindica –o decreta– la inutilidad del arte y a pesar de la insistencia en lo “políticamente incorrecto” como bandera, el reclamo por verdad, memoria y justicia no cesa. El teatro, a su modo, dice presente.

Realización escénica performativa de Hamlet realizada por el Laboratorio de Práctica Teatral en el Cementerio del Buceo en noviembre de 2019 / Foto: Reinaldo Altamirano

Crecer y educarse en un país bajo

/una dictadura militar.

Escuchar en casa la voz temerosa

/de un padre, la advertencia

/incesante de una madre…

“Cuando tus compañeros hablen

/de política, te vas. Y si te preguntan
/algo… vos no digas nada, nena.”

Sandra Massera1


Cuesta hablar frente al silencio. Escribir, confiar, poner una palabra detrás de otra. Llenar los espacios y no tener respuestas. No digas nada, nena, pienso. Quizás sea mejor preguntar y ver qué dicen quienes saben. Entrevistar o reseñar las obras, tomar apuntes y redactar. Vuelvo a los materiales de estudio, a las compilaciones de Mirza y Remedi, a aquel texto de Daulte sobre el teatro como juego, a los 15 años de la niña bonita de la “izquierda” en el gobierno, al teatro previo y al que brilló durante la oscuridad de la posdictadura, al exilio y la vuelta de El Galpón, al auge de los espacios “no convencionales” en los noventa, a los textos turbios de Sergio Blanco, a la obra de Margarita Musto sobre Zelmar, a la casi ciencia ficción de Calderón, a Solarich en el sótano del Mercado Agrícola antes de la hipergentrificación, a la Antígona de Marianella Morena, a las medusas y las obras noruegas que ha dirigido Cecilia Caballero, a las gurisas de Operación estrella, a la bomba de colectivos que no pudieron estrenar Episodio dos: Ophelia-Gertrude en el Cerro, a la marcha que no se va a hacer, a la que después no se hizo pero se multiplicó.

Es difícil acotar, la lista es amplia. Primero deseo citar a los más nombrados, recordar los cuentos que salen del boca a boca de la experiencia, respetar las historias que fueron pasando de generación en generación. Porque, como el teatro es efímero, más allá de los posibles registros, hay obras que calan hondo y son mencionadas y narradas una y otra vez, como un relato folclórico. Luego, puedo dirigirme a las narrativas impuestas por la academia o también a las referencias que todavía no conozco y podrían llegar a ser. Menciono apenas –y pinto débiles puntitos en un mapa– a quienes han marcado el recorrido con obras u otras propuestas vinculadas al tema, o lo están haciendo ahora. No me apuro en delimitar y sigo recordando. Busco hasta el cansancio y no encuentro el libro de Raquel Diana, entro a dramaturgiauruguaya.uy, me bajo algunas obras, me río con los arquetipos de los personajes y me angustio con El tipo que vino a la función, leo de nuevo, lloro un rato con el diario íntimo de Fátima en el libro de Massera, tomo su valor, me lo apropio y decido hablar.

TENGO DERECHO A ESTAR PODRIDO DEL TEMA. En los últimos cinco años se mantuvo en vigencia, tal vez como herencia y respuesta a algunas formas que se realizaron en el período de posdictadura, cierto desprecio al arte político y militante, literal y didáctico. Esa actitud puede verse reflejada en algunas posiciones un poco ingenuas, que a veces son simplistas y otras veces son cínicas. Alcanza con revisar entrevistas a reconocidos directores y creadoras para encontrar puntos de vista que separan su ser y estar político de su propia creación artística. Si ubicamos una y otra en los extremos de una misma línea, muchas veces la dualidad entre la ética y la estética se tensa hasta quebrarse, y hay que empezar de nuevo. Mientras tanto, se suele reiterar –como si se tratara de una obviedad– que todo arte es político, hasta que esa idea pierde el sentido, vaciando la potencia de la incidencia que podrían llegar a tener el arte y la cultura en la sociedad. La actitud naif de la repetición de esa noción, la facilidad de promover la inutilidad como objetivo –que tanto rindió en los años progresistas y dejó a montones de artistas sin colectivo para resistir o dar batalla– y la ironía peligrosa que se transforma en cinismo egoísta empapado de una aparente incorrección política son, por suerte, estructuras móviles.

