Brahim S H habla con un perfecto acento andaluz. De Cantillana (Sevilla), concretamente, donde estudió administración de empresas. “Puedes llamarme el ‘Sevillano’, si quieres”, dice. Vive en Smala, uno de los cinco campos de refugiados saharauis en el corazón del desierto de Argelia. Regresó hace un año de España. Tenía problemas con los papeles y no encontraba la “paz interior”. Sufría la sensación de haber abandonado a su familia. Tiene 21 años.
“Mi padre murió, mi madre está enferma, y tenía el dolor dentro de no devolver a mi familia la apuesta que hizo por mí, permitiendo que estudiara en España”, explica. Ahora estudia inglés, ruso, árabe y trata de memorizar el Corán. ¿Y cómo puede ayudar a su familia? “Sacándolos de aquí, tenemos que ganarle la guerra a Marruecos”, afirma.
Brahim quiere la guerra. No tiene dudas. Prefiere morir en la batalla que continuar viviendo en un campo de refugiados, donde su familia lleva ya 40 años. Recuerda que cuando regresó a los campamentos, tras 12 años en España, notó que el “ambiente había cambiado”. “Mis vecinos ya se han ido. Creo que cruzaron el muro y se han ido a los territorios ocupados. Otros se han ido a Tinduf, en Argelia. No los juzgo. La gente sólo quiere una vida mejor. Aquí los segundos se hacen minutos, los minutos se hacen horas y las horas se hacen días. Es insoportable.”
Se muestra muy crítico con el Frente Polisario, al que acusa de ser uno de los beneficiados de esta situación. “Ellos tienen a sus hijos viviendo en América y en diferentes países de Europa. Tienen dinero. Están bien. No tienen prisa”, juzga. A pesar de todo, no piensa en abandonar los campamentos. “Mi abuelo me dijo que lo que te quitan levantando las armas sólo se puede recuperar con las armas. Creo que tiene razón”, dice.
RECLAMOS AL POLISARIO. El Frente Polisario critica que la “credibilidad de la ONU queda como rehén” de su incapacidad de aplicar la legalidad internacional. La juventud, evidentemente, le pide más que declaraciones. Muchos de los jóvenes saharauis no han conocido otra cosa que quilómetros y quilómetros de arena y plástico. A finales de este año se celebrará el Congreso del Polisario y ahí se tomarán las medidas que el movimiento de liberación considere oportunas. Los jóvenes lo esperan como agua de mayo. “El Frente Polisario tiene un discurso muy agresivo, pero ahora tiene que trasladar esa agresividad a medidas concretas”, dice Brahim. ¿Y en qué se traduce esa petición? “En ir a la guerra. Necesitamos un líder que nos lleve a la guerra contra Marruecos”, sentencia bajo la atenta mirada de Mansur Roh-Fadel, de 25 años, secretario regional del Ujsario, la organización juvenil del Frente Polisario.
Mansur asiente ante algunas afirmaciones de Brahim, pero no comparte muchas otras. Sobre todo las críticas más feroces contra el Polisario. Parece debatirse entre la sensación de que cada crítica al Frente será aprovechada por Marruecos para mostrar en los territorios ocupados el descontento de la población con su legítimo representante, y la convicción de que la crítica es necesaria para avanzar y fortalecer al Polisario.
“Lo mejor que puede sucederle a Marruecos es que el Sahara estalle. Hay un dicho que dice que matar al enemigo siempre es un placer, pero que el mayor placer es que el enemigo sea asesinado por su hermano. Eso es lo que quiere Marruecos”, reflexiona Mansur, que coincide con Brahim en que la guerra es la única y última solución al alcance del pueblo saharaui. Sabe que retomar los fusiles puede ser el exterminio de su pueblo, pero también que Marruecos nunca se irá de la tierra saharaui sin armas de por medio.
“Pienso en esto cada día de mi vida desde que tengo uso de razón. No es una rabieta. Lo tengo muy claro. Si tengo que morir por mi patria, moriré”, afirma Brahim, que cuida con detalle cada palabra que pronuncia. Se puede apreciar el miedo a que sus dichos sean utilizados por Marruecos. “Lo único que nos queda es la unidad”, sentencia.
