Fue uno de los líderes de la llamada rebelión de los pingüinos, la protesta estudiantil contra el arancelamiento de 2006. Más tarde, como parte del Movimiento Autonomista –partido que luego se integró al Frente Amplio chileno–, llegó a ganar la portuaria alcaldía de Valparaíso, la segunda ciudad más importante de Chile. Su gestión ha logrado algunos hitos a favor de una gestión participativa y popular: plebiscitó el desarrollo inmobiliario, generó una red de farmacias con precios subsidiados y mejoró los salarios de los empleados públicos.
En el escenario actual de masivas protestas y dura represión ordenada por el presidente Sebastián Piñera, Jorge Sharp ha visto su protagonismo acotado por el centralismo del Estado chileno. Con los grandes resortes –tanto presupuestarios como administrativos– de la política nacional en manos del Ejecutivo nacional, la comuna de Valparaíso no ha podido poner coto a los palos de los carabineros, aunque ha aclarado que, aprovechando el estatus del centro histórico de la ciudad como patrimonio cultural de la humanidad, llevará la denuncia de las actuales violaciones de derechos al ámbito de la Unesco. “En definitiva, yo pienso que la rebeldía de la gente se planta frente a dos cosas: en primer lugar, la precariedad de la vida y, en segundo lugar, los privilegios de la elite”, advierte Sharp en el inicio del diálogo con Brecha, en el que analiza aspectos nodales del terremoto social trasandino.
—¿Qué revela la respuesta represiva del presidente Sebastián Piñera: debilidad política o una muestra de gobernabilidad ante las elites?
—La actitud de Piñera, más que debilidad, es una forma de hacer política que se construye a partir de la defensa del proyecto de la elite de este país. Dicho eso, es sabido que la derecha es la que acostumbra a usar la violencia como acción política. En la historia de nuestro país han sido ellos quienes han recurrido a la tortura y la desaparición, como forma de defender los intereses y los privilegios de una elite que en Chile ha acumulado su riqueza con los subsidios del Estado y la explotación de la mayoría de los chilenos.
—¿Hay una conducción política en las protestas sociales?
—Hay una enorme distancia entre la política y la ciudadanía. Nadie anticipó esto que está pasando y ese bravío insurgente hace más novedoso aun lo que ocurre en Chile. Hoy los contenidos están en la calle. Los manifestantes cuestionan y se distancian de la política tradicional y sus formas. Para las fuerzas nuevas eso da una oportunidad, no para suplantar, sino para dotar de una orientación al malestar y proponer salidas que apunten a mejorar lo que ahí se dice. La política debe escuchar, escuchar y escuchar. Y, por supuesto, proponer una salida en función de lo que se dice en la calle y resolver con la gente.
—¿Cómo explicarías la de-sigualdad del modelo chileno?
—Hasta hace poco se seguía diciendo que Chile era el oasis de Sudamérica, que era un país estable y con desarrollo. Sin embargo, a partir de este estallido social se escucha bien fuerte en las calles el grito “Chile despertó”. La actual es una movilización provocada por más de treinta años de políticas que han precarizado la vida de la mayoría. La gente se cansó de que los servicios básicos suban y suban, de que estén privatizados, de tener una pésima salud y una pésima educación, de tener uno de los transportes públicos más caros de la región. En definitiva, nos cansamos de un modelo económico que sólo favorece a unos pocos: los costos no los puede pagar siempre la gente. La enorme brecha que genera ese modelo explica la desigualdad que viven muchos chilenos. El neoliberalismo destruye la vida y los territorios.
—El Frente Amplio es una fracción del hoy heterogéneo campo progresista chileno. ¿Aspiran a la unidad? ¿Con qué programa?
—El Frente Amplio es la expresión de un intento de constituir, con heterogeneidad, una alternativa de gobierno distinta a lo que hemos visto en los últimos treinta años. Somos un proyecto político para la transformación democrática de los territorios y que quiere avanzar hacia un modelo socialista para el siglo XXI, en el que las comunidades y la ciudadanía sean protagonistas. Sabemos que para constituir una mayoría de gobierno debemos estar juntos con otras y otros, poniendo por delante lo que nos une. Ahí hay una serie de contenidos que son la expresión de años de movilización que se reflejaron en un programa conjunto durante la pasada elección presidencial. Indudablemente, después de este estallido nuestro horizonte en común se ha complejizado mucho más. El nuevo programa debería responder a las orientaciones que ha puesto la calle, la movilización, que en el fondo son las ganas de vivir mejor.
—¿Cómo repercute en Chile la derrota de Mauricio Macri en Argentina?
—Acá todos recordamos los videos de apoyo mutuo que Sebastián Piñera y Mauricio Macri intercambiaron en los últimos años. Ellos son parte de un proyecto regional común, que, gracias a la movilización en distintos países, incluidos Chile, Argentina y Ecuador, va en retroceso. Ese repliegue da una oportunidad para avanzar en una nueva oleada de gobiernos progresistas y de izquierda en Sudamérica que permitan avanzar en políticas de bienestar, como sucedió en la primera década de este siglo.