En El tipo que vino a la función,2 de Raquel Diana, hay un personaje que tiene algunas de las características mencionadas y se presenta con la siguiente didascalia: “Aparece Martín, de treinta y pico, vestido como para representar una obra posdramática o algo así”. El personaje representa a miembros de una generación de creadores y creadoras que han tenido discursos muy similares al próximo diálogo: “No quiero. Me tienen repodrido. Yo no tengo nada que ver. Lo que pasó pasó. Antes, hace tiempo, antes de antes. No tengo la culpa. No estaba ahí. Tengo derecho a vivir mi vida ahora sin que me estén trayendo a cada rato los muertos, los torturados, los desaparecidos. Los represores y los reprimidos. No soy víctima ni victimario. [Al público:] Queridos espectadores, prometo que no van a sufrir. Prometo que hoy no van ser sometidos al aburrimiento del recuerdo de épocas de las que no renegamos, pero de las que ya hemos hablado lo suficiente”.

CUANDO LA REALIDAD SUPERA LA FICCIÓN. Podría decirse que hacer un teatro que sostenga la consigna de verdad, memoria y justicia es casi imposible. No es fácil y los temas que se relacionan con la dictadura militar dificultan la tarea, la hacen engorrosa. ¿Cómo se puede crear después de habitar la fuerza sepulcral que se percibe al transitar la Marcha del Silencio año tras año? La ficción se ve debilitada por una realidad abrumadora que no se resuelve, y la teatralidad de las situaciones cotidianas supera las posibilidades de la caja negra. En la búsqueda, hay quienes insisten e investigan en las formas, probando entre representaciones de textos tradicionales en salas e intervenciones en espacios no destinados para lo teatral, sin hegemonías textuales. Para meterse en el barro, la experiencia debería ser inmensa y singular.

Uno de los acontecimientos escénicos más destacados de 2019 fue la realización de Hamlet. Episodio I: La sombra en el Cementerio del Buceo, que fue coordinada por el Laboratorio de Práctica Teatral (Lpt) con la participación de más de doscientos artistas y colectivos3 que colaboraron con Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos. Asistieron más de mil personas, que terminaron en lágrimas.4 La propuesta, que continuaba con un segundo episodio (de cinco) y tenía fecha para el 28 de marzo, se canceló. Los obstáculos se viralizaron, la realidad volvió a superar la ficción.

A PESAR DE LA PESTE. “Gracias por venir. Como ustedes saben, están prohibidas las reuniones de más de cinco personas. Acá somos bastante más, así que estamos en infracción. Infracción es una palabra muy suave. Estamos corriendo un riesgo muy importante. Por eso, si bien cada uno fue invitado personalmente, les pedimos que nos dijeran la contraseña por el portero eléctrico. Todos la dijeron bien, ¡ja! Como ven, no tenemos mucha luz, pero es mejor así. Por favor, no hablen, quiero decir, no hablen fuerte. Y si quieren aplaudir después de cada canción, por favor, no lo hagan. O mejor: en vez de aplaudir con las manos, háganlo con los dedos, así [chasquea sus dedos e incita al público a que practique]. Eso. Muy bien. Gracias.” El diálogo, también de la obra de Diana ya mencionada, se refiere a otros tiempos, pero podría representar el momento actual, que comenzó el 14 de marzo y continúa para la comunidad teatral y artística.

Entre pandemia y memoria, el 18 de mayo Lpt lanzó un video por redes sociales en el que adhería a la 25a Marcha del Silencio y afirmaba que, con sus intérpretes y performadores de cuerpo presente en las aceras o las calzadas de sus propios domicilios, realizaría una acción de inmovilidad al estar de pie, durante una hora y en silencio, con carteles que expresaran la consigna de Madres y Familiares: “Son memoria. Son presente. ¿Dónde están?”.

En la extraña y múltiple marcha de este año, con esa convocatoria y muchas otras, quedó clara la fortaleza fragmentaria de las acciones artísticas y las intervenciones escénicas. Tal vez, ahora que no hay teatro, haya que seguir con pequeños e intensos gestos. Será tiempo de hacer planes para cuando vuelva y, mientras tanto, absorber la potencia y la simplicidad para no parar de multiplicar la palabra. No dejar de hablar, nunca más.


1.   No digas nada, nena. Y otros textos para teatro. Sandra Massera, Estuario, 2018.

2.   Obra ganadora del premio Juan Carlos Onetti 2014, publicada por Estuario en 2017 y estrenada en 2019.

3.   https://dev.brecha.com.uy/el-teatro-como-acontecimiento/

4.   http://semanariovoces.com/las-sombras-que-nos-habitan-y-las-sombras-que-nos-reclaman/

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