“¿Está a la altura de Breaking Bad?”, es lo que suelen preguntar muchos incrédulos a la hora de dedicarle tiempo a esta serie. Y razones para las dudas no faltan: se trata de un spin-off de un precedente superexitoso, del cual se toma uno de los secundarios más populares desplegándose sus desventuras pasadas. Suena a movida comercial y lo es: no en vano el episodio debut batió récords para la cadena Amc, con la friolera de 6,9 millones de espectadores al mismo tiempo, reunidos religiosamente al calor de los rayos catódicos.
La mejor respuesta es que es muy pronto para saberlo. Breaking Bad fue una de las mejores y más coherentes series de los últimos años, y Better Call Saul recién termina con su primera temporada. Lo que sí puede decirse es que el potencial está allí, el mismo equipo de productores, guionistas y directores reunido (los críticos deberíamos acostumbrarnos a pensar menos en individualidades y más en equipos a la hora de abordar esta clase de productos audiovisuales), y que hasta ahora lo presentado por ellos ha sido formidable.
Si en su precedente el espectador atestiguaba un proceso de deformación a través del cual Walter White, un cálido padre de familia, se iba convirtiendo poco a poco en un criminal y finalmente en un narco de los pesados, aquí se asiste a otra paulatina metamorfosis por la cual un esforzado abogado se va transformando en un “abogado criminal”, especializado en defender toda clase de maleantes y mafiosos, la peor lacra social existente en la ciudad de Albuquerque, Nuevo México. Pero el proceso de vaciamiento y evaporación de los escrúpulos parece seguir aquí un camino diferente al de Walt, ya que si bien la ambición y la búsqueda de la adrenalina pueden estar presentes, el énfasis parecería más bien puesto en la humillación, en el resentimiento que se va gestando en este personaje, producto de una sumatoria de desdichas. Es, además, un recorrido terriblemente dramático, porque seguramente Jimmy McGill (más adelante Saul Goodman), nuestro personaje principal, es mucho más querible y atractivo que el a menudo arrogante Walt.
La empatía surge, en parte, porque se trata de un apasionado y esforzado trabajador, y a su manera, un tipo leal y sincero. Saul es un profesional estigmatizado por su pasado y por haber obtenido su título en un curso por correspondencia; un paria excluido por el corporativismo profesionalista. Por eso se verá forzado a contar entre sus clientes con otros discriminados como él, resaca de la sociedad: locos, ancianos y delincuentes. Y como podemos ver, se trata de un hombre sobrecalificado, como lo era (será) su cliente final, un profesor de química abocado a la venta de cristales de metaanfetamina.
El actor que lo encarna, el enorme Bob Odenkirk, ofrece una pluralidad de registros que lo vuelven el protagonista perfecto para una comedia desbordada y al mismo tiempo un drama desgarrador. Es en este contrapunto constante que la serie encuentra su tono, dentro del cual los creadores se mueven como peces en el agua. El episodio 5, “Alpine Shepherd Boy”, presenta una serie de hilarantes e inaceptables clientes –el fragmento del wáter parlante es increíble– que dan cuenta de lo duro que puede ser el derecho de piso para llegar a ser un abogado de renombre. El siguiente episodio, “Five-O”, salta hacia puntos de intenso dramatismo en torno al personaje de Mike Ehrmantraut (otro de los impagables secundarios de Breaking Bad) y el asesinato de su hijo, en un registro que, por lo oscuro, recuerda a los tramos más tétricos de Río Místico o Prisoners.
Los planos-detalle montados al ritmo de temas olvidados pero que parecerían compuestos para las circunstancias, los contrapicados y los picados cenitales, las bellas composiciones de colores y luces, los interiores suburbanos verde-amarillentos; los esmerados trabajos fotográficos y de la puesta en escena en general dan cuenta de que el detallismo y el refinamiento estético son constantes, y que a diferencia de otras series, el talento no se encuentra principalmente volcado sobre el guión. Los adictos a Breaking Bad tienen entonces una nueva sustancia para despuntar su vicio, y lo mejor del asunto es que habrá material para rato.