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Lo que dice el crepúsculo

Derek Walcott (1930-2017) nació y murió en la isla de Santa Lucía, pero su vida no careció de accidentes y de viajes. No muy leída en América del Sur, la escritura de este hombre nada simple y poeta celebérrimo es difícil de verter al castellano, si bien se ha intentado ya en muchas ocasiones, especialmente desde que se le otorgara, en 1992, el premio Nobel de Literatura.

Derek Walcott en su casa de Brooklyn, octubre de 1992 / Foto: Afp, Brooks Kraft

Hijo de una maestra metodista, Alix (el poeta le dedicó su libro de 1998 La abundancia), y de un artista que murió muy joven, Derek Walcott (ojos claros, “piel de visón” según Hilton Als)1 tenía ancestros negros y blancos, y su infancia transcurrió en lo que todavía era una colonia británica (Santa Lucía se convirtió en un estado independiente en 1979), un crisol, como se decía antes, de lenguas y tradiciones. Su lengua materna era el inglés, y publicó su primer poema, una invectiva declarada blasfema por un párroco local, a los 14 años. A los 19, con ayuda de su madre, hizo lo propio con dos libros. Uno de ellos se titula Epitafio por un joven: XII Cantos, y ya tiene voz de hombre solitario y algo agrio, viajero de alma, que no desdeña la maledicencia y la ironía en versos iridiscentes, p...

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