La unidad a la que hace referencia Mansur es clave para entender el discurso de estos jóvenes que piden la guerra. Todos los jóvenes con los que Público ha contactado han mostrado su predisposición “a alzar los fusiles”, pero también afirman que no moverán un dedo sin la orden del Frente Polisario. “Lo que tengamos que hacer lo haremos como pueblo. Si cada uno hace lo que quiere estaremos perdidos”, cuenta Fadili Sidati, de 27 años. Sidati luce un anillo de compromiso en su mano izquierda, pero no tiene novia ni un proyecto de formar una familia. “Guardo el anillo como recuerdo de una relación, pero no quiero tener una familia aquí. No quiero dar a mis hijos una vida tan triste como la que yo he tenido en estos campamentos”, señala. Estudió ingeniería mecánica industrial durante los 12 años en que estuvo viviendo en Cuba. El joven es portavoz de Gritos contra el Muro. El último fin de semana de cada mes esta asociación se desplaza hasta el gigantesco muro construido por Marruecos para defender su ocupación del Sahara occidental. Allí se desahogan, lanzan cánticos, consignas contra Marruecos y contra la inoperante MINURSO.
Sidati recibe a Público en la jaima que esta asociación ha plantado en la decimosegunda edición del Festival Internacional de Cine Fisahara 2015, que este año está centrado en la justicia universal. “Yo soy de los que no creen en la paz. De hecho, esto que vivimos ahora no es la paz. Es guerra. No hay muertos, pero sobrevivir aquí ya es una muestra de que no nos rendimos, de que nunca hemos abandonado la lucha”, dice Sidati, que abre los ojos todo lo que puede y fija su mirada en el periodista: “Si un hermano mío abandonara los campamentos para irse a vivir a los territorios ocupados por Marruecos ya no sería mi hermano. Un traidor nunca será mi hermano”.
Tras la insistencia del periodista en la locura de que hijos de un campamento de refugiados se enfrenten al quinto ejército más poderoso del mundo, Sidati pone la puntilla al reportaje: “Tienes que entender que me da igual perder esta vida. No la quiero. No sirve. Tenemos que luchar por sobrevivir como pueblo. La muerte será digna si es por la vida de nuestro pueblo”.
A su lado, Dadh Salama, de 26 años, y también con una licenciatura de la Universidad de La Habana, asiente con paciencia, para añadir: “Tenemos un juramento con nosotros mismos. Desde los mártires a los niños, creemos firmemente en la recuperación de nuestra tierra. Nadie sabe cuándo estallaremos, pero está claro que estallaremos”, sentencia.
(Tomado de Público por convenio.)
[notice]Algunos datos
Ubicado sobre el Atlántico, el Sahara occidental es uno de los 17 territorios no autónomos supervisados desde 1960 por el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas. El enclave pertenecía entonces a la corona española. En 1976 España lo abandonó tras firmar los llamados Acuerdos de Madrid con Marruecos y Mauritania, que nunca fueron reconocidos por la ONU. Salvo una pequeña franja, la gran mayoría del territorio está hoy en manos de Marruecos, que lo ocupa manu militari con apoyo tácito de Estados Unidos.
El Frente Polisario proclamó en sus tierras la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y declaró la guerra a Marruecos y a Mauritania. Mauritania capituló en 1979, y en las zonas que controlaba se instaló la RASD. Las regiones bajo control del Polisario, unos campamentos en el desierto, están separadas de las zonas bajo control marroquí por un muro.
En 1997 Marruecos unió provincias del Sahara occidental con algunas de sus propias provincias. En 2000 fracasó la tentativa de realizar un referéndum de autodeterminación bajo la égida de la ONU. Desde entonces las negociaciones están empantanadas. La RASD es reconocida por la Unión Africana y otros 40 y pico de países. El dominio marroquí por ninguno.
El Sahara occidental es una de las regiones menos densamente pobladas del mundo: en sus 266 mil quilómetros cuadrados viven algo más de medio millón de personas. Otros saharauis están instalados en campamentos en la ciudad de Tinduf, en Argelia, uno de los mayores apoyos con que siempre ha contado el Polisario.
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