Es un libro, un paisaje, un lugar, un árbol - Brecha digital

Es un libro, un paisaje, un lugar, un árbol

Busco en Internet. Me fijo en la biblioteca de casa. Hablo con algunas personas que siempre son un faro en todos Los Temas de la Vida y el Mundo. De alguno de esos lados saco un nombre: Cerro Pelado. No el Cerro Pelado de Maldonado. Este es del noreste. Queda sobre la ruta 27, a 73 quilómetros de la capital de Rivera.

Cerro Pelado, vista desde la escuela / Foto: Osmar Santos

Julio del año 2014

A principios de mes nos enteramos, junto con Pablo Uribe, de que el proyecto que desde el estudio Monocromo presentamos ante el Banco de Seguros del Estado, para ocuparnos del diseño de su almanaque para 2015 y de la edición del tema anual, ha sido el elegido. Desde el año 2008 nos venimos encargando de este trabajo, que para mí siempre es grato. Para el año 2015 estamos preparando una edición dedicada a pensar la frontera (al oeste: el río Uruguay vertebrando localidades uruguayas y argentinas; al este: una zona limítrofe que une ciudades y campos gaúchos con los departamentos de Artigas, Rivera, Cerro Largo y Rocha). Vamos a hacer un retrato variopinto con fotos y crónicas.

Uno de los capítulos habla de las letras que conversan entre Uruguay y Brasil. Voy a la Biblioteca Nacional y anoto una cantidad de títulos de libros emparentados con el asunto. Busco en Internet. Me fijo en la biblioteca de casa. Hablo con algunas personas que siempre son un faro en todos Los Temas de la Vida y el Mundo. De alguno de esos lados saco un nombre: Cerro Pelado. No el Cerro Pelado de Maldonado. Este es del noreste. Queda sobre la ruta 27, a 73 quilómetros de la capital de Rivera.

Agosto del año 2014

En el inventario de la Biblioteca Nacional hay un libro llamado Cerro Pelado, sólo para chicos. La autora: Paula Miranda. No la conozco. Pido el libro. Lo espero. El montacargas llega vacío. El ejemplar figura pero no está. ¿Cómo que no está? No está. Se ha ido. Algunas veces pasa eso con los libros. Se van. Se pierden. Se los llevan.

Qué desazón.

Salgo. Vagabundeo por las librerías de Tristán Narvaja. No, ahí tampoco está. Alguien me pasa un dato de un coleccionista y vendedor. Vuelvo a casa encorvada y quejosa. ¿Cómo se pierden nuestros libros? Y entonces Santiago (mi esposo, padre de mis hijos, nacido en Montevideo, criado en Rivera) me dice: pero nosotros tenemos ese libro. Y yo digo: no puede ser. Y él me dice: sí. Y yo digo: qué boba que soy. Y él no dice nada.

Y yo digo: me da vergüenza, pero no conozco todos, toditos, los libros que tenemos. Y él me recuerda que se lo hemos prestado a Alicia, una amiga querida, hace ya unos meses.

Entonces recuerdo: es cierto, se lo prestamos.

Hace un tiempo Alicia dirigió un documental sobre el uso que da al microcrédito una habitante de la localidad riverense de Cerro Pelado. Luego un amigo suyo (Tavares), un guionista brasileño, la invitó a hacer un proyecto de ficción juntos. El proyecto construía una película instalada justamente en esa zona fronteriza (Cerro Pelado, Tres Puentes, aledaños).

Le pido el libro a Alicia. Cerro Pelado no está en su biblioteca montevideana, pero sí o sí tiene que estar en la casa de la playa de su familia, a dos horas de la capital. Como Alicia está por viajar a Ámsterdam, donde va a participar de un festival de cine, no puede ir hasta ahí a sacar el libro, pero un buen amigo suyo recibe la llave de la casa y se aventura hacia el interior, buscando el precioso ejemplar de Paula Miranda. La respuesta es concluyente. Cerro Pelado no está.

