La cuarta crisis - Brecha digital
La visita de Nancy Pelosi a Taiwán y la respuesta china

La cuarta crisis

La visita a la isla de la presidenta de la Cámara Baja estadounidense provoca importantes consecuencias en la región. Mientras tanto, aumenta el riesgo de un conflicto grave en esa zona del mundo durante la presente década.

Nancy Pelosi y la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, 3 de agosto, en Taipei. AFP, TAIWÁN PRESIDENTIAL OFFICE, HO

Desoyendo las advertencias de su propio entorno y, por supuesto, las airadas críticas de China, Nancy Pelosi finalmente se salió con la suya y, pese a que no figuraba tal escala en su viaje oficial por Asia, arribó a Taiwán, lo que provocó una cadena de consecuencias cuyo calibre final está por precisar.

Probablemente más pronto que tarde hablaremos de este episodio como el desencadenante de la cuarta crisis del estrecho de Taiwán (tras las de 1954, 1958 y 1995-1997), una que marca un punto de inflexión significativo en la dinámica de la cuestión taiwanesa, la más sensible en las relaciones entre China y Estados Unidos.

En el contexto actual, podemos prepararnos para una secuencia de iniciativas por parte de China que irá más allá de las importantes maniobras militares anunciadas hasta el domingo 7 (con simulacros previstos a menos de 20 quilómetros de Kaohsiung, en el sur de Taiwán), las sanciones a determinadas organizaciones y el impacto de algunos intercambios económicos con Taipéi que ya se van desgranando: desde la suspensión de las importaciones de ciertos productos hasta la exportación de arena natural. Poca cosa, podríamos pensar a primera vista, como también la llamada a capítulo al embajador de Estados Unidos en China, Nicholas Burns, que entra dentro de lo previsible.

Pero conviene no perder de vista como referencia lo ocurrido en Hong Kong en la crisis de 2019. Por tanto, no podemos esperar acciones militares directas de gran envergadura, sino, sobre todo, la adopción progresiva de medidas de alcance político que refuercen la soberanía de facto sobre el territorio en disputa, entre ellas una ley de unificación, por ejemplo, que complemente significativamente la ley antisecesión aprobada por el Parlamento chino en 2005 y que adelante un calendario con medidas precisas, de difícil encaje y aceptación para terceros.

China es perfectamente consciente de que la visita de Pelosi, más allá de las circunstancias personales que puedan explicarla y que justifiquen los matices expresados ​​por la propia Casa Blanca o los militares estadounidenses en cuanto a la idoneidad del momento elegido, se enmarca en una dinámica de intensificación de los lazos entre Washington y Taipéi que afecta los ámbitos político, económico, tecnológico y militar, y que, previsiblemente, no se detendrá aquí. Pero Pelosi se va de Taiwán camino a Washington, donde no se espera que impulse ninguna medida rupturista en apoyo de la isla en la Cámara de Representantes que ella preside. Y Taiwán se queda donde estaba, a pocos quilómetros de la China continental, que ostenta ventajas comparativas en el orden estratégico de gran valor en caso de un conflicto abierto, sobre todo si Estados Unidos sopesa involucrarse directamente en una hipotética guerra que bien podría desencadenarse en esta década para representar, de forma brutal, la lucha definitiva por el tránsito de la actual hegemonía unilateral a un orden multipolar.

Para Estados Unidos, puede que el episodio brinde una oportunidad para presentar ante la opinión pública a una China que amenaza la estabilidad regional, un peligro para la supervivencia del orden liberal, y también para escenificar su compromiso con las democracias frente a las dictaduras, como aseveró a la prensa Pelosi. Pero la consideración de este viaje como una «provocación» es, en paralelo, perfectamente comprensible en la región y en el mundo, lo que deja en entredicho la razón última de un paso estadounidense que no pocos han calificado de «frívolo» cuando los tambores de la guerra resuenan vivamente en Ucrania.

La pretendida percha moral y esa inestabilidad servirían de argumento para avanzar a marcha forzada –como ya lo están haciendo– en pos de asentar alianzas militares en la región, como el AUKUS (véase «Asia, una región clave», Brecha, 30-IX-21) y el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral QUAD, o para extender la OTAN hacia la región, en un intento desesperado de quebrar la emergencia de China y limitar el alcance del programa de Xi Jinping, la estrategia que de cara a 2049 debe dar cumplida cuenta del sueño chino.

Taiwán, en cambio, con un gobierno que dice que apuesta por el statu quo, pero aplica la llamada táctica del salami (medida a medida, en lugar de una declaración de independencia abrupta y solemne) para alejarse poco a poco del continente con el aval de Washington, Tokio y otras capitales occidentales, puede terminar pagando, como Ucrania, por los platos rotos de esa participación activa en la recreación de la Guerra Fría.

