Las dos vidas de Camila - Brecha digital
Crónica de un suicidio en una base de la Armada

Las dos vidas de Camila

En la base Capitán Curbelo, de Maldonado, una marina se suicidó durante una guardia nocturna. Las causas todavía no están claras.

Acto por el Día de la Fuerza Naval en el puerto de Montevideo adhoc, Santiago Mazzarovich

Como habían discutido durante tres horas, Carolina Gadea, madre de la marina de segunda Camila dos Anyos, se desentendió del celular. El motivo de la discusión fue una avería en la puerta del auto de Camila, quien, al enterarse del daño, estalló de furia. La confrontación comenzó a las 21.00 y fue de tal envergadura que la joven le advirtió a su madre que tomaría una decisión importante. «Estoy esperando que me avisen qué medida drástica tomaste», fue la respuesta que le envió su madre a la medianoche. La marina no respondió por un rato largo. Cuatro horas más tarde, Camila, quien se encontraba a unos 200 quilómetros de su madre, en la Escuela de Aviación Naval en la base Capitán Curbelo, de Maldonado, dio por comenzada su última guardia. A las 4.00 le respondió: «Burlate, sí». A las 5.15 le envió el siguiente mensaje: «Ya me diste el empujón que necesitaba. Quiero que sepas unas cuantas cosas. Me cansé de abrirte los ojos ante ese hombre mala persona que va a terminar acabando contigo. No es lo que parece ser. Me cansé de ser buena. En el trabajo ya no saben qué hacer para humillarme, discriminarme y degradarme. Es una diversión para ellos. Vine a esta unidad para cambiar y mis compañeros no me quieren ni a mí ni a una cabo. Son muy estratégicos y usan de anzuelo a la que tiene más poder de las dos. Y acá caigo yo. De esto que se entere Dios. Que mi dolor no sea felicidad para ellos. Hice un curso de instructor. Están todos para dar clases de instructor menos yo. Cosas que rompen los ojos. Lamento por el director de la unidad, que, sin dudarlo, fue el que me trajo, pero estoy segura de que no está al tanto ni de la mitad de las cosas que pasan. Me cansé de remarla. Y cuando te digo que estoy cansada, hablo en serio, no para que te hagas la víctima y me tomes el pelo. Chau. Espero que ahora sí lo entiendas». Cinco minutos después volvió a escribirle: «TE AMO».

El cadáver fue hallado por la suboficial Soraya Fulino, encargada de la guardia de la unidad desde las 2.00. El cuerpo se encontraba en el piso de los baños femeninos de la base. A las 7.00, una hora antes de terminar su turno, Fulino observó que la oficina de la guardia se encontraba vacía. Buscó a Camila en el hangar de la unidad, que tenía los portones cerrados y las luces encendidas, pero tampoco la encontró allí. Decidió dejar su auto y dirigirse a los cuartos femeninos. La encontró en el baño, tirada en el piso de la ducha. De inmediato corrió a informar los hechos a sus superiores. En el camino se encontró con dos marinos y les informó lo sucedido. Ellos se dirigieron al lugar y vieron a Camila. Los superiores de Fulino le ordenaron que regresara y le tomara el pulso. Fue así que advirtió que tenía sangre en el pecho y, al abrir el uniforme de camuflaje gris, halló la herida de la bala. Al arribar la médica de la unidad, Florencia Sánchez, dictaminó el fallecimiento. Si bien a las 5.00 se oyó un fuerte sonido, nadie se trasladó a ver qué ocurría, ni Fulino ni las compañeras de Camila, que descansaban a unos 500 metros del baño.

Con un disparo que le atravesó el corazón, Camila dio por culminada su vida. Si bien algunas amigas cercanas suponen que la decisión se debió a un estado de alienación «típico de Camila» cuando se enojaba, parece haber sido bastante premeditada. Esto puede deducirse de los mensajes que le envió a su madre y de una carta manuscrita que dejó en el dormitorio de mujeres. Por otra parte, en el baño había dos cargadores de 17 municiones. A uno le faltaba una bala, el otro se hallaba sobre la pileta junto al celular de Camila. Sus manos tenían restos de pólvora y, según la autopsia, el tiro fue propinado a 20 centímetros del cuerpo. En la pared derecha una pequeña huella evidencia que la bala rebotó luego de atravesar el tórax. El cadáver quedó tendido en el suelo en forma de L y el arma quedó a una distancia de 30 centímetros. La marina se encontraba sola, pese a que el reglamento establece que la guardia sea hecha por cuatro efectivos por turno.

LA VIDA CIVIL

Desde el 21 de noviembre de 2021, las cosas para Carolina Gadea han cambiado. Exfuncionaria de la salud, toma tres medicamentos al día para dormir y ser funcional. Ha recibido muchas visitas y parece ser una persona con muchos amigos. Se mudó a un terreno en la Barra del Chuy que pertenecía a la familia de su compañero, Luis Costa. Dice que en Treinta y Tres recordaba a su hija a cada paso que daba. En esa ciudad se rumorea que Camila se suicidó por la depresión que le causó el fallecimiento de su abuela. Sin embargo, su madre sostiene que el culpable se encuentra en la base militar. Sus amigas piensan que la principal culpable es esta última.