Alicia se percata enseguida de lo que puede haber sucedido. Tavares, el brasileño, que había quedado viviendo unos días en su casa de la playa, se había vuelto a Rio de Janeiro y no había tenido mejor idea que llevarse el libro con él. Con un pie en el avión que la va a llevar a Madrid, donde se va a tomar otro avión que la va a llevar a Ámsterdam, Alicia le escribe un correo electrónico. Tavares responde un par de días después. Desde México DF. Olímpico: claro que sí, él se llevó el libro porque lo había considerado muy interesante para alimentar la geografía de esa zona que quería investigar para su próximo filme. Pero, ¡oh, qué difícil es que lo sencillo sea sencillo!, lo ha dejado en su casa en Rio de Janeiro. Y, ¡enhorabuena!, por varios meses no va a estar en Rio de Janeiro. Alicia le ruega que haga enviar el libro por medio de sus familiares y por algún medio rápido y confiable. Él tarda unos días en responder.

Para entonces mi ánimo se crispa y siento nacer, de mi cabeza, unas gotitas de agitación como las que se dibujan a modo de corona en los personajes nerviosos de los cómics. Esa soy yo: una mujer con gotitas, como una aureola que levita sobre mi coronilla. Le escribo un correo electrónico a Tavares y le digo que es urgente la necesidad de dar con Cerro Pelado. Que no sé por qué el libro viajó tan lejos, pero que por favor lo envíe ya por correo privado. Tavares se apiada, o tal vez sea la naturaleza vasca que llega hasta México DF como un efluvio y a la vez una advertencia: la lucha por recuperar el libro de Paula Miranda no va a detenerse, y esto se puede hacer por las buenas o por las malas (o como sea que se nombre la insistencia extrema y espeluznante: si no lo manda rápidamente, yo me voy a convertir en una mota de polvo perpetuo y picante en su entrecejo).

Setiembre del año 2014

Estoy hasta el cuello con la preparación del tema anual. El brasileño no gasta en un correo privado, como le pedimos Alicia y yo, pero manda un código para verificar el trayecto del paquete que ha enviado por correo común hasta mi hogar. El libro llega casi veinte días más tarde en un sobre blanco. El lomo se ha despegado y las hojas están un poco descosidas, pero ahí lo tenemos. Con tapa dura y páginas rugosas, color beige. Con una portada preciosa, ilustrada por Osmar Santos, artista riverense. Con imágenes acompañando el interior (fotos también tomadas por Osmar Santos), en un recorrido por varios sitios de Cerro Pelado (Efraín, un caminito, chilcas, un niño –¿Daniel?– vestido con camisa y bombachas, visto de espaldas, mirando el horizonte). Con 117 páginas. Impreso en La Paz.

¿Y quién es Paula Miranda? Claro que para entonces yo ya habré investigado. Claudia de la Barrera, profesora de literatura en Rivera, muy gentilmente me hace llegar un ensayo que ha escrito sobre Miranda, seudónimo de María Elcira Berrutti Pellegrino (1923-2010, nacida en la estancia San Juan, en Tres Puentes, Rivera; hija de Plinio Berrutti y María Pellegrino), también profesora de literatura que antes de vivir en Rivera estudió en Montevideo y en París (en La Sorbonne); intelectual actualizada; católica y devota de la virgen María; autora del poemario Momentos (1949) y Cerro Pelado, sólo para chicos (1973). Encuentro otro trabajo que alumbra el camino en A salto de sapo, de Magdalena Helguera, donde hay información sobre la autora y sobre este libro raro y todavía misterioso para mí.

Leo Cerro Pelado de un tirón. Quizá toda esa odisea nos haya devuelto un libro raro, ausente en la Biblioteca Nacional, ausente de las estanterías de las librerías de viejo en Tristán Narvaja, pero no uno que emocione, no un libro con la fuerza de un imán, con encanto y clarividencia. Pero no es así. El libro tiene la fuerza de un imán, tiene encanto y clarividencia. Es raro y original.

Aparecen palabras como “filosofía”, “intertextualidad”, “misticismo”, “cooperativismo”, “comunidad”, emerge un cierto contacto íntimo con lo sagrado, y una naturaleza que se anima y que opina y se pregunta cosas. Es un libro para niños, pero detrás de la fábula flota una serie de partículas que dejan, durante y después de la lectura, otros rastros.