PRINCIPIOS E INTERESES

Es cierto que Taipéi tiene hoy más apoyo exterior que nunca, a pesar de la disminución de su reconocimiento diplomático, pero no hay que olvidar que es un peón más de la estrategia global de Estados Unidos para contener a China. Y apostar a que Estados Unidos se involucre directamente en una hipotética guerra contra China es simplemente temerario e ignora las lecciones de su propia historia reciente: Washington rompió en 1972 con el líder nacionalista chino y padre fundador de Taiwán, Chiang Kai-shek, todavía en vida de Mao, para entenderse no con la China reformista de Deng Xiaoping, sino con la de la Revolución Cultural. Los principios son los principios, pero lo que prima son los intereses.

Es de esperar que China mantenga la «paciencia estratégica» y siga los sabios consejos de Sun Tzu. Sus prioridades pasan por la estabilidad y el desarrollo. Una guerra por Taiwán sería demasiado arriesgada y podría conducir a un desastre que afectaría su proceso de emergencia. La economía china, por otra parte, atraviesa un momento delicado en razón de la apuesta por mantener severamente a raya el covid-19. Con un 2,5 por ciento de crecimiento en el primer semestre, el objetivo del 5,5 por ciento para este año se antoja particularmente difícil y exigirá esfuerzos adicionales.

En relación con Taiwán, es de imaginar que seguirá aplicando la acupuntura política, si cabe con mayor precisión, para revertir las hegemonías actuales en la isla, muy dividida en torno a la unificación. El uso excesivo de medidas militares no ayuda en este sentido y probablemente será más operativo influir en el comportamiento de aquellos sectores económicos que puedan pasar factura electoral al actual gobierno de la isla.

La gestión del tiempo es especialmente importante para China este año, tanto por la inminencia del XX Congreso del Partido Comunista de China como por las elecciones locales taiwanesas «nueve en uno», previstas para noviembre. Ambos eventos estarán muy cercanos.

SACAR VENTAJA DE LA CRISIS

Lo que para Pelosi es una acción poco más que simbólica –de la que se han distanciado figuras de su propio partido y sectores taiwaneses que pueden simpatizar con Estados Unidos– ha brindado a China la posibilidad de dar otra vuelta de tuerca sobre la isla, afinando su respuesta y mostrando su fuerza.

Por tanto, cabe esperar de China que intente aprovechar la crisis en dos sentidos. Primero, incentivando medidas militares y políticas que refuercen la soberanía reclamada sobre la isla. Esto puede incluir acciones más comprometidas del Ejército Popular de Liberación por aire y mar que afecten al espacio aéreo de Taiwán o la línea media del estrecho, que hasta ahora han sido respetados. Igualmente, podría adoptar medidas legislativas con cierto nivel de proyección sobre la isla.

La cuestión clave para China es evitar perder más influencia en la opinión pública taiwanesa y que la crisis derive en un mayor apoyo electoral al secesionismo en los comicios de noviembre. Por ello, también en la respuesta habrá signos de acupuntura política para incidir en el disgusto de aquellos colectivos dispuestos a pasar factura al oficialismo taiwanés por su «temeridad». En este aspecto, la clave puede ser la economía.

Por otra parte, en relación con Estados Unidos, a China no le queda más que creer en la diversidad de criterios expresada por el gobierno de Joe Biden y en que es posible el diálogo con Washington. Necesita dilatar lo que ya es una evidencia: que Washington se aleja de facto del reconocimiento del principio de una sola China. Lo ocurrido agranda el foso que los separa. China no puede permitirse el lujo de no reafirmar sus líneas rojas, y Taiwán es una de las principales, por lo que habrá consecuencias también en el diálogo en áreas clave y quizá al máximo nivel, con una postergación de la cumbre bilateral Xi-Biden en la que se estaba trabajando.

Esta crisis, en suma, acelera la percepción de que el riesgo de un conflicto grave en la presente década es cada vez más alto. China percibe que Taiwán no solo es irrenunciable en su proceso de modernización, sino que es también la estocada con la que podría poner fin a la hegemonía de Estados Unidos en la región y el mundo. Y Washington tiene en la isla, más que en el mar de China Meridional, el capote que le puede permitir sacar de sus casillas a China. Una China dispuesta a sortear los impedimentos de la Casa Blanca y el Pentágono para recuperar lo que considera la «normalidad histórica», interrumpida hace 200 años a golpe de tráfico de opio y cañoneras occidentales.

Xulio Ríos reside en Beijing y es director del Observatorio de la Política China y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología. Ha sido investigador visitante en universidades y centros de investigación de China continental y Taiwán.

(Tomado de Observatorio de la Política China, por convenio.)

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