En la casa a medio construir las cosas pasan lento y Rufina, una golden retriever de siete años –los mismos que la carrera militar de su anterior humana de referencia–, llora de vez en cuando. La casa tiene dos habitaciones: una matrimonial y la que pertenecería a Camila. Allí sobreviven algunas de sus pertenencias, como una lámpara a pila que alumbra una habitación que aún no tiene terminada la instalación eléctrica y un ropero de roble de tres puertas, con ropa perfectamente doblada, cuyo perfume dulce impregna el poliéster de algunos sacos de su dueña meses después de su fallecimiento. Enganchadas en la puerta del medio del ropero hay una decena de etiquetas de ropa. «Mi hija tenía problemas con la ostentación. Tanto es así que regalé 14 pares de vaqueros», contó Gadea después de fumar unos cigarros que compró al por mayor en el Chuy, de los que su compañero se queja. El cenicero es un recipiente de crema vacío. Junto con la presentación del utensilio, explica: «Al gordo no le gustan las colillas en el piso». Mientras miran la tele –uno de los pasatiempos favoritos de la pareja–, de vez en cuando suena una alarma que indica la hora de tomar los medicamentos. Costa es quien se encarga de cocinar y lavar los platos.

Consultada sobre su relación con Camila, Gadea respondió que, además de su hija, era su mejor amiga. «Yo era su confidente», insistió. Sin embargo, lo primero que dijo Sofía, amiga de Camila, fue: «Yo era como su madre». Ambas discutieron luego de la muerte de Camila. La primera acusa a las amigas de culpabilizarla del suicidio; ellas dicen que Carolina Gadea fue «una mala madre» y la principal promotora de la muerte, «porque prefirió al novio antes que a la hija». Según Gadea, Camila le comentó que muchas veces sentía que «tenía dos vidas», una en la ciudad de Treinta y Tres, y otra en la base Capitán Curbelo. Lo cierto es que, pese a que tenía íntimas confidentes, de su vida militar se sabe poco. Y, si bien dos militares asistieron al funeral –el subdirector de la escuela, Antonio Borges, y un escolta–, las únicas amistades que concurrieron eran de Treinta y Tres.

Del vínculo con la madre se sabe mucho. Según contaron dos amigas a Brecha, desde que Gadea decidió mudarse a la Barra del Chuy con su novio, el vínculo con Camila se tensó, pero aquella decidió mudarse igual. «Sí, tenía 27 años, edad para independizarse. Pero era una persona muy cómoda. Le ofrecí que se viniera a vivir conmigo y se dedicara a vender comida. Era una excelente cocinera. La mejor. Siempre daba mucho por los demás y amaba a su madre. No quería separarse ni irse de Treinta y Tres. Estaba endeudada porque siempre quería tener más de lo que podía. Una de esas cosas era el automóvil. El novio de la madre siempre reclamaba que Camila no hacía ninguna tarea de la casa. Tampoco quería mudarse al terreno del tipo. Estaba segura de que el novio de la madre estaba usando su dinero para hacerse una casa en su terreno y después abandonarla. Creo que algunas afirmaciones de sus últimos momentos se deben a que sentía que cada vez que su madre la defendía de un enemigo externo, era porque la quería», relató Sofía.

Camila vivió sus últimos seis años en un régimen bastante singular: siete días en Capitán Curbelo, siete días en Treinta y Tres. «Al llegar a casa, se encerraba en el cuarto y pasaba tres días durmiendo, agotada. Pero no me contaba mucho, porque una vez, al comienzo de su carrera, en 2016, me comentó que la habían encerrado en un calabozo y decidí denunciar los hechos. Desde ese momento, dejó de contarme, porque decía que eso empeoraba su situación con sus compañeros. En ese momento, trabajaba como limpiadora en el casino de oficiales. Ella misma denunció ante los superiores que algunos compañeros intercambiaban comida por combustible: lo hizo porque, al poseer la llave del depósito, supuso que le echarían la culpa del faltante. La cosa se complicó, pero la trasladaron a la escuela y ahí, supuestamente, se sentía mejor», contó Gadea. «Me acuerdo de que una vez me crucé con un traumatólogo de la base que trabajaba en la escuela y le pregunté si la conocía. El tipo me respondió: “Sí, obvio. Hace las mejores pizzas que he comido en mi vida”. Cuando se lo comenté a ella, me hizo jurarle que nunca más diría que era su madre ni daría información sobre su vida en Treinta y Tres», añadió.

Cuarenta y ocho horas antes de morir, Camila habló con su padre, un militar retirado y uno de los impulsores de que hiciese la carrera militar después de que abandonara el liceo. El día antes visitó a una amiga, quien dijo no haber observado ningún cambio en la actitud de su compañera, que siempre resaltaba la belleza de los campos de la base, cosa que volvió a hacer en esa oportunidad. El padre declaró a la Justicia que, en su opinión, lo que la empujó a suicidarse fue algo que ocurrió en la última guardia. La amiga que la vio por última vez opina lo mismo.

