La grieta entre lo conocidoy una nueva posibilidad - Brecha digital
Acerca de Doblaje , primer disco de Lucía Romero

La grieta entre lo conocido
y una nueva posibilidad

Un día antes de despedir el 2021, la uruguaya Lucía Romero lanzó Doblaje, su primer disco solista, que presenta una música tan particular y arriesgada que el término debut no le haría justicia.

Santiago Barreiro

«Me identifico con una frase de Marcel Bénabou, miembro del Oulipo, en relación con los procesos de creación de literatura potencial, pero que aplico a todas las formas de creación: mi ser en estado creativo es “una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir”. Siento que es necesario romper con los mandatos de lo que “hay que hacer”, en todo sentido, como el orden en la producción de un disco y qué hacer una vez que el material ya está pronto.» Lucía, con sus palabras, nos deja claro desde el principio lo que impulsa este disco: es necesario desarmar lo que conocemos para encontrar algo nuevo.

Al enterarse de la historia personal previa al disco, es claro que hay un trasfondo en este pensamiento. Romero empezó estudiando canto con su madre, agarrando instrumentos en forma de juego. Con el tiempo, pasó por variadas instancias de formación: canto con Beatriz Amaro y Berta Pereira, teclados y otras herramientas con Herman Klang y Andrés Bedó, trompeta con Javier Olivera y en el Ciclo de Introducción a la Música en la Escuela Universitaria de Música –actualmente está haciendo la Licenciatura en Composición–. A su vez, estudió danza contemporánea en el Taller Casarrodante.

Es este trasfondo lo que hace que su trabajo resulte tan particular: un disco de canciones en el sentido más clásico, pero en el que se cuela una gran variedad de procedencias. Hay una fuerte base del estilo alternativo de estas últimas dos décadas, pero siempre con un grado de experimentación que crea espacios no habituales. A su vez, hay un fuerte pie en el jazz contemporáneo, pero no en el sentido de armonizar en un estilo jazzero, sino por la manera de concebir, aproximarse y trabajar con la armonía.

A primera escucha, lo que más atrapa es el trabajo tímbrico y ambiental. La música parte de los teclados o la trompeta, desafiando la norma guitarrera de la canción popular. Esto hace que la construcción tome otro rumbo, incluso cuando se aproxima a algo tradicional. El contrabajo, de la mano de Andrés Pigatto, acrecienta la asociación con el jazz, tanto por sonoridad como por su léxico, dándole a la música un cariz muy particular, sobre todo en los momentos pop. Esta asociación también se logra con el rol melódico y ambientador de la trompeta, que aparece en la cantidad justa de eventos.

Como cantante, es muy destacable la forma en que Lucía logra tres voces muy distintivas: una grave, rasposa y calma, otra en el registro medio, más limpia y clásica, y, finalmente, una aguda, nasal y estridente. Por lo general, a cada una le corresponde una sección bien definida, pero es más curioso cuando ella traza una línea continua entre las tres, como sucede en «Posibles cuantos». Allí hay una transición precisa entre la calma grave y el agudo disruptivo. Sin embargo, aunque hay muchas capas en todo el disco, ningún arreglo se solapa, porque en la base existe una clara noción de espacio. Así, en momentos como el pasaje instrumental de «Vi» se puede escuchar cada línea que forma la melodía –voces, flauta, sintetizadores, trompeta–, pero, a su vez, todas se juntan de manera perfecta para lograr una unidad estética.

El gran manejo de cada instrumento, sin caer en el exhibicionismo, hace que surja la pregunta de con qué sonoridad se siente más identificada la autora. «Siempre que me consideré pianista, o trompetista, o cantante, o bailarina, y siempre que me hice esa pregunta fui un poquito más triste. Hace un tiempo que ya no me la hago, porque me ha llevado a conclusiones como que no soy nada, lo cual es cierto en algún sentido, pero me considero una persona con un gran amor al estado de componer o configurar materias. El instrumento seguirá siendo un signo de pregunta.»