La aventura de leer Cerro Pelado se vuelve un viaje al lugar (el pueblito homónimo, en Rivera) donde vive un niño (Daniel) junto con su abuela, cerca de un árbol llamado Efraín (que habla a quien lo escuche apoyando su oreja en la corteza del tronco), acompañado por una mula que se llama Carmelita, un perro Azul, un cardenal llamado Fructuoso, y personajes que vienen de la mitología (Sací Pereré), los cuentos clásicos (la Sirenita, la chicharra y la hormiga) y de otros textos (el Principito, Chico Carlo y Susana). Daniel es un niño que juega y que tiene amigos. El agua, el hijo del sol (que Daniel guarda en una latita escondida en el bolsillo), la sal, cobran vida y adoptan una voz para decirnos algo sobre la vida y el mundo.

Encuentro este diálogo entre Daniel y el Principito en la página 34.

“—No te olvides de que todos los padres son gente grande. Y nunca saben lo que haremos los hijos, que somos gente chica.

—Pienso que ellos nos hacen como las semillas, con algo adentro que empuja arriba y crece. Y a lo mejor, después de que levantamos el tallo y echamos hojas, hablamos y nos movemos por cuenta nuestra, hacemos y decimos cosas que ellos nunca soñaron.

—O cosas contrarias a las que ellos decían. Nos vamos por lugares que nunca conocieron. Y nos hacemos de amigos que nunca imaginaron.

—Algunos viven tristes por eso. Creen que los dejamos de amar.

—Pero algunos comprenden que no. Que así es. Nos dan la vida y vivimos.”

Encuentro este diálogo entre Daniel y el cardenal Fructuoso en la página 42: “Tú decís que la gente grande no entiende a la gente chica. Y yo te digo que los chicos no entienden a los pájaros”.

Y este pasaje en la página 73: “El viento quiere cambiarlo todo. Desde el fondo del mar a los desiertos. Desde la selva a los astros. Lo que está abajo que suba. Lo que está arriba, que baje. ¿Por qué?, se preguntaba Daniel. ¿Por qué? Recordaba la voz de la radio, hablando de cambio. ¿Estarían todos tan aburridos que querrían jugar a otra cosa? Cambio –pensaba despacito–. Miró a su abuela, arrugada y canosa: ¿volvería otra vez a ser joven y hermosa? Pensó en el hijito de Fermina, raquítico y enfermo, que hacía tiempo preocupaba a todo el pueblo. ¿Se curaría el hijo de Fermina? Bueno, para eso tendría que tomar leche. Más leche y no agua con azúcar. ¿El viento traería mucha leche al pueblito? Mirando por la ventana del rancho, vio al tordo parado en el último hilo del alambrado. ¿Decidirían los tordos hacerse nidos propios, en lugar de poner sus huevitos en los del hornero? ¿Y los alambrados, cambiarían también de lugar? ¿Cambiarían los caminos, la luz y la sombra, y las horas de clase de la escuela? Metió la mano en su bolsillo. Allí estaba la latita redonda donde guardaba al hijo del Sol. Para ese tiempo, ¿los dejaría solos, el pequeño Sol? Era todo tan difícil de saber, tan confuso, tan raro, que Daniel terminó su plato y se dedicó a otra cosa”.

Y más sobre el final, en la página 103: “Daniel se quedó pensativo. Sí, había muchas cosas que no eran fáciles de entender. Siempre había pensado que él no era solo. Él era él, y el Pequeño Príncipe, y la abuela, y las acacias blancas, y Fructuoso, y los viejos ombúes y Efraín y todo lo demás. Él era él y todo Cerro Pelado le parecía que estaba un poco en todo eso. Y que su dedo de la uña rota tenía que ver con cada cosa del pueblo”.

Octubre del año 2014

En la edición 2015 del Almanaque del Bse que finalmente se manda a imprenta aparece una brevísima mención a Cerro Pelado. No hay espacio y lo que se va a publicar es un lindo extracto que habla del dibujo del mapa de Uruguay como la figura de un corazón, de un río que baja rezongando, de pájaros pintados, y de unas arrugas del terreno que se llaman cuchillas.

Abril del año 2016

La artista Tamara Cubas me invita a participar de una residencia artística llamada Tercer Paisaje, en Campo Abierto, un lugar a diez quilómetros de la ciudad de Rivera. La invitación es a desarrollar un proyecto que piense en la frontera y que tenga algún tipo de eco en la comunidad. Debo ir a Rivera durante más o menos una semana de setiembre. Acepto, sin la más mínima idea de qué puedo hacer. Falta una enormidad de tiempo, me digo. Cerro Pelado sobrevuela la escena. Pero en el momento no me doy cuenta de que ése es el foco de todo. La idea empieza a formarse como esos dibujos que se van configurando cuando uno traza una línea entre un número, otro número y otro más en las revistas de pasatiempos.

