La Fiscalía de Sudáfrica ha anunciado la retirada provisional de los cargos de asesinato contra 270 mineros a los que imputaba la muerte de 34 de sus compañeros abatidos hace tres semanas por la policía. De momento siguen detenidos aunque se espera que queden en libertad bajo fianza. La imputación, que puede volver a materializarse, se basaba en una ley de la época del apartheid según la cual quien participa en una protesta y en dicha protesta muere un policía o algún manifestante es responsable de dicha muerte.
Todo el sistema legal del apartheid no sólo era racista, sino aberrante. En el caso de esta ley significa que si hay una manifestación y un manifestante, de la forma que sea, mata a un policía, todos los que han participado en el acto son culpables de “asesinato”. Pero en una vuelta de tuerca más, superando el absurdo, como se ha hecho en este caso, si hay una manifestación y la policía dispara y mata a algún manifestante, el resto de los manifestantes son culpables también de “asesinato”, y no el policía que ha disparado.
Así ocurrió con la protesta de los mineros de la mina de platino que la empresa Lonmin tiene en Marikana, a un centenar de quilómetros de Johannesburgo. Los mineros, que habían iniciado una huelga en demanda de mejoras salariales, se manifestaban esgrimiendo palos y machetes. De repente, la policía comenzó a disparar. 34 de los mineros quedaron sin vida, tendidos en medio de un enorme charco de sangre.
Cualquiera que haya visto las imágenes se da cuenta de que lo que ocurrió se pareció demasiado a un fusilamiento. Y se pareció, también demasiado, a lo que ocurría en tiempos del apartheid. Salvo que ahora no sólo disparaban policías blancos, también tiraban a matar policías negros. Ningún alto responsable policial ni ningún ministro ha dimitido por la masacre de Marikana. Eso sí, la Fiscalía rápidamente desempolvó la legislación del apartheid para acusar a 270 mineros detenidos del “asesinato” de sus compañeros.
Lo ocurrido demuestra hasta qué punto el tejido legal, pero también psicológico y moral, del apartheid está lejos de haber desaparecido de Sudáfrica. Sólo se ha transformado. Y esa transformación consiste en que la minoría blanca sigue detentando los privilegios; y una pequeña minoría negra, la de los actuales dirigentes sudafricanos, del gobierno y del partido (ANC), corruptos y adictos al nepotismo, se ha subido al carro. La gran mayoría negra sigue marginada, excluida del desarrollo, explotada y empobrecida.
Es de suponer que Nelson Mandela esté enmudecido por la tristeza.