Los constructores del silencio - Brecha digital

Los constructores del silencio

Narrativa española.

Honrarás a tu padre y a tu madre, de Cristina Fallarás. Anagrama, 2018. 219 págs.

“Las fotografías son los únicos recuerdos que no mienten”, enuncia la narradora. Es lo único que se puede detener en el tiempo, que queda asido a su época, mientras que todo lo demás cambia. Un tiempo que se encuentra silencioso, pero que al menos tiene la autoridad suficiente como para decir: “Existí”. Esto pasó. Esta persona estuvo viva.

Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968), en su novela Honrarás a tu padre y a tu madre (Anagrama, 2018), tal vez busca convencernos de que lo que está contando es verdad. Por eso las fotos aparecen cada tanto y ponen rostro a esas figuras que repite sin cesar, que nombra como invocando, pidiendo al lector que le crea que esa historia circular y dolorosa, llena de vacíos y baches, es real. “Las fotografías son los únicos recuerdos que no mienten.” Bueno, pero pueden ser impostadas.

Cristina Fallarás, que conjuga los roles de autora y narradora, sale de Barcelona caminando en un momento de desesperación lúcida, hasta llegar a Grand Oasis Park, un complejo de viviendas para familias jóvenes de buen pasar que ahora se encuentra abandonado. Algunos de sus recuerdos de la infancia se encuentran enterrados ahí, o al menos temblando en las rejillas oxidadas. Cristina Fallarás está escapando también de sus impulsos, de la droga y el alcohol –confiesa que sólo ha podido buscar los nombres enterrados con el cerebro entumecido de beber y drogarse–, y, sin otra cosa más que aquello que lleva puesto, intenta reencontrarse con sus muertos.

Contado de manera fragmentaria, cambiando de época y espacio, la narración viaja constantemente entre 1936, año en que su abuelo Félix “Chico” Fallarás fue fusilado, y el presente. Parecería en un comienzo una historia de reivindicación de los mártires republicanos de la guerra civil española, un padre de familia humilde que es arrastrado de la casa que con tanto esfuerzo logró darle a su esposa, Presentación, para ser fusilado en una zanja por un jovencísimo alférez, cuya mayor preocupación es el picor intenso que siente en la entrepierna. Pero Cristina Fallarás no ahonda demasiado en ese abuelo, porque no sabe mucho, porque no es ese el trauma herético que la lleva a arrastrarse hasta el Grand Oasis Park. Ese abuelo, el fusilado, fue silenciado por la propia historia, fue quitado del medio. El alférez, el joven con el ardor en la entrepierna, Pablo Sánchez (Juárez) Larqué, sin embargo, resuena más y poco a poco va a tomando más espacio. Y es porque, obviamente, este personaje es su otro abuelo.

En un largo trayecto de reconstrucción de su propio pasado, e intentando justificar el accionar de su abuelo franquista poniendo en contexto su propia historia y ciertas circunstancias que lo llevaron a eso, Cristina Fallarás parece tratar de mostrar una España cuyo presente está tejido por esas dos realidades, por la combinación de ambas. El problema recae en que, sin querer sonar apologética del franquismo, pero, a su vez, al tratar de humanizar y melancolizar la figura de ese abuelo coronel, se ve a sí misma enredada en larguísimas repeticiones de la Historia y las historias, transmitiendo cómo en realidad su abuelo, como huérfano que había sido, sólo había conocido a los jesuitas, y que estos fueron expulsados por la Segunda República, y otras cosas que se entienden sólo gracias a un conocimiento previo del contexto.

Hay ciertas notas afectadas, un dramatismo que cada tanto resulta impostura, como si estuviese obligada a hablar con la voz del total sufrimiento, un sufrimiento que, como explica al comienzo, surge del “trauma de los nietos” de la guerra civil. Porque parecería que ha vuelto mártires a sus fotografías, que les ha dado total autoridad.

Los recuerdos mienten siempre, porque son recuerdos, porque son recolecciones de un pasado íntimo y atravesado por la voz de quien lo narra. Esas fotos, que buscan hilar el cable a tierra de la historia narrada, no dejan de estar, para nosotros, lectores ajenos, recargadas de la voz de esa Cristina Fallarás que las explica, las analiza y las contextualiza. Entonces se vuelven mentirosas. El trauma no necesita verdad alguna para existir.

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