Agosto del año 2016

Iré a Rivera en setiembre. Poco menos de una semana. Haré entrevistas a los allegados de María Elcira Berrutti. Iré a Cerro Pelado. Ahora es tiempo de preparativos. La generosidad de Claudia de la Barrera, infinita. Vuelvo a hablar con ella de María Elcira Berrutti. Se amplía el retrato de su obra y de su persona. Claudia me apunta posibilidades. Converso por teléfono con Osmar Santos y nos escribimos varios correos electrónicos. Me sugiere la lectura de la estupenda crónica de Daniel Gatti (“Un caracol artiguista en el corazón de Rivera”) que se había publicado en la revista Ajena, de Brecha, el 20 de marzo de 2014 (y que está disponible hoy en la web). Hablo con Clara María, una de las sobrinas de María Elcira (maestra además en la escuela de Cerro Pelado). Hablo con Azucena, otra sobrina. Hablo con Carlos, el hermano de María Elcira. Combino con cada uno fechas y horas probables de encuentro.

Converso con Flabia Antúnez, directora de la escuela número 14 de Cerro Pelado. Acordamos una visita mía al lugar durante esos próximos días de setiembre. Los niños de la escuela van a elegir los fragmentos favoritos del libro. A instancias de Flabia, hablo con Julio Correa y Samuel Mezquita (docentes del liceo, responsables de un proyecto de comunicación llamado Historias al Aire). Julio dirige la radio comunitaria El Chasque FM. Coordinamos una actividad con los estudiantes del liceo en la radio, tomando Cerro Pelado como eje. Le escribo a Élida Diniz, directora del liceo, comentándole esta idea de revisitar la obra de María Elcira. Llamo a don Lavalleja Pintos, el vecino que a los 12 años plantó el árbol Efraín (gracias a Facebook encuentro una entrevista que recientemente le han hecho para el proyecto Historias al Aire).Vuelvo a leer el libro. Me conmueven cosas nuevas. Entiendo otras que no había encontrado en la primera lectura. Hago notas. Me apronto.

Setiembre del año 2016

A fines de la primera semana viajo, en familia, a Rivera. Visito un sábado de tarde a Osmar Santos en su casa, en este momento totalmente abocado a organizar un libro que traza una retrospectiva de su obra tan fecunda y diversa. Además de haber acompañado en la aventura Cerro Pelado a María Elcira, Osmar era muy amigo suyo. Osmar me presenta a Soledad López, una poeta de Rivera, amiga muy querida de María Elcira. Soledad me habla de su amiga, de las afinidades y la sensibilidad que ellas dos y Osmar compartían en su juventud, de la fe católica que María Elcira profesaba, de su original sentido del humor, del amor de su vida, de su gran capacidad como oradora, de la injusticia de la destitución y el olvido en que se ha sumido su obra, de sus últimos días. Nos acompaña también Azucena, que con dulzura apunta trazos familiares en el retrato que se va armando. La tarde avanza amablemente mientras comemos bizcochitos de canela y charlamos.

Visito en esos días a Carlos Berrutti, hermano menor de María Elcira, que me muestra sus escritos, sus poemas, sus letras de tango, una foto donde puede verse a todos los hermanos, y otra de María Pellegrino, la madre. Me asomo al arborescente trabajo de Osmar Santos, que con paciencia organiza las imágenes de su inmensa trayectoria. Sus esculturas. Sus pinturas. Sus dibujos. Sus fotografías. Sus grabados. Sus trabajos como ilustrador de innumerables portadas de libros y revistas. Leo los textos que Soledad López está publicando en el diario Jornada, de Rivera (luego Osmar va a seguir enviándome estas entregas semanales por correo). Paso por la tradicional casa de la familia Berrutti. Visito brevemente a Susana Moreira, inspectora departamental de Primaria en Rivera. Sondeamos las posibilidades de que la obra pueda eventualmente retomarse como lectura entre estudiantes de Primaria. En cada uno de los diálogos aparece una mujer querida, una obra valiosa, el olvido injusto.

