Por regla general, el coleccionismo en Uruguay es de modalidad reservada y mirada conservadora. Invierte en artistas de renombre, consagrados, casi siempre fallecidos y apuesta a lo nuevo sólo cuando tiene todos los ases en la mano. El declive de las galerías y el auge de las subastas locales, con precios muy bajos, propició, además, un tipo de comprador que no necesariamente está bien informado ni es realmente un apasionado del arte, pero que es capaz de reunir una colección propia, aun cuando no logre dotarla de carácter ni otorgarle una orientación definida. Hay excepciones, por supuesto, pero el perfil bajo y la moderación suelen ser la regla. Por eso, desde sus orígenes llamó la atención la colección Engelman-Ost, creada por una pareja que apostó por los artistas activos y, en su mayoría, jóvenes, que se jugó por obras provocadoras y nada convencionales, y las puso en exhibición para todo el público.
Desde el comienzo, cuando en los años sesenta empezaron a adquirir obras –la primera fue una escultura de María Freire–, la diferencia radicó en que no hubo atisbo de especulación. «María Luisa Torrens fue quien dijo que éramos coleccionistas. Porque no estaba en nuestra voluntad serlo ni nos concebíamos como tales. Un día Torrens nos mencionó como coleccionistas. Y resultó que, al final, terminamos siendo coleccionistas.»1 Esta confesión de la pareja al crítico Pedro da Cruz da la pauta de un proceso más intuitivo que racional, más impulsivo que planificado. Pero, al final, como afirman, fueron coleccionistas y reunieron creaciones de más de 70 artistas uruguayos. El énfasis de la colección está puesto en obras viscerales, de un expresionismo descarnado, con anclajes en cierto pop vernáculo y con puntos altos de la producción simbólica de fines de los años ochenta y noventa, incorporando, finalmente, las nuevas promociones surgidas en el siglo XXI. Hay otra condición que implica una diferencia con respecto a otras colecciones: en la colección Engelman-Ost se permitió el ingreso del lenguaje de las instalaciones y la fotografía, que definen un afán de contemporaneidad sin igual en nuestro medio.
La amabilidad extrema y la sobria corrección que caracterizaron siempre a la pareja tenían una compensación simbólica en esas grandes obras de violento impacto y subido cromatismo, que sacuden al espectador. El nervio de la colección y de las exposiciones temporales que también promovieron está claramente visible y enseña que el arte uruguayo no es en absoluto gris ni anodino, al menos no buena parte de él. Águeda Dicancro, Lacy Duarte, Hugo Longa, Ernesto Vila, Hugo Nantes, Germán Cabrera, Virginia Patrone, Rimer Cardillo, Margaret Whyte, Carlos Seveso, Carlos Barea, Carlos Musso, Álvaro Pemper, Mariví Ugolino, Juan José Núñez, Marcelo Legrand, Teresa Puppo, Eduardo Cardozo, Gustavo Tabares, Juan Burgos, Javier Abreu, Martín Sastre, Federico Arnaud, Fernando López Lage, Dani Umpi, Agustín Sabela y Juan Uría son algunos de los nombres cuyas obras de considerables dimensiones engalanan el local de la calle Rondeau.
Con sus modos apacibles y su fino humor, Carlos Engelman visitaba a los artistas en sus talleres, los recibía en su local y departía amablemente con todo el mundo. Así, fue uno de los dos artífices de esta colección, que hoy es una referencia ineludible para entender la producción artística uruguaya de los últimos 50 años.
- «Con Carlos Engelman y Clara Ost. El arte de coleccionar», El País Cultural, 11-6-10, Montevideo
En diálogo con su tiempo
No era extraño ver a Carlos subido en una escalera o colgado de una baranda arreglando un foco de luz o revisando alguna conexión de las instalaciones del local de Rondeau 1430, en el que se exhibe la colección de arte que formó junto con su esposa, Clara Ost, a lo largo de 57 años. Si bien el número total de obras no ha sido divulgado, se trata del principal conjunto dedicado al arte contemporáneo de Uruguay. Para armarlo, el matrimonio siguió una metodología de adquisición en la que primó el vínculo con los artistas. Salvo escasas excepciones, no compraron en galerías ni en remates, sino que optaron por recorrer exposiciones y muestras, cuando las había, o directamente visitar al artista en su taller, sosteniendo el vínculo en el tiempo, de modo que la colección fuera testigo de trayectorias creativas. El perfil dado al conjunto, de apuesta al arte que se estaba produciendo en diálogo con su tiempo y de artistas con escasas posibilidades de difundir su obra en los sombríos años setenta y ochenta, llevó a que estos coleccionistas concretaran un proyecto valioso, en las antípodas de otros coleccionismos más volcados a artistas consagrados y a una lógica de inversión segura.
Carlos y Clara se casaron en 1962, año en el que él se recibió de doctor en neurofisiología. La clínica que mantuvo hasta su retiro, en 2002, fue un referente en esa área de las tecnologías médicas. Estaba ubicada en la planta baja de la antigua casona céntrica que luego albergaría la colección de arte en dos etapas: primero, en 1994, cuando las obras dejaron el hogar familiar para mostrarse en la planta alta del local; luego, en 2002, cuando, después de una ambiciosa reforma, todo el edificio fue destinado a mostrar la colección y realizar exposiciones y otras actividades culturales. Entre 1996 y 2011 expusieron allí más de 50 artistas y a partir de los críticos años dos mil el intenso programa de exposiciones colectivas permitió promover el trabajo de artistas jóvenes o emergentes.
En 1963 comenzaron a comprar arte. El vínculo con María Freire, quien había sido docente de Clara, marcó los inicios de la colección, que se nutrió con obras de esta artista y su esposo, José Pedro Costigliolo. Sin embargo, el perfil del conjunto resultante dista de aquel lenguaje plástico concreto y geométrico. La presencia determinante es la de Hugo Longa (1934-1990), oriundo de Salto, con quien el matrimonio estableció una relación profunda. Además de ser el artista más representado en cantidad de piezas (que superan las 30), el magisterio de Longa está documentado en la presencia, también importante, de artistas que se formaron en su taller. Así, Fernando López Lage es el segundo artista en cantidad de obras. La colección también tiene conjuntos significativos de Álvaro Pember, Margaret Whyte, Virginia Patrone, Gustavo Tabares. A partir de esas presencias se explican otras que refieren al colectivo reunido en la Fundación de Arte Contemporáneo: María Clara Rossi, Teresa Puppo, Agustín Sabella, Sergio Porro, entre otros.
Siguiendo una estética expresionista, de vehemencia cromática y gestual, se encuentra la presencia significativa de Carlos Seveso y Carlos Musso, así como la de otros artistas a los que el matrimonio optó por buscar expresamente, como Eduardo Cardozo, Ernesto Vila y Hugo Nantes. Hasta 2019 quien ingresaba a la colección era recibido por los Esperpentos de Nantes (en un ambiente cuyas paredes estaban repletas de pinturas de Longa), seguido por otros exponentes de la escultura contemporánea, como Rimer Cardillo y Lacy Duarte, de quien la colección tiene la magnífica Hecha la ley, hecha la trampa.
En aquellos tiempos prepandemia, el matrimonio recibía a quien quisiera conocer la colección y le ofrecía un recorrido guiado por los solventes conocimientos de Clara y las acotaciones en tono humorístico y anecdótico de Carlos. La muerte de Carlos deja un vacío significativo, doloroso, pero también la imponente presencia de la colección reunida junto con su esposa, que, esperemos, siga siendo un referente para los interesados en el arte contemporáneo local.
Carolina Porley