¿Habrá sabido Carlos Modernell, cuando preguntaba en sus famosos versos “¿Qué es una murga, mamá?”, que la respuesta literal a esa pregunta varía ampliamente según de qué lado del Río de la Plata se haga? Todos los febreros, en la ciudad de Buenos Aires, 15 mil murgueros toman las calles. El número no es una exageración, aunque por la naturaleza misma de las murgas porteñas no deja de ser aproximado. Otra estimación es que, cada año, alrededor de un millón y medio de espectadores asisten a los corsos para ver los espectáculos carnavaleros.
Un uruguayo desprevenido que cruce el charco en febrero con ganas de tablados, coros entrenados y espectáculos profesionales, corre el riesgo de llevarse más de una sorpresa. La murga porteña y la murga uruguaya son dos cosas bien distintas.
“La definición clásica es que la uruguaya es de escenario y coral, y la porteña es de calle y baile”, nos dice Germán Delgado, miembro fundador de Lagamur Delrioba, única murga de estilo uruguayo inscripta en el circuito oficial de Carnaval de la ciudad de Buenos Aires. Es que sin importar el lado del río en el que se encuentren, los carnavaleros quieren salir en Carnaval. Así es como encontramos a más de un uruguayo emigrado a Argentina participando de la fiesta. “El Carnaval es cantarle al pueblo y yo no puedo cantarle a Buquebus. Hace 40 años que vivo acá. Mi entorno es éste, mi lucha es ésta. Por eso hace ocho años decidimos salir en Carnaval acá. Y una vez ahí empezamos a ver códigos muy diferentes y a conocer un mundo completamente nuevo.”
De manera muy esquemática podemos decir que la función de una murga porteña se divide en desfile de entrada, glosa (recitado) de presentación, canción de presentación, crítica, demostración de baile, glosa de retirada, canción de retirada, desfile de retirada. De este esquema básico ya podemos deducir la primera y gran diferencia: lo más importante para las agrupaciones carnavaleras de Buenos Aires es desfilar, y hacerlo bailando.
“Un uruguayo probablemente se acerca con una expectativa alta de ver el escenario, y entonces se pierde el desfile y el baile, que es la parte más importante del espectáculo”,nos dice Adrián Mozzo, también uruguayo y director de la Escuela de Música Río de la Plata, un espacio central para la difusión del Carnaval uruguayo de este lado del río. Es que más de la mitad de la presentación de una murga porteña es el desfile y el baile. Las murgas llegan con su estandarte encabezando la procesión, danzando un baile típico y exclusivo de la ciudad de Buenos Aires, bastante difícil de describir. Los murgueros tiemblan, caminan con grandes zancadas, vuelan y lanzan patadas, a veces en coreografías, a veces de modo individual y completamente libre.
Otra diferencia es que las agrupaciones carnavaleras porteñas difícilmente tienen menos de 50 miembros, y algunas, como el centro de murga Los Amantes de la Boca, pueden llegar a los 500 y más. Todos llegan al escenario bailando, cantando y agitando sus fantasías –banderas, sombrillas, dados, lunas y estrellas gigantes, con sus galeras y sus levitas llenas de apliques y dibujos de lentejuelas bordados y elegidos especialmente por cada uno de los murgueros para representar sus pasiones–, vestidos con los dos o tres colores particulares que identifican a su murga.
El uruguayo desprevenido que espere ver un show de tablado se encontrará con otra gran sorpresa: en Buenos Aires el Carnaval es callejero. “El corso –el espacio donde desfilan las murgas– está en la calle, vos venís caminando y te lo encontrás, no tenés que entrar a ningún lado. Eso tiene su magia”, continua Adrián. En las veredas está el público; sobre el asfalto los bailarines y los bombos. Cada fin de semana de febrero funcionan en promedio 25 corsos distribuidos por los diferentes barrios. Son todos, sin excepción, escenarios populares y gratuitos. En su gran mayoría son organizados por las propias murgas.