Dedico el último día a Cerro Pelado. Tamara Cubas, dirigiendo esta residencia artística que estoy compartiendo con otros artistas de Uruguay, Argentina y México, es la madrina de todos nuestros pasos allá. Magalí Iváñez se encarga de la producción general de esta aventura. Partimos a las 8 de la mañana desde el Centro Universitario de Rivera, conducidos por Juan, el chofer. Acompaña Alejandro, a cargo del registro audiovisual del día. Pasamos a buscar a Osmar por su casa (hace unos ocho años desde la última vez que Osmar estuvo en Cerro Pelado) y partimos rumbo al lugar. Una hora y media más tarde llegamos.

Las casas están dispersas en un valle. El terreno es quebrado. La escuela, el liceo, la radio y el galpón que usa la comunidad (y que diseñó Eladio Dieste) se reú-nen en lo alto como una familia unida. A unos metros, Efraín. Unos metros más allá, un almacén. Hay sol. El viento nos hamaca. Los árboles suenan por el viento.

Nos esperan Flabia Antúnez y Élida Diniz, Samuel Mezquita, Julio Correa, Clara María Berrutti, los escolares y los liceales. También espera Lavalleja Pintos. En la radio comunitaria se ha organizado una mesa redonda sobre Cerro Pelado y sobre María Elcira Berrutti. Después de pasear por el parque que rodea la escuela vamos a la radio y participamos todos de un programa que recuerda la figura de María Elcira y que roza en varios momentos el sentido profundo de comunidad que se respira en el lugar. Aparecen las palabras “cooperativismo”, “alegría”, “humanidad”. Ideas hermanadas con las que habían aparecido en la primera lectura del libro.

Los escolares y los liceales han elegido sus momentos preferidos, que van leyendo (a veces con voz trémula) ante el micrófono de la radio. Samuel habla de su relación con el libro, que ha encontrado casualmente en una feria hace poquito. Osmar menciona la proporción áurea de la foto del niño que mira el horizonte (el pequeño actor era un sobrino de María Elcira, Marcos). Don Lavalleja Pintos, el señor que siempre vivió en Cerro Pelado, cuenta que a los 12 plantó el eucalipto que lleva el nombre de su propio padre, Efraín.

El momento es inolvidable. El texto respira en la voz de los niños y los adolescentes. Está vivo. Afuera, cerca de nosotros, como un faro, Efraín.

Más tarde, con el libro en la mano, como una brújula, un grupo de estudiantes guiados por Samuel Mezquita, Clara María, Osmar y yo, visitamos cada uno de los lugares que habían recorrido María Elcira y Osmar poco antes de publicar el libro. Cuenta Osmar que en aquel momento María Elcira había sabido exactamente cuáles eran las imágenes que quería que acompañaran el libro. Pero no sólo sabía cuáles eran: también sabía cómo y desde qué ángulo quería que se vieran. Repetimos esas fotos. Osmar toma otra vez retratos del árbol, la casa, un camino entre acacias, un fragmento de carqueja. Pero además nos asomamos a otros lugares que se invocan en la ficción, como los panteoncitos de colores.

El ulular del viento y el sol que nos entibia a todos infunden una esperanza, una promesa, una complicidad. Volvimos agotados y felices. Voy a hacer todo lo que pueda para que este libro se lea. Quedamos hermanados con Osmar en un proyecto. Siento que todos somos parecidos, después de todo. Y todo Cerro Pelado estaba un poco en todo eso.


Inés Bortagaray nació en Salto en 1975, es guionista y escritora. Escribió, junto con Ana Katz, los guiones de los largometrajes Una novia errante y Mi amiga del parque (2006 y 2015). Con el guión de este último ganó el Premio Especial del Jurado en el festival Sundance de 2016. Es coguionista de La vida útil (Federico Veiroj, 2010), Mujer conejo (Verónica Chen, 2011) y Alivio de luto (Guillermo Casanova, basado en la novela de Mario Delgado Aparaín). Es autora de los libros Ahora tendré que matarte y Prontos, listos, ya. Crónicas y relatos suyos integran una decena de antologías nacionales y extranjeras, y revistas literarias como Zoetrope: All Story.

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