LA VIDA MILITAR

Las observaciones de las amigas de Camila sobre su vida militar fueron generales. Esta estaba muy cansada de ciertas formas de trato y decía que sus compañeras la detestaban por ser linda. Sofía dijo que los problemas económicos la llevaron a sentir aún más presión para dar los exámenes que debía y ascender, y que, como comentó también su madre, las tareas de limpieza en la base le impidieron prepararse bien para alguna de estas pruebas. Pese a su enemistad, ambas concuerdan en que Camila se vio afectada en una ocasión particular. El ministro de Defensa Nacional, Javier García, visitó la base el día antes de una instancia evaluatoria que le permitiría a Camila ascender de grado, ganar más dinero y enfrentar sus deudas. En esa oportunidad, fue enviada a limpiar todo el mobiliario sola y a oficiar de moza en la ceremonia. Lorena, otra amiga, dijo a Brecha que el fin de semana anterior a su muerte conversó con Camila, quien le aseguró que, en caso de querer matarse, iría por una vía segura: «Utilizaría su arma de reglamento y apuntaría a su corazón». Lo único que recuerda es que durante ese período laboral la estancia de la marina en la base se extendió por más de diez días.

Ya se ha dicho que Camila se desempeñaba como moza en la escuela. En los siete días de estancia en la base los turnos iban de las 6.30 a las 18.00. Ingresó a la Marina en 2016 y se desempeñó como moza del casino de oficiales hasta que se trasladó a la escuela, ubicada en el mismo predio, para hacer tareas de limpieza y algunas tareas operativas, como guardias. Durante su permanencia en la escuela hizo migas con una compañera, quien, en diálogo con Brecha, dijo que la suboficial Fulino era a quien se refería Camila en sus mensajes. «A ella y a otra compañera la suboficial las tenía entre ceja y ceja. La formación con ella es conocida por que si tenés un problema o estás triste, el régimen te puede volver loco», aseguró. En el manuscrito de una página y media que Camila dejó antes de suicidarse, menciona a la cabo Acosta, a quien se refiere como una de las principales promotoras de las «humillaciones que sufría a diario». «El ensañamiento contra mi persona es demasiado notorio», denuncia en la carta. Luego relata una serie de acontecimientos; entre ellos, un episodio ocurrido el 17 de noviembre de 2021, cuando la cabo le ordenó que hiciera sola ciertas tareas de limpieza, «cuando había cuatro personas más a disposición». Menciona también que comunicó los acontecimientos a sus superiores y que muchas de las situaciones descritas desembocaron en la elaboración de informes. Esto hizo que fuera acusada de vivir quejándose de su trabajo, de hablar mal de sus compañeros y de dedicarse a «llevar chismes y quejas» a sus superiores. Después de que relatara los acontecimientos del 17 de noviembre, la cabo habría aprovechado un error de Camila en la colocación de manteles y servilletas para gritarle en presencia de algunos compañeros.

«He callado cosas en su momento, cosas que me han pasado, que he aguantado, porque no quiero conflictos o situaciones que han sido motivos de informes. Y no he hablado porque sé que vine mal vista porque mis compañeros y la gente juzga[n] sin conocer la verdad y se deja[n] llevar por los murmullos. Estoy cansada de aguantar maltratos y dichos denigrantes, como el de decir que soy una esclava y que para lo único que sirvo es para limpiar. No es así. […] Los hechos llegaron a ser muy claros. Resulta conveniente decir que yo soy el problema, para dar vuelta las cosas y quedar yo como la culpable», escribió Camila a continuación. Fuentes de la unidad contaron a Brecha que el suicidio se está investigando, pero, en respuesta a un pedido de acceso a la información hecho por el abogado de Gadea, la pesquisa fue calificada como secreta.

Si bien las amigas acusan a la madre, una de ellas, reflexionando sobre el hostigamiento al que la fallecida alude en su mensaje, recordó un audio de Whatsapp que le envió el 24 de noviembre del 2020: «Salimos a las diez con unos amigos y nos enteramos de que había un compañero y una mujer en la guardia militar, que es donde reciben a la gente. ¿Podrás creer que a las 11.00 me estaban avisando que el tipo se pegó un tiro en la guardia? Todavía estoy rara, porque es como que nadie pudo prevenir esa situación. Nadie lo pudo salvar de la situación. Porque, tal vez, si alguien hubiera hablado, si alguien lo hubiera escuchado, capaz que estaría vivo. Pero fue una cuestión de segundos. Andá a saber. Cuando me fui, lo vi normal, no lo vi mal. No lo podía creer cuando me dijeron que mi compañera, que estaba con él en la guardia, lo vio cómo se pegó un tiro en la cabeza y ella quedó en shock. Este año la verdad que todo ha sido una mierda. Espero que se termine».

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