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Mujeres a las tablas

Los espectáculos teatrales acerca de la violencia ejercida sobre las mujeres se fueron sucediendo sin dar tregua en la cartelera teatral montevideana, aportando a la visibilidad de un tema que preocupa a toda la sociedad. Violencia de género, subordinación de roles, limitaciones en los derechos, son algunos de los ejes que los atraviesan.

Las mujeres de Galeano / Foto: Amilcar Persichetti, Difusión

Entre las tantas problemáticas que las obras teatrales buscan visibilizar está la violencia social mostrada desde las mujeres, y varios dramaturgos uruguayos dieron un paso al frente en esta cuestión creando historias que giran en torno al tema. Como ejemplo puede nombrarse a Doña Ramona, del sanducero Víctor Manuel Leites, reestrenada en 2011. Allí los rígidos preceptos del comportamiento social del Uruguay de principios del siglo XX recaen principalmente en los roles femeninos, así como los abusos de los discursos de poder que se concretan en el ultraje al cuerpo de Ramona.

Al año siguiente 6seis: todos somos culpables, de Federico Roca, denunciaba explícitamente el asesinato de mujeres trans en Uruguay. En 2015, la adaptación de La tierra purpúrea, de W H Hudson, dirigida por Anthony Fletcher, también daba cuenta, aunque no fuera el eje principal, de cómo el contexto de violencia social y política afectaba a las mujeres de esa Banda Oriental en construcción. Por su parte Las maravillosas, de Antonio Taco Larreta, estrenada en 2016, recorría dos siglos de nuestra historia a través del coraje y la valentía de mujeres uruguayas en trágicas situaciones del país y de su realidad.

Sin embargo, fue en los dos meses que van del nuevo año que la temática de la violencia de género se instaló decididamente, aunque no todos los espectáculos lograron recuperar la fuerza de los mencionados arriba. Cabe aclarar que automáticamente asociamos violencia de género a violencia contra las mujeres, pero este automatismo es producto del uso equivocado en los medios de comunicación de la categoría género como sinónimo de mujer. De hecho, “género significa relaciones de poder, y la desventaja se la lleva el actor social feminizado”, explica la profesora Lucía Martínez, de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Fhce).

La evolución del rol de la mujer en nuestra sociedad ha sido engañosa e hipócrita, según Lourdes Peruchena, profesora de la Fhce, entre otras cosas porque “hablar de mujer ya supone la sustitución de sujeto por objeto y porque está fuertemente arraigada (incluso en la izquierda) la concepción decimonónica de las mujeres”.

En 1903 el diario El Día registraba la primera noticia sobre violencia de género. El título, tan inocente como justificativo, fue “Oh, el amor…”. En 1914 el “crimen pasional” de Enrique Job Reyes, además de poner fin a los fastidiosos murmullos sociales por tantos versos libertinos de Delmira Agustini, convirtió en noticia de prensa lo que hoy hubiéramos llamado femicidio, a secas.

A partir de hoy, y a propósito del mes de la mujer, en la sala del teatro Solís que lleva el nombre de la poeta asesinada tendrá lugar el ciclo “Ellas en la Delmira”. Tres monólogos escritos e interpretados por mujeres ampliarán el tema de la violencia, que no será abordado explícitamente desde la violencia de género, sino que cruzará situaciones vividas desde la sensibilidad femenina de los personajes. Este variopinto abordaje comienza con 1975, escrita y dirigida por Sandra Massera, donde la mujer es mostrada en relación con la problemática política de la última dictadura; las presiones emocionales y sociales de tener que continuar en una familia marcada por la desaparición forzada de su hermano. La violencia puesta en diálogo con lo que implica un Estado dictatorial “impresiona especialmente en el tema de mujeres embarazadas que fueron víctimas en esos años”, reflexiona Massera.

Parada Olivera introduce otra perspectiva, la de la joven del Interior, con escasos recursos y prostituida. El desafío para el director Yamandú Fumero y para la protagonista y autora, Analía Torres, fue poner lo sexual en segundo plano y visibilizar el “derecho a ser madre, a poder abortar, a decidir sobre su cuerpo como cualquier otro ser humano”. En esta mirada afloran las problemáticas de la discriminación, el abuso y la explotación sexual, condicionadas por la pobreza de una persona que no tiene la posibilidad de elegir y que vive en “una sociedad en la que todos podemos tener los mismos derechos pero no las mismas posibilidades”.

