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La semana pasada Donald Trump habló de la necesidad de “democratizar Venezuela”. El Departamento de Estado pidió la liberación de las “más de cien” personas detenidas “por sus convicciones políticas”, entre ellas el líder de extrema derecha Leopoldo López, encarcelado desde hace justo tres años.

Venezuela no fue un tema importante en la campaña electoral de Donald Trump. Apenas lo evocó, a pesar de que las relaciones entre Washington y Caracas estaban en uno de sus peores momentos y era previsible que un republicano tendría la tentación de ir aun más lejos que un demócrata y hacer de todo para hundir al gobierno de Nicolás Maduro. El propio presidente caribeño leyó aquel silencio preelectoral del magnate como un indicio de que el republicano no quería meterse en la interna de su país, y hasta pareció defenderlo de los ataques que estaba recibiendo de parte del establishment estadounidense. Pero, tras su elección, Trump corrigió el tiro, y la semana pasada, en cuatro oportunidades, habló de la necesidad de “democratizar Venezuela”. El fin de semana el Departamento de Estado pidió la liberación de las “más de cien” personas detenidas “por sus convicciones políticas”, entre ellas el líder de extrema derecha Leopoldo López, encarcelado desde hace justo tres años. “Estados Unidos está consternado no sólo por los presos políticos sino también por otras acciones tomadas por el gobierno de Venezuela para criminalizar el disentimiento y negar a sus ciudadanos los beneficios de la democracia”, dice la nota de la cancillería del país norteamericano. El miércoles 15 Trump ya había recibido a la esposa de López, Lilian Tintori, en la Casa Blanca, y el lunes había decidido imponerle sanciones económicas al vicepresidente venezolano, Tareck el Aissami, al que acusa de estar vinculado al tráfico de drogas. Y antes aun había conversado con los presidentes de Colombia, Argentina y Perú sobre la situación en Venezuela, dejando en claro su “preocupación”. En enero, además, durante las audiencias a las que debió someterse en el Senado para obtener su confirmación en el puesto, el canciller designado por Trump, Rex Tillerson, había señalado que Estados Unidos “trabajará junto a la Organización de Estados Americanos” para lograr una “transición democrática en Venezuela”. “Creo que estamos de acuerdo completamente en la calamidad que ha ocurrido en Venezuela. En gran medida, producto de su incompetente y disfuncional gobierno, primero bajo Hugo Chávez y después bajo su sucesor designado: Nicolás Maduro”, dijo en esa ocasión el secretario de Estado. Cuando Chávez era presidente, Tellerson, uno de los magnates petroleros que se incorporaron al gabinete de Trump, tuvo duros enfrentamientos con el gobierno venezolano: era nada menos que director de Exxon.

“Los movimientos de esta semana indican que el gobierno de Trump está tomando una posición pública más dura con el régimen de Maduro que el gobierno de Obama”, comentó Michael Shifter, presidente del centro de estudios Diálogo Interamericano.

El secretario general de la Oea, “nuestro” Luis Almagro, está exultante, porque ve que podría lograr que Estados Unidos se pusiera al frente de un movimiento regional en favor de sancionar a Caracas por violar la Carta de la organización regional. En mayo pasado, en su último informe sobre Venezuela, la Oea acusó al Ejecutivo de Maduro de “alterar el orden constitucional (afectando) gravemente al orden democrático”. Para una sanción en la Oea se necesitan los votos de 18 de los 34 estados miembros.

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