Todos, tarde o temprano, adrede o sin querer, nos encontramos en el mismo brete: la imposibilidad de escapar a la cuestión ética cada vez que tenemos que decidir. En el caso de los políticos se añade otra imposibilidad: además de tener que decidir sobre sí mismos, tienen parte de la responsabilidad de reflexionar sobre cuáles deberían ser los bienes éticos inherentes al accionar social de la población y, por eso, no pueden escapar al ojo público. Justo ahora –en el preámbulo de una campaña electoral que puede significar el término del ciclo izquierdista– surge con fuerza el cuestionamiento de la eticidad en los ámbitos político-partidario y gubernamental. Hay quienes consideran que, sin importar cuánto se apartaron del ideal ético, todos provocarán la pérdida –en mayor o menor medida– de l...
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