Es un error creer que para que una persona sea instrumentista es estrictamente necesario, a la hora de crear, contar con un cierto nivel de formación. En todo caso, lo que eso puede definir es el grado de elaboración de las músicas o las herramientas con las que se contará. Definirse o no instrumentista denota una forma de componer y desarrollar el discurso musical, pues no es lo mismo componer con un instrumento que desde él. De todas maneras, la composición trasciende, hasta cierto punto, la particularidad del instrumento, aun con todas las líneas borrosas que van de la mano de esta idea.

Algo característico del disco son los principios instrumentales, que no son introducciones, ya que no están subordinados a la sección con letra, pero tampoco son algo que pueda existir por sí solo, pues el sentido que cobran retrospectivamente al aparecer la letra es muy poderoso. Un ejemplo destacable es el par «Aquello que aún olvidado a veces vuelve» y «El baile». Una trompeta lenta y estirada en un ambiente bastante solitario que remite a la música de un film noir es la previa necesaria para la melancolía y oscuridad del principio de «El baile», cuya composición y letra son las más profundas y mejor logradas de todo el disco.

En esta línea, «A mi antojo» se separa de las demás por ser solo un espacio estático, sin desarrollo más que por lo lírico. Es interesante cómo el carácter rítmico depende netamente de la voz; se puede dividir en diferentes secciones según la acentuación fonética. Gracias al acorde constante pero micromodulante del teclado, la voz aprovecha para hacer variaciones microtonales, a tal punto que puede incomodar al escucha, en el mejor de los sentidos.

Es claro que el vínculo de Lucía con la danza tiene que ver con este constante movimiento a nivel musical, que también se encuentra en sus títulos y letras. Hay una gran inclinación hacia teorías del cuerpo propuestas en el ámbito de la danza contemporánea, más allá de si Romero, efectivamente, elabora una teoría propia consistente con todo eso. El cuerpo se piensa como una forma de habitar, socializar y expresarse a través del movimiento. El contacto es una manera de conocer, y la relación con el espacio, una definición política. El ejemplo más cautivador es justamente el de «El baile», título que, bajo este contexto musical, cobra otro sentido: «El día se vuelve bruma y yo me vuelvo espesa».

Hay algo llamativo al empezar el disco: nos encontramos con una improvisación libre que parece ser una especie de prueba para el oyente. «Me gusta que tengas que sostener el principio por dos minutos para poder entrar a lo que sigue. La idea del disco es construir un camino que va desde lo impredecible hasta la superficie, que es el último tema. Por eso se llama “Antes que todo”: la no-forma antes de la forma, el caos antes del orden.» Una improvisación libre no significa que algo sea impredecible, ni mucho menos que carezca de forma. En este caso, el inicio no resulta impredecible si uno está habituado a este tipo de música. Pero es posible verlo de otra manera. Si a priori sabemos que es un disco de canciones, toparse con ese principio puede resultar inesperado, y una vez adentrados en ello –ya que dura dos minutos– lo que se vuelve impredecible es el rotundo cambio hacia la canción, mientras que, retrospectivamente, podemos especular que los materiales de la improvisación surgen de la canción misma.

«Ahora me gustaría proyectar las próximas composiciones hacia esa grieta entre improvisaciones libres y algunas formas más conocidas. El año pasado participé en una obra de danza contemporánea que se llamaba Zona y me dejó resonando varias cosas acerca de cómo habitar ese lugar, la frontera que define una cosa y la otra.»

Doblaje es, sin duda, de los discos más interesantes y sólidos que han aparecido en nuestro país en los últimos años. Las palabras finales de Lucía Romero nos dejan una pregunta: ¿será esto la introducción a algo muy potente que aún está por venir? Habrá que seguirle la pista a esta sorprendente compositora de nuestro tiempo.

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