“No te cobran entrada”, nos dice Zulema Barrios, directora general de murga La Redoblona y conductora del programa Carnaval de radio en FM La Tribu. “La calle es igualadora. Es como pasa en Uruguay con la túnica blanca y la moña. En nuestra murga desfila una mucama del Hospital Italiano, y hemos tenido entre el público, aplaudiendo, al director del mismo, por ejemplo.” La historia personal de Zulema nos permite acercarnos a otra diferencia entre los dos carnavales, esta vez de las menos visibles, ya que tiene que ver con lo que ocurre durante el año, no sólo en febrero. “Nosotros con mi marido quisimos escapar de la dictadura de Uruguay y justamente nos vinimos para acá en el 74. Mirá lo iluminados que estuvimos. Durante los primeros veinte años la verdad es que yo extrañaba y vivía pensando en Uruguay. Cuando me di cuenta de que ya no iba a volver y de que quería vivir y no sólo sobrevivir acá, empecé a fijarme qué podía hacer para insertarme en el barrio.” La respuesta lógica fue la murga. En Buenos Aires estas agrupaciones tienen un origen y una pertenencia barrial muy arraigada. Están formadas por la gente del barrio, ensayan en las plazas y las sostiene e impulsa el barrio mismo. “Yo le veo al Carnaval porteño cosas que el uruguayo no tiene. Es inclusivo: a la murga va tanto una nena de 7 años como un señor de 70. También con la mujer –aunque directoras de murga haya relativamente pocas–; la mayoría de los integrantes son mujeres y no hay roles que les estén vedados.”
Al respecto, Manuela López Frutos, murguera porteña que vive en Uruguay, nos dice: “En Montevideo en una murga sale el que puede, en Buenos Aires sale el que quiere. No hay ningún requisito. Vos vas a la plaza donde una murga ensaya a tomar mate dos días y al tercero ya te preguntan por qué no estás bailando”. Manuela sigue siendo integrante de la murga Canchengue y Sudor, a pesar de estar radicada en Uruguay desde hace más de seis años. “Mi murga tiene el lema ‘a tu manera, la murga de arpillera’. Si no pudiste venir a ensayar y no sabés la córeo, salís atrás, bailando como quieras.” En Uruguay Manuela ha salido en Murga Joven, y para ella es un sueño, una asignatura pendiente, poder participar del Carnaval mayor. “En ese sentido puedo decir que el Carnaval uruguayo siempre tiene un ‘no’, y el porteño siempre tiene un ‘sí’.”
Germán opina que “si bien se puede decir que, en comparación con Uruguay, acá se resignó calidad, el Carnaval es recontra popular, recontra masivo, gratuito y barrial. Lo que pierde en calidad artística lo gana en contención social, en inclusión”.
Para Zulema el Carnaval porteño es “una sociedad desfilando toda, sin discriminar. Si sos gordo, flaco, alto, no importa. El que quiere desfilar, desfila, comparte un espacio de alegría que no es por plata. El capitalismo a este Carnaval no lo puede entender”.
Tal vez sea por eso que los carnavaleros porteños y el gobierno de la ciudad se llevan tan mal. “La gente que dirige la ciudad de Buenos Aires no sabe nada de Carnaval. Es una cultura escondida. Y no les gusta, por las críticas que les hacemos. Acá cualquiera viene y canta, corta la 9 de Julio y no pasa nada; pero llega el Carnaval, nosotros queremos cortar una avenida y es un escándalo. Seguimos haciendo el corso, pero cuesta mucho trabajo. Siempre han querido vernos bailar en silencio.”
El Carnaval porteño ha sido, desde la vuelta de la democracia, un Carnaval en lucha, constantemente en alerta, tratando de obtener el reconocimiento y el apoyo que la ciudad le debe. Con una difusión prácticamente nula por parte del gobierno y un apoyo financiero que parece casi irónico, los murgueros pelean año a año por su fiesta. Con esa militancia han logrado, por ejemplo, que se los reconozca como patrimonio cultural de la ciudad, o que se reinstauren los feriados de Carnaval. Pero no todo son victorias: hace diez años los corsos en la ciudad habían llegado a promediar casi 45, cuando ahora son 25.
“El Carnaval es un espacio de resistencia. No lo pueden frenar, pero lo quieren educar. Quieren hacer como allá, meterlo en un lugar y que sea un concurso. Pero no van a poder. Los corsos por ahora siguen estando, y las murgas continúan luchando para que el Carnaval siga en los barrios”,comenta Adrián, con una nostalgia apenas disimulada.
Tal vez una de las mayores diferencias entre ambos fenómenos sociales (el porteño y el uruguayo) sea que, a pesar de la casi nula existencia de un concurso y de control estatal (o quizá gracias a eso), el Carnaval porteño continúa siendo un festival multitudinario, popular, gratuito, inclusivo, autogestivo, contestatario, amateur y barrial, con las murgas como sus principales productoras y protagonistas. Como dice Manuela: “La murga porteña es abrir el corazón, si hasta llevás tus pasiones bordadas en el traje. Es el pueblo juntándose a hacer arte, es un espacio de liberación. Y cuando estás ahí bailando, intentando patear la luna, ya no podés parar”.