Abriendo paso a una universalización de la violencia, Música de fiambrería, escrita y protagonizada por Laura Trentini, y ya estrenada en 2014, cerrará el ciclo. En palabras del director, Diego Arbelo, el universo femenino será mostrado “ligado irremediablemente al amor, a sus ilusiones y sus desilusiones y por supuesto también a su violencia”.

Mirando en la intimidad de la mujer en las relaciones de pareja, en su vínculo con el hombre y en la valoración de sí mismas, Las mujeres no saben decir adiós busca romper los estereotipos vigentes. Si bien la problemática de este texto argentino es más amplia de lo que se muestra, “la reflexión sería: ¿qué mujeres estamos siendo y qué mujeres queremos ser?”, señala Valeria Soca, asistente y coproductora.

“El espectáculo es un disparador para el análisis de los condicionamientos sociales y las limitaciones que nos autoimponemos”, aclara Valeria Vidart. Para Cristina Cabrera, el espacio explorado es el de la vida privada, porque, “más allá de los roles sociales, no observarse en la vida cotidiana y en las formas de vincularse puede reproducir relaciones de poder”. Sin ir más lejos, como señala Laura Martinelli, “lo verbal, el maltrato psicológico, incluso el silencio, el ignorar al otro, pueden ser formas de violencia”. Ante lo que Alejandra Menéndez resume “la violencia física es la más evidente, pero cualquier persona que está diciéndote ‘Vení, haceme de comer’ está intentando ejercer un poder sobre uno”.

Por su parte, Cecilia Baranda ha propiciado un espacio teatral plástico y creativo para recopilar crónicas de los libros Mujeres y Memorias del fuego, de Eduardo Galeano. Así nace Las mujeres de Galeano, donde está presente “la explotación de las mujeres indígenas y los esclavos negros, Juana la Loca, Juana de Arco (niña que luchó por Francia por mandato de Dios), sor Juana Inés de la Cruz, que a pesar de habérsele prohibido estudiar, investigar y escribir, lo siguió haciendo. Libertadoras latinoamericanas: Juana Azurduy, Domitila, Rigoberta Menchú. Mujeres que protagonizaron y vivieron dictaduras: las madres y abuelas de Plaza de Mayo. Artistas como Delmira Agustini, Alfonsina Storni, Frida Kahlo, Violeta Parra y todas aquellas mujeres que no tuvieron una relevancia histórica pero que sus vidas tienen tanta importancia en nuestra vida cotidiana: las sirvientas, las que sufren violencia doméstica, las niñas en situación de calle que se drogan, la que es amada, la que decide abandonar a su hombre”, resume la directora. Todo eso que vivieron los personajes aún perdura en nuestras sociedades aunque las formas hayan cambiado. Para Baranda ejemplo de esto son la “cantidad de muertes de mujeres y niños en las guerras de África y Asia y entre los inmigrantes que quieren cruzar a Europa y los traga el Mediterráneo. La cantidad de niños y niñas explotadas sexualmente que viven en las calles; las mujeres y niños muertos por violencia doméstica. Mientras queremos soñar con un mundo posible, la mirada de esa niña rescatada al naufragar en el Mediterráneo nos interpela”.

Coronando la exposición del tema en su faceta más militante y política –entendiendo “político” en sentido aristotélico–, está Día 16. “El silencio mató a la hija de Camila. ¿Hasta cuándo?”, puede leerse en los papeles que los protagonistas tiran al público. “El cuerpo es declarante, ¿usted puede confiar en alguien de la familia?”, “La mirada de mi padre la había visto en la de los toros en celo del campo”, “Tan chico es nuestro pueblo que no hay lugar para la verdad”, “Decir ahora es mil veces peor que no haber dicho”, son algunas de las tantas frases que golpean directamente la idiosincrasia del espectador e imponen la incomodidad de pretender seguir como si nada. “Las metáforas escénicas, el suficiente distanciamiento para la reflexión utilizando recursos como máscaras, títeres y objetos, música, movimiento y colores en coincidencia con postulados de Kandinsky y una estética brechtiana enmarcan todo el espectáculo para que las escenas sean disparadoras de emociones tanto en el elenco como en el público”, explica Alicia Dogliotti, su directora. Tanto para ella como para Federico Roca, su autor, Día 16 es la respuesta artística de nuestro compromiso frente a todo lo que está sucediendo y que ha sucedido desde tiempos inmemoriales, con la diferencia de que ahora tiene exposición y nombre propio. Como artistas estamos convencidos de que debemos denunciar estas situaciones y aportar reflexiones desde nuestro lugar de trabajo: el teatro”.

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