A dos días de la primera vuelta de las elecciones francesas, la disputa principal parece estar centrada en quién se enfrentará en la segunda ronda al actual presidente, Emmanuel Macron, que no ha dejado de encabezar los sondeos en ningún momento. La duda actual reside en si, el domingo 10, el segundo lugar lo ocupará la ultraderechista Marine Le Pen, líder de la Agrupación Nacional, o el izquierdista Jean Luc Mélenchon, dirigente de Francia Insumisa, que se presenta bajo el lema de Unión Popular (UP). La media de las encuestas de las últimas semanas ubica a Macron en torno al 28 por ciento, a Le Pen en el 21 y a Mélenchon en el 16, con tendencia al ascenso para los dos últimos.
Macron trepó a un 30 por ciento en los primeros días de la guerra de Ucrania. Fue su pico. Luego fue cayendo lentamente, pero en los últimos días nunca bajó del 26. A medida que Macron caía, Le Pen crecía y recuperaba parte del terreno perdido ante la aparición, meses atrás, de un competidor por la punta derecha, Éric Zemmour (véase «El nombre de Zemmour», Brecha, 4-XI-21), cuya candidatura hoy aparece estancada.
En el caso de Mélenchon, su ascenso, bastante constante, se explicaría por el efecto del voto útil, al surgir como el único en todo el espectro de la izquierda capaz de darle cierta pelea a Macron. Todos los demás postulantes progresistas o de izquierda están muy lejos (sobre la izquierda francesa en esta elección, véase «Es lo que hay, valor», Brecha, 11-II-22).
Por derecha dura, Le Pen casi no tiene competencia: Zemmour estaría por debajo del 10 por ciento, al igual que Valérie Pécresse, candidata de Los Republicanos que ha rivalizado en posturas racistas y represivas con los dos ultraderechistas. El diario Le Parisien, que publica sondeos diarios elaborados por la consultora Ipsos, ubicaba ayer, jueves 7, a los principales candidatos en esta escala: Macron 27 por ciento; Le Pen 22; Mélenchon 17; Zemmour 8,5; Pécresse 8. Hay variantes numéricas entre las encuestadoras, pero no en el orden de los candidatos.
La hipótesis más probable, de verificarse las encuestas, sería entonces que el domingo 24 se repita en segunda vuelta el duelo de las pasadas elecciones presidenciales entre Macron y Le Pen, quedando la izquierda, otra vez (la segunda consecutiva, la tercera en lo que va del siglo), por fuera de una ronda decisiva, con una diferencia nada despreciable respecto a 2017: que el resultado final podría ser mucho más cerrado.
Cinco años atrás, Macron duplicó los votos de Le Pen . Jugó entonces, como había jugado en 2002 –cuando Jacques Chirac se enfrentó a Jean Marie Le Pen, padre de Marine–, el «reflejo republicano» de bloquear a la extrema derecha, y la izquierda se resignó a apoyar a un Macron que se presentaba bajo tintes centristas. Pero esta vez buena parte del electorado de izquierda se abstendría, mientras Le Pen podría contar como refuerzo con el grueso de los votos de Zemmour y Pécresse, y también con los de sectores populares que en primera vuelta se inclinaran por Mélenchon o por el PCF. Al igual que su compadre italiano Matteo Salvini, Le Pen no ha perdido un ápice de la tradicional prédica racista y xenófoba de la ultraderecha francesa, pero ha matizado sus posturas más puramente neoliberales de antaño con la defensa de un «escudo social para los más pobres» (siempre que no sean extranjeros) y cierto intervencionismo estatal.
Ipsos pronostica para el domingo 24, en caso de duelo Macron-Le Pen, una victoria del primero, pero por un margen no tan descomunal como el que se dio en 2017: 54 a 46.
Si por esas cosas fuera Mélenchon quien pasara a la segunda vuelta, Macron la tendría más fácil y ganaría por 20 puntos: 60 a 40.
El quinquenio Macron ha sido particularmente devastador para los sectores populares. El presidente francés tiene muchas similitudes con el nuestro: misma apuesta a los malla oro y a un Estado mínimo, misma política fiscal que favorece a los más ricos, misma idea de una reforma de la seguridad social basada en retrasar la edad de la jubilación y un ajuste salarial a la baja que repercutirá en el monto de las pensiones, misma negativa a intervenir en el mercado para contener el (sideral) aumento de los precios, mismo énfasis en la «comunicación». Si por algo se caracterizó el gobierno de Macron fue por haber suprimido el impuesto al patrimonio, reducido el impuesto a los beneficios de las empresas, reformado el código laboral en el sentido reclamado por las patronales. Y por una represión a la protesta social que alcanzó su paroxismo cuando la revuelta de los chalecos amarillos, pautada por una represión salvaje a la chilena, con decenas de manifestantes que perdieron ojos o manos o quedaron con graves lesiones de por vida. Para su segundo mandato, el joven presidente promete ir por el mismo camino. Y lo haría con un parlamento probablemente bastante más a la